cuento de navidad




Pablito tenía un don. Un don que provocaba cierto pavor a sus padres, y entre la población del pequeño pueblo donde vivía. Pablito era capaz de ver en el interior de las personas, y además, a voluntad, y si se concentraba hacía que los que estaban cerca de él, y eran presa de su concentración cayeran muertos, asfixiados al instante.
Nadie podría certificar estos hechos, pero lo cierto es que en las tres ocasiones en que había ocurrido, Pablito estaba presente.
La primera de ellas ocurrió cuando Pablito tenía tres años. En una visita rutinaria al pediatra que enviaba la seguridad social semestralmente al pueblo. El pediatra era un tipo que odiaba a los niños. También odiaba ir de pueblo en pueblo, en vez de estar destinado tranquilamente en el hospital que quedaba a diez minutos de su casa. Esto hacía que siempre estuviera enfadado, hasta el punto de que hacía un par de años, en una de sus visitas y mientras desvestía a un bebé, éste, se le cayó al suelo, provocándole dos fracturas. No le costó trabajo echar la culpa a la madre. En los pueblos ya se sabe, el médico y su palabra son sagrados.
Bien, volviendo al día en que cesó en su actividad, podríamos decir que aquella mañana estaba especialmente irascible. Y sin vergüenza ninguna se cuidaba de hacer llegar su malestar a todos los niños que pasaban por sus manos. Hasta que llegó Pablito.
Como siempre, con un gruñido por saludo, indicó a su madre la camilla, y la instó para que desnudara al niño, la camilla metálica ni siquiera estaba cubierta por una sábana, y la calefacción del ambulatorio era de dudosa eficacia. El pequeño se quejó lastimero al verse despojado de su ropa, y esto ponía de los nervios al doctor, que sin dilación ya agarraba al niño por los brazos, y lo obligaba a abrir la boca.
En ese instante fue cuando Pablito lo miró a los ojos. Allí dentro el niño vio mucha maldad, tanta que casi se marea. Sin poder reprimirse se concentró, y al instante el médico se quedó paralizado, luego se echó las manos al cuello, mientras se tambaleaba por la consulta, después se empezó a poner primero rojo, y a continuación morado, a la vez que su lengua se asomaba por su boca completamente, como si quisiera abandonar a aquel ser ruin en aquel mismo instante. Después sencillamente murió. La madre de Pablito miró a este, que permanecía de pie en la camilla, con un rictus serio, y la mirada clavada en el médico. Ahí supo su madre que su hijo tenía algo que ver en la muerte del pediatra.

Tendrían que pasar dos años, para que de nuevo Pablito manifestara su don de manera violenta. En este tiempo, sus padres se habían cuidado mucho de decir a nadie lo que ellos sospechaban. Tampoco el niño había dado muestra de ser distinto de otros niños en esos años, por lo que de alguna manea comenzaron a pensar si aquello no podría haber sido fruto de su imaginación.
Pero de nuevo, el niño manifestó poseer un poder desconocido, que ejercía sin compasión en aquellos que de alguna forma intentaban hacerle daño, a él, o a otras personas. Así, su siguiente víctima sería un tío suyo, hermano de su madre. El tío en cuestión se había encargado de cuidar de la madre de ambos hasta su muerte, hecho este que afectó profundamente a Pablito, ya que su abuela era una mujer de buen talante y mejor humor, pero los últimos años de su vida los pasó postrada en una cama, bajo los cuidados del desalmado de su hijo, que nadie sabía como, había manipulado a la anciana para declinar el testamento de esta a su favor.
De ese modo la casa donde vivía Pablito y su familia que era propiedad de su abuela, pasaba a manos de su tío, y este, que ya tenía planes para aquel caserón en el pueblo, no dudó en informar a su hermana y cuñado de que debían abandonar el edificio en menos de un mes.
Para la familia de Pablito, esto fue una catástrofe. Su padre, que era jornalero en el campo no tenía dinero para comprar una casa, y su sueldo apenas llegaba para pasar el mes. La madre de Pablito también cosía en casa muchas horas, dejándose la vista por una escasa cantidad de dinero que los ayudaba a no pasar penurias. La situación que les planteaba su hermano era verdaderamente una tragedia.
Los padres de Pablito, que no creían que su hermano pudiera ponerlos de patitas en la calle, decidieron invitar a comer a este, para poder hablar de otra alternativa, para apelar a su compasión, a costa de su servicio si era menester, con tal de no verse en la calle con su pequeño hijo, que ya contaba cinco años. Pero verdaderamente no conocían a su pariente. Este manifestaba un carácter rencoroso hacía cualquier ser humano, y disfrutaba haciéndole mal a cualquiera que se pusiera a tiro.
El día de la comida, caminaba por el pueblo tranquilamente en dirección a la casa de su propiedad, donde su hermana y el desgraciado de su marido apuraban sus horas. Estaba dispuesto a disfrutar con el enfrentamiento, los dejaría suplicarles para luego definitivamente echarlos a la calle, a ellos, y a ese repugnante niño al que nunca tuvo ningún cariño. La casa estaba destinada a la venta, para montar un negocio de turismo rural, y él, sería el beneficiario de una suculenta cantidad, con la que pensaba marcharse al caribe, a demostrar su valía.
En estos pensamientos andaba cuando llegó a la puerta de la casa, llamó, y espero a que le abrieran la puerta. Allí estaba su hermana, sumisa y empalagosa, sin hacerle caso pasó a la casa como el señor de la misma, se dirigió al salón y desde allí pidió a su hermana que le sirviera una copa de coñac. Pablito fue el encargado de llevársela, cuando se la dio, se quedó mirando a su tío. – ¿Y tú que miras?- le dijo este desafiante. Pablito no dijo ni una palabra, simplemente se le quedó mirando, hundiéndose en la negrura de sus ojos, donde una ola de maldad lo envolvió. Tembloroso parpadeó un segundo, y después volvió a atravesarlo con su mirada. A su tío no le dio tiempo a decir ni “mu” Al instante se puso de pie, y empezó a tambalearse por la habitación, tropezó con el aparador, y al caer unos platos de este, la madre de Pablito que se encontraba en la cocina acudió corriendo, solo para ver a su hermano morado como una col lombarda retorciéndose por el suelo. En ese preciso instante el padre de Pablito, que venía de trabajar en el campo, hizo su aparición, justo cuando su cuñado expiraba.

Pablito y su familia pudieron seguir viviendo en la casa, que ahora era de su propiedad. Sus padres, evitaron mencionar los hechos de la forma en la que en realidad ellos los interpretaban, y excluyeron de nombrar la implicación de su hijo en ellos.

Habían pasado ya tres años desde la muerte de aquel miserable. Pablito contaba ya con ocho años. Y sus padres más tranquilizados ante la normalidad de su hijo, volvieron poco a poco a pensar, que aquello había sido producto de su imaginación, más o menos todo el pueblo pensaba igual, dado el comportamiento normal del niño, y su permanente buen humor.
Aquel año, por navidad, los padres de Pablito habían decidido llevar a éste a la ciudad por primera vez, para que viera todas las calles iluminadas y el ambiente navideño que se respiraba en ellas. Pablito estaba muy ilusionado, el día que subieron al autobús de línea, aunque la impresión que sacaría al llegar a la ciudad, dio al traste con toda su ilusión.

Efectivamente toda la ciudad estaba iluminada, había música, y muchísimas personas yendo de aquí para allá. Pero los verdaderos sentimientos de la gente herían al niño. Pues bajo esa capa de permisividad navideña se escondían odios, rencillas, rencores, envidias y otras maldades típicas de los seres humanos. El niño no comprendía que sentido tenía entonces todos aquellos adornos, luces y músicas. Pablito intentaba que sus padres no se dieran cuenta de su desilusión, y de esa forma los seguía sin mostrar ni un gesto que delatara sus sombríos pensamientos.
Pero al doblar una esquina había algo que desencadenaría un problema de nuevo. Había un entarimado elevado cubierto de telas rojas, y arriba un trono donde un rey mago atendía y recogía las cartas que una fila de niños le entregaban en mano, sentándose en el regazo del rey. Los padres de Pablito animaron a este a que se pusiera a la cola. Pablito miró sus enormes sonrisas, y no fue capaz de negarse, así que se puso detrás del último niño, con una inquietud pegada a la garganta.
El rey mago que gesticulaba sin cesar, parecía estar pasándoselo muy bien, en realidad, aquel montaje era cosa suya. El hombre resultó ser un empresario poderoso, y director de un equipo de fútbol local. La fortuna de la que era dueño no había sido lograda con medios muy honrosos. En sus empresas muchos hombres y mujeres eran explotados para beneficio de su director. A él esto le traía sin cuidado, y los problemas de sus trabajadores no le afectaban, sencillamente cuando alguno de estos problemas se presentaba, el director los despedía impunemente.
Cuando Pablito llegó al lado del falso rey mago, este lo cogió en brazos y se lo sentó en las rodillas. Un olor a naftalina mezclado con perfume caro llegó a la nariz del niño. Este miró al rey a los ojos, y en ellos pudo ver la verdad de su negro corazón. Pablito no se contuvo, y el rey mago sufrió en sus carnes la energía del niño, el rey se echó las manos al cuello, arrancándose la barba postiza y la corona, su calva perlada de gotas de sudor brillaba con los reflejos de los millones de luces que había en la calle.
Pero esta vez, cuando el falso mago cayó al suelo, Pablito no se contentó, miró al siguiente niño de la cola, y este comenzó a llorar, luego el otro, y luego el otro, y así en un rato, todos los niños de la plaza comenzaron a llorar, pero no solo en la plaza, más tarde en las calles aledañas, en las viviendas y al final en toda la ciudad, los niños lloraban desconsoladamente.

Solamente, cuando sus padres acabaron confesando la mentira, dejaron de llorar, cuando los padres de toda la ciudad dijeron a sus hijos que aquel hombre era un impostor, y que los regalos en realidad nada tenían que ver con magias ni intervenciones divinas, los niños cesaron en su pena.

De esa forma, Pablito, que ya estaba de vuelta en su tranquilo pueblo con sus padres, acabó con una gran mentira, y el mundo descubrió que mentir a los niños nada tiene que ver con hacer el bien, y que los niños, no por serlo se merecen ser engañados así. A partir de ahí, todas las navidades cambiaron, y aunque la gente seguía fingiendo esos días que todo era bondad y amor sin ser verdad, tanta magia y tanto rollo divino se fue acabando, dejando a los cuentos ser lo que son.

el reverendo Yorick.

Nicolás Sarkozy o el anhelo de Napoleón






El cadáver del emperador sonríe en la oscuridad de su tumba. Su calavera enorme muestra su sonrisa permanente, en la inmunidad que da el eterno paso del tiempo, contempla la cima de sus anhelos.
Su país, su amada tierra, su imperio arrebatado renace. Tras el dolor de la derrota, de haber sembrado de cadáveres la vieja Europa, del destierro, de la humillación de haber permanecido vivo sentado frente a sí mismo. Su patria renace.
En el turbio horizonte, un hombre menudo, como él mismo avanza con paso firme. Sin ejércitos, sin invasiones grandilocuentes, sus pisadas hacen temblar al viejo continente.
Su imperio transformado en un símil de República tan falso como cualquier otra atemoriza a los más débiles. Con Alemania como aliada, y con el dinero y el engaño como armas doblegan naciones y países, que mendigan aporreando las puertas de su imperio.
El pequeño hombre que rige los destinos de Francia, con su apellido impronunciable se cobra la justa venganza histórica del emperador. España, Grecia, Italia, Portugal, y otros países caen, y caerán en las manos del poder. Atrapados por unos acuerdos económicos y aterrorizados ante el temor de salir de la coalición europea, todos acatarán las órdenes venidas de la unión de Francia y Alemania.
Los gobiernos sucumben ante tanto poder, y los pueblos zarandeados en la mentira de la comodidad, aceptan recortes y venden su futuro de saldo para beneficio de esa unión europea que se asemeja a un Saturno devorando a sus hijos. El emperador reconoce el acierto del poder económico, viendo a países a los que no pudo dominar entregados en cumplir plazos y tratados, atrapados cada vez más, mientras sus recursos y economías son exprimidas por los poderosos creadores del engaño. Y entre esos poderosos está su país, justo donde tiene que estar, llevada de la mano por su pupilo de altura discutible.
Los hombres como el emperador, tocados por la mano de la locura se rebozan en un baño de megalomanía que les es tan necesario, sus herederos históricos hacen lo propio. Amparados por sus dioses no dudan en sacrificar a aquellos que los han encumbrado, sabedores del control que ejercen sobre la información, a una orden suya todos los rotativos y señales catódicas esparcen malos augurios como un virus, mientras ellos se sientan a esperar, como médicos a que sus atribulados pacientes acudan a recoger las recetas que curen sus imaginarias enfermedades.

El sueño del emperador se cumple. Su pequeño hacedor sonríe taimado, aliado con la mujer que comanda Alemania, se relame al pensar hasta donde ha llegado su ambición. Quizás se acuerde del emperador, ignorando la sonrisa eterna de aquel, enfermos los dos de una posesiva locura de poder.
En alguna otra parte la batalla inútil de siempre se prepara. Se amontonan piedras y se afilan los cuchillos. La gasolina se reparte en botellas y habrá besos de despedida. El destino prepara otra partida de ajedrez en las que una vez más jugaremos con las negras y sin reyes. Solo peones. Peones que intentarán desestabilizar su destino y asustar a las crónicas de la historia, regando con sangre y con nombres anónimos el asfalto de las calles, en una lucha sin cuartel que dura ya milenios y cuya balanza nunca termina de caer de nuestro lado.

Yorick.

RESCOLDOS O CONFESIÓN IN ARTICULO MORTIS DE BARTOLO




Sí, rescoldos, porque hace una semana mi médico de cabecera me dijo que no me quedan más de tres avances informativos. Rescoldos de vida, vamos. Como cualquiera pensará, me encuentro al borde de un abismo seguro, infranqueable, ineludible, fatídico.
Después del aturdimiento inicial, pensé que debía poner mi cacho de vida en orden para, en la otra vida, más luenga, conseguir que me sea menos aciaga que la ya padecida.
Así, apelé a mi psiquiatra, a mi psicólogo, a mi carnicero, al barrendero de mi plaza… Y, por fin, a mi confesor, don Damián tantos años olvidado. Que, por cierto, le tocaba el culito a las niñas en el confesionario de la parroquia gallega de Villalba, por lo que fue desterrado a Benetusser.
-Bartolo –me dijo, cuando me encontraba arrodillado en pleno acto de contrición-, debes de tornar al seno de la Iglesia. Ella te conferirá el pasaporte, la licencia, el visado para acceder a la vida eternamente dichosa con buen pie, digámoslo asín. Debes de reabrazar la religión de la que tanto tiempo te has olvidado.
-Pero, padre, por ser coloquial: para lo que me queda en el convento, prefiero abrazar a una religiosa y usted perdone. Quiero chuscar, como todo hijo de vecino. Vamos, que me gustaría en el ocaso de mis días, comerme tantos roscos como cuentan de usted, con perdón.
-No blasfemes Bart –obsérvese que aquí pronuncia mi nombre americano-españolizado Lo que se cuentan de mí son infundíos e infamias.
-Pos, padre, yo quiero infundíos de esos y no acabar mis días como el gilipollas de Onán, que se mataba a manolas, con perdón.
-¡Bartolo, has acabado con mi paciencia y con la de Dios. Sal de la iglesia y no vuelvas por aquí…!
-Pero, padre…
-¡Ni padre, ni hostias consagrás¡
No me quedó más alternativa que salir por piernas de la casa de Dios.
Asín es que ahora me encuentro a la deriva. Desarbolado y sin timón, en cueros, vamos. ¿A quién encomendarme. A qué estancia celestial clamar, demandando la ayuda tan necesaria para la salvación de mi alma?
Siendo asín, solo puedo lanzar un SOS a cualquiera religión, siempre que me garantice ante notario que en la eternidad, al menos, voy a tener aire acondicionado. Que es que, en agosto no hay quien viva en mi infernal casa.
Queda dicho. Daos prisa.

El Bobo de Koria

el injerto



Existen lugares en el planeta donde extrañas energías se muestran sin pudor. Donde las fronteras del conocimiento se colocan cercanas a las brumas de la superstición. Donde el tiempo no se mide con relojes, sino con la profundidad de las sombras, que se encogen o estiran a voluntad.

En esos lugares se producen a veces extrañas comuniones. Los hombres, en ocasiones dan con resortes fortuitos y desconocidos espíritus se alían con ellos.

Hace unos setenta años, un hombre se alió con una de esas extrañas energías que rondaban por un bosque, y en lo profundo de él se produjo un fenómeno que le sobrevivió, y que todavía hoy existe.

Un pequeño roble, y la rama de un castaño decidieron que una vez el hombre los injertara, crecerían juntos. Que en la profundidad del bosque no existen caprichosas leyes humanas que pongan límite a la naturaleza, y que esta admitió la unión, de la misma desentendida forma por la que un fruto germina, y otro a su lado no.

No llego a comprender las razones de la existencia de ese extraño ser. Ni tampoco las razones humanas que empujaron a aquel hombre a realizar aquella inusual unión. En una primera visión, y bajo el racional pensamiento humano, podría parecer que dos mitades se debaten por existir. Pero como decía al principio, basta permanecer solo en algunos sitios, para entender lo efímero de nuestro ser, y de nuestras obras.

El crecimiento más lento del Carballo, hace que al llegar al punto de unión, una exuberancia desproporcionada se lance hacía el cielo. El contraste de cortezas, y unas pequeñas ramas donde el roble asoma unas pocas hojas nos indican que estamos ante un árbol nada común. La cicatriz permanente de una gran rama cortada o partida en el tronco del Carballo nos cuenta, que en otro tiempo, el misterioso árbol estuvo más cerca del equilibrio. Aunque hoy, la parte inferior parece portar con orgullo su frondosa cabellera, sin importarle que solo unas decenas de hojas recuerden cual fue su origen.

Siempre que puedo me acerco hasta aquel silencioso bosque. Lo busco entre la masa de troncos, hasta que hasta que sin darme cuenta aparece ante mí. Lo toco, lo rodeo, lo miro, y permanezco un rato sentado junto a él. No sabría explicar lo que siento permaneciendo en aquel bosque abrumador. Pero si podría decir que de una forma silenciosa, muchas preguntas angustiosas, obtienen respuesta.

Yorick.