EL MIEDO EN LA POSGUERRA


EL MIEDO EN LA POSGUERRA
ENRIQUE GONZÁLEZ  DURO

1939, La Guardia de Jaen


         Al empezar cada clase había que repetir en voz alta una jaculatoria, y a la caída de la tarde se rezaba el rosario. De cuando en cuando pláticas imprevistas, una vez por semana confesión general y ejercicios espirituales una vez al año.
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         La Vanguardia Española inauguró una sección titulada “Justicia Nacional”, que informaba de las ejecuciones de los condenados a muerte en consejos de guerra sumarísimos, excluyendo a los “paseados” (fusilados sin juicio previo).
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         Había que juzgar incluso las intenciones, de modo que no pudieran escapar ni aquellas personas de trayectoria intachable pero de “dudosos” antecedentes ideológicos.
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         De siempre en la cultura cristiano-occidental, los humildes son miedosos, porque los hombres en el poder actúan de modo que el pueblo tenga miedo. Como dijera Tomás Moro, “la pobreza del pueblo es la defensa de la monarquía. La indigencia y la miseria privan de todo valor, embrutecen las almas, las acomodan al sufrimiento y a la esclavitud y las oprimen hasta el punto de privarles de toda energía para sacudir el yugo”.
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         Cualquier mujeruca del último de nuestros pueblos castellanos ha guardado, en su alma, como reliquia profunda, más valores éticos que en la mayor parte de la masa europea.
J. J. LÓPEZ IBOR (PSIQUIATRA)
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         Fabricaron (los psiquiatras) una suerte de psicología colectiva en favor del aislamiento, la segregación y la autosuficiencia empobrecedora, fundamentándose en un catolicismo conservador impuesto desde arriba. Lo que el nuevo régimen precisaba para mantener rígida y estrictamente controlada a toda la nación.
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         El periodista inglés Allen P. Phillips dijo que, durante los primeros once meses, tras el final de la guerra, se había ejecutado en Madrid a cerca de 100.000 personas.

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         La guerra civil terminó, pero el pueblo “contaminado” debía seguir sufriendo, porque era imprescindible continuar regenerando España, depurando la raza hispana.
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         Delatar significaba un acto patriótico y además podía traer algunas ventajas. Era como una suerte de militancia…(…)
         Sobre todo en las zonas rurales las denuncias particulares formaban redes de colaboración con las autoridades locales, cadenas de lealtades forjadas en torno a las prácticas represivas franquistas, grupos dispuestos a delatar a todo sospechoso de izquierdismo.
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         Era una sociedad vigilada, silenciada, convertida casi en espía de sí misma, donde la colaboración era imprescindible para garantizar el reemplazo de la política de masas por la sumisión al poder.
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         La Iglesia española no hizo nada durante la posguerra por frenar la persecución de los vencidos, ni planteó propuesta reconciliadora alguna. Por el contrario, colaboró con la maquinaria represiva del franquismo.
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         Aunque la crisis económica creció constantemente en lso años de la posguerra (con rentas siempre inferiores a las de los años republicanos), la situación benefició a las élites económicas del país empezando por gran parte del sector industrial, que dispuso de una mano de obra abundante, sumisa y barata. (…) Las ganancias fueron fabulosas para la banca, que contaba con las grandes fortunas de los latifundistas agrícolas y con los esplendorosos beneficios del mercado negro.
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         Mientras los pobres pasaban hambre o iban a la cárcel por estraperlistas, los nuevos ricos crecían por doquier, con la tolerancia de autoridades y burócratas corruptos, haciendo ostentación de su nivel de vida: grandes restaurantes, coches americanos, abrigos de pieles, etc.
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         Cuando Gerald Brenan retornó a España en 1949, se quedó impresionado por la gran cantidad de mendigos, incluso en las zonas céntricas de las ciudades.
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         Según Carmen Martín Gaite, no estaba mal visto que la mujer estudiase si era como un adorno en el ajuar que debía aportar al matrimonio, porque si se casaba era para ser madre. Se le recomendaba prudencia en los estudios, como si se tratase de una droga peligrosa que había que dosificar debidamente, debiendo abandonarla si se comprobaba que hacía daño, o que menoscababa las exquisitas esencias de la feminidad.
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         La ira de los eclesiásticos contra la “indecencia” de la mujer española aumentaba cuando se acercaba el verano. El Obispo de Las Palmas ordenó a sus sacerdotes que negasen la absolución a todas las personas, que, previamente advertidas, persistieran en tomar baños de sol en traje de baño en compañía de personas del otro sexo.
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         El Estado parecía tener solo interés en educar y promocionar a los hijos de las familias adictas al Régimen, dejando a su suerte a los hijos de los vencidos. Tal discriminación no era sino una forma más de castigo a los vencidos de la guerra, a cuyos hijos no era muy conveniente instruir.
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         Durante los años 40 la jerarquía eclesiástica fue un firme apoyo para el régimen franquista, obteniendo por ello grandes ventajas, aunque alejándose de la población que se había sentido republicana hasta el final dela guerra y que no distinguía bien lo religioso de lo político.
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         Ser pobre era natural y querido por Dios. El Obispo de Málaga, Herrera Oria, era muy conocido por su interés por lo social. Pero creía que las raíces de los problemas sociales eran morales y nada tenían que ver con la distribución desigual dela riqueza y del poder, que la caridad era la solución a la injusticia social.
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EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)

         

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