Acertaban al afirmar
algunos escritores (Ramon J. Sender, Eduardo Haro Tecglen) Que en
nuestro país nunca había existido un siglo completo de paz. Alguno
podría decir, que la guerra civil acabó en 1939, y que para el
centenario faltarían 24 años, también llevarían razón,
matematicamente hablando, aunque la realidad fuera otra. Recuérdese
que una dictadura como la que se vivió en este país durante 40 años
(Que no fueron más, porque el dictador tuvo a bien morirse, si no,
no les quepa duda de que aun seguiría en el poder) Sólo se sostiene
a base de represión, concretamente a base de castigos
ejemplarizantes encabezados por la pena de muerte, frente a casos de
lucha directa contra el régimen del dictador. Eso señores, es estar
en guerra. Aunque las posibilidades de éxito del Maquis, los Mil,
Eta, etc fueran muy lejanas. Por cierto, que la longevidad y
supervivencia de Eta en el tiempo, merece capítulo aparte.
Eso también es una
guerra, y que yo sepa, a día de hoy todavía sin resolver.
De modo que sin querer
fastidiar a los amantes de las efemérides, los dos escritores
nombrados al principio, tenían razón. Y por lo que se observa estos
días en los medios, y lo que se ve y se oye en la calle, a colación
de los cambios surgidos en las elecciones municipales y las generales
que están al venir, parece que el carácter belicoso y “chulángano”
de nuestro pueblo, podría en cualquier momento volver a fastidiar la
carrera hacía la celebración de tan meritorio centenario.
De una parte, se colocan
esos señores llamados por la providencia para gobernar y dirigir los
designios del país por recomendación directa de dios y sus
directrices, me refiero como no, a esas instituiciones perpetuas que
se denominan a si mismas (ahora ya matizando) como Derecha e
Izquierda.
Nunca sabremos, si
aquellos hacedores de nuestro actual sistema de gobierno, aquellos
“Padres de la constitución” Aquellos elegidos para diseñar un:
“Cambio para que nada cambiase” Se percataron del punto débil
que tenía su sistema, y es que éste, manejado durante años por
políticos profesionales, frente a una sociedad, la de entonces, con
una tasa de analfabetismo enorme y con un miedo, enorme también, a
la puerta que poco a poco iban cerrando y que accedía directamente a
los años de dictadura. Se entregaron en cuerpo y alma a ser
gobernados, pasase lo que pasase, sin cuestionar ni plantearse
siquiera cual era su papel, y donde estaban los límites de aquel
gobierno. Pero, pasados otros 40 años, la sociedad cambió, ya no es
una sociedad analfabeta, y aunque perezosa para inmiscuirse en los
asuntos de su gobierno, el ansía debastador de los gobernantes en
los últimos años, ha devenido en que muchos participen sin miedo en
la forja de sus destinos. Y aunque esta por ver cuanto de verdad hay
en las nuevas propuestas y a pesar de las trabas de un sistema
electoral blindado por una ley que beneficia a las mayorías, podría
existir una remota posibilidad de que estas mayorías fuesen
desbancadas por otra, a priori, diferente.
Y que ocurre entonces, que
la derecha, haciendo gala de su mal perder, se dedica a crear un
clima hostil desde los medios que dirige. Lanzando mensajes
alarmistas y tildando sin vergüenza a los nuevos partidos de
radicales y otras tropelías peores. No deja de venirme a la cabeza
aquello de: ¡Rojos hijos de puta!
Y en este punto entran los
otros actores de esta historia, aquellas generaciones que vivieron el
fin del franquismo, y que a pesar de reconversiones empresariales,
cierres y años convulsos, hoy día reciben su pensión, tienen sus
hogares en propiedad, y muchos, incluso una segunda vivienda, locales
o terrenos, por no hablar de los que directamente descendían de
linajes cuarteleros, eclesiásticos o nobles, y que en su imaginario
siguen oyendo aquello de: Una grande y libre. En definitiva, y
abreviando, los votantes del PePe y del PZOE que como bien se oye en
las manifestaciones de todo tipo: ¡PZOE Y PePé la misma mierda es!
Amigos del orden, de la decencia, y cuya confianza ciega en sus
líderes los convierte en cómplices de las tropelías que estos
cometen. Beneficiados por sus leyes, estos pequeño-burgueses tragan
sin objetividad toda esa verborrea belicosa que sus líderes lanzan
desde el televisor y la prensa. Y luego pasa lo que pasa, la
idiosincrasia de éste pueblo hace el resto, y cualquier día de
estos te ves al ejercito en la calle, y una barricada junto a la
panadería ¿Qué no?
Hace unos días fui
testigo en un bar, de una escena que acabó dando paso a este
escrito. Un tipo normal, buena persona, seguro. Buen ciudadano,
seguro. Desde el púlpito de la barra y regándose por dentro con una
jarra de cerveza se dirigía a otro de su calaña a grito pelado:
-¡Los que han votado a Pohemos son unos hijos de puta! Que te lo
digo yo. Como el bar está regido por ciudadanos de origen oriental,
en el mismo no hay ningún cartel de aquellos bizarros que
proclamaban: PROHIBIDO HABLAR DE POLÍTICA. Así que el orador
espontáneo, crecido por el silencio y la enigmática sonrisa del
oriental, seguía con sus obtusos argumentos. Hasta que otro hombre
que estaba en una mesa cercana, se levantó, y acercándose mucho a
la cara del ciudadano-cívico-educado-buen pagador-necio e ignorante,
le dijo: -¿Me estás llamando hijo de puta? El otro, con el gesto
congelado en la cara, respondió:-¿Yooo?
no. -¡Ah! Es que yo he
votado a Pohemos, y si tienes algún problema lo discutimos..
-No, no, perdone...Es que
yo hablaba de otra cosa...perdone...
Este odio existe, algunos
lo usan ya, y otros no saben que lo llevan. Lo peliagudo y
terrorífico del asunto, es que nuestros gobernantes, con sus
irresponsables declaraciones sin sentido, y seguro que
conscientemente, algún día aplicarán la llama a la yesca, y
nosotros llevados por una pasión mal entendida cayéramos en su
provocación y nos dejáramos prender.
No hay ningún
radicalismo, todo está dentro de la normalidad. Unos roban
descaradamente, y otros lo harán soterradamente, unos son
prepotentes en sus discursos y otros moderados, mientras actúan por
detrás. Son políticos, unos y otros, y nosotros solo un juguete en
sus manos. Solo con inteligencia, y usando sus propios métodos se
les podría poner en el abismo de tener que escuchar al pueblo al que
manipulan, y que a fin de cuentas es el que los elige.
Yorick.