deseo de ser un jíbaro

Soy un jíbaro reciclado
En lugar de reducir cabezas
Reduzco mi existencia

Trabajo en una fabrica de salchichas alemanas
Donde de mucho pensar
Decidí aplicar formulas matemáticas a mi vida

Allí descubrí el absurdo de los números
Y de los jíbaros en Alemania

Después cambié las salchichas por fregaderos
La diferencia mas notable fue el olor
Aun pasaron meses hasta que deje de oler a salchichas
Se me pasaron para siempre las ganas de comerlas
Las pocas que tenía
De lo que no se me pasaron las ganas
Era de reducir las cabezas de los jefes
Mientras embalaba fregaderos
Recordaba de memoria
El viejo arte de mi pueblo
Ya no pensaba en matemáticas
Sino en seguir un rastro por la selva
Una selva sin hormigón
Donde poder cortar la cabeza del enemigo
Y después reducirla

Creo que soy el único jíbaro de Alemania
No hay mujeres jíbaras
Y las rubias de dos metros no me gustan
Salvo para reducir sus enormes cabezas
Tendría que esmerarme mucho
-pienso mientras embalo otro fregadero-
Para que sus cabezas no quedaran muy grandes
Después de reducirlas

Cuando llegue a este país
Me instale en un enorme parque
Vivía bajo un seto al pie de un árbol
Un barrendero me denunció y tuve que mudarme a una pensión
Por suerte convencí a la dueña
Para que me dejara vivir en el patio trasero
Tengo mi choza allí
Fabricada con ramas y follaje del parque


Cuando salgo de la fábrica
Me descalzo
Me quito la ropa
Y me voy al parque
Allí esta mi arco escondido
Entre los árboles cazo
Pájaros o roedores
Tengo cuidado de que nadie me vea
Porque esta vez no dejaría que me denunciaran
Y usaría mi arco y mi cuchillo
Ya tendría una cabeza para reducir

En este país no se ve el Sol ni las estrellas
Y eso me impide volver a la selva
No quiero ir más al norte
No podría vivir siempre abrigado
Sin los rayos de Sol rondándome el cuerpo

Algún día volveré a la selva
Llegare al mar y construiré una balsa
Para cruzar el océano
Luego me internaré en los bosques
Hasta encontrar a mi pueblo
Por el camino iré olvidando
Las lenguas que aprendí
Las normas que me impusieron
Las extrañas costumbres
Las matemáticas
Las salchichas
Los fregaderos
Olvidare todo
Justo después
De advertir a mi pueblo
De que nunca abandonen la selva




Rafa Becerra

los parados

Hay una clase de personas en este país que saben bien lo que es estar en el paro laboral. Me refiero a los que rondan edades en torno a los cuarenta y cinco años. Su andadura profesional comenzó a mediados o finales de los ochenta, en la mayoría de los casos, con unos estudios mínimos, o como mucho una FP que abría pocas puertas, la verdad. Los estudios superiores, estaban al alcance de muy pocos, y siempre había una forma de vetar a quien no proviniera de una familia solvente económicamente.
Entonces comenzabas a trabajar en un taller, o una fábrica, o una obra, con un contrato laboral de seis meses o de un año, hasta un máximo de tres. La esperanza de todo trabajador de la época era llegar a esos tres años, y alimentar la ilusión de que la empresa valorase tus servicios hasta tal punto que pasaras a ser un ‘fijo’
Esto, como se podrán imaginar, no ocurría casi nunca. Y digo casi, porque fui testigo de casos de tipos que a través de plataformas sindicales, negociaron su salto a la categoría de los fijos, ante la mirada estupefacta de los eventuales, que lógicamente fueron sacados de su lista de prioridades.
Así, que cumplidos esos tres años, te inscribías en el paro, en la mayoría de los casos por primera vez. Las generaciones anteriores a esta, la de nuestros padres, conocian de sobra lo que era ser un parado en España, al principio de la década de los ochenta. Era poco menos que una maldición, un estigma diabólico, que provocaba tanto rechazo como un pordiosero (ver prensa de la época)
Cuando le toco a la generación de la que hablaba antes, las cosas no habían cambiado mucho. Salvo en la aceptación social, y en la mejora en los subsidios. Pero encontrar trabajo de nuevo no era tarea fácil, ni estaba supeditado a ninguna regla. Puro azar, igual tardabas un mes, que dos años. Aun no se hablaba de estrés ni de depresiones, aunque les puedo asegurar que existían en muchos trabajadores parados.
Los que encontraron su siguiente empleo descubrieron pronto otra sorpresa: el contrato laboral básico era por tres meses prorrogables a seis. Entonces comprendías que nunca jamás formarías parte de la plantilla de una empresa, que nunca jamás contarías para los sindicatos, y que en tiempos de crisis, serías el primero en cruzar la puerta de la empresa en sentido inverso. Al llegar a la oficina de empleo, ya constatabas que el subsidio había menguado, y el tiempo de cotización subido, empezaba la carrera para completar los días que te faltaban para poder cobrar.
Los que no han vivido esta situación se podrán hacer una idea de las páginas que puede llegar a tener una vida laboral.
También hubo muchos casos de trabajadores que con dinero ahorrado, o con el desempleo cobrado en su totalidad, se atrevían a formar una empresa.
Les puedo decir, que de los osados que conozco, solo los que apostaron por el ramo de la hostelería tuvieron éxito. Aquellos que abrieron un taller, se dedicaron al montaje, o a la manufactura, aprendieron pronto las reglas del juego: Los pagos aplazados a 30, 60 y 90 días. Si tu empresa dependía de esos ingresos para seguir funcionando, y con tu capital ya menguado por la puesta en marcha del negocio, este no tardaría en expirar.
De esta forma, después de liquidar tus deudas con hacienda y la seguridad social, volvías al paro. Con suerte escapabas bien de la aventura, en otros casos las deudas sin pagar, te jugaban un divertimento extra: los juicios, el embargo de tu nómina y de tus bienes y la ruina total, del desgraciado y de su familia. Ya saben lo que dice la canción: -Cuando el dinero no entra por la puerta, el amor salta por la ventana-
Lo sorprendente de esta historia, es que cuando has pasado así quince años de tu vida, sazonados por cambios políticos, de gobiernos, de leyes, de ministros y de toda esa lacra que nunca ha movido un dedo por mejorar tu situación, algunos sigan pensando que el gobierno de turno les ayuda, que los sindicatos gubernamentales defienden los intereses de los trabajadores, y que con tu voto, apoyando a la oposición tu situación mejorará, hipnotizado por promesas electorales, que no son mas que miguitas de pan para los pájaros.

Sin embargo no tengan duda, de que tras años de robar descaradamente de las arcas del estado y de machacarnos económicamente, a través de impuestos abusivos, encarecimientos del suelo, los alimentos y las energías, llegada la ruptura del sistema financiero, volverán sus esfuerzos a mantenerse ellos a flote, a que el ritmo de amasar dinero no pare. Mientras con la mirada de un cordero degollado nos instan a aguantar, a nacionalizar el sufrimiento, que no el reparto del dinero ni de las condiciones de vida.

No serviría de nada largar un discurso. Llegados a este punto, todo el mundo debería saber de que va esto, a que clase social pertenece, y que intereses debe defender. La intención era solo recordarlo, porque visto lo que se ve en la calle, parece como si muchos no se enteraran de que siempre van a ser unos explotados, que se jubilaran llenos de achaques y cobrando una pensión de mierda, sino se matan antes trabajando, viendo crecer a sus nietos con el sello del esclavo tatuado en su frente.


Yorick.

el camino amargo

Con acritud, con mucha acritud, con resentimiento, con rabia, con asco. De esta forma los días se le transforman en cárceles. Condenado a no tener la capacidad de vivir en una mentira, a no ser capaz de convertirse en un mediocre, mezquino e imbécil ser, igual a los que pueblan el mundo a su alrededor. Condenado a escuchar constantes estupideces que andamian una sociedad erigida para acabar con todos los instintos naturales de los humanos. Una sociedad que tiraniza a base de dependencia de si misma, que anula la muerte y promete, siempre promete un mañana mejor.
En esta situación, con acritud, con mucha acritud, con resentimiento, con rabia y con asco no pasa un solo segundo del día en que no espere una catástrofe, le da igual, que sea natural, como provocada, lo mismo le importa que empiece una guerra mundial, que una glaciación, o un meteorito choque con el planeta. Algo, que pase algo, que haga llorar al mundo, que los humanos vuelvan la cara para pedir ayuda, que existan unos valores, que te haga apreciar a la persona que tiende su mano para levantarte del suelo. Que deje de tener importancia toda la parafernalia con la que disfrazamos nuestros desvalidos cuerpos y desvalidas mentes, que se borren pensamientos de superioridad, del cerebro humano para volver a la sencillez, a una sencillez que nunca debimos abandonar.
En las contadas ocasiones en que reveló su verdadero pensamiento a algún congénere, no faltó nunca quien sugiriera un suicidio, quien con malicia apuntara la posibilidad de que acabara con su vida. Más idiotas. ¿Porqué pensarían estos imbéciles que el no querría vivir? No serán capaces de entender nunca que no se trata de no vivir, sino de sentirse vivo, de dejar de tener la sensación de ser una marioneta en manos de otros, de ser consciente de nuestra pequeñez frente al mundo y a la propia vida que lo colma.

Ahogado por estos pensamientos, la soledad se hace necesaria, imprescindible, cuanto más solo, cuanta más incomunicación, mas fácil le resulta respirar, la ecuación es sencilla: menos oyes, menos discutes, menos desesperas. Piensa sin equivocarse, que todo esta dicho, inventado, que se agotaron las ideas, y el mundo sobrevive reinventando, renombrando y plagiándose a si mismo en una constante necesidad de tener satisfechos a quienes aplauden a sus semejantes y a sus carceleros.
Esa es la realidad, que todos vislumbramos en el espejo, que nuestra imagen reflejada trata de decirnos desde el fondo de los ojos, y que acallamos delegando el pensamiento, claudicando la voluntad, agonizando de por vida.
Cuando cuentas esto, tu teléfono deja de sonar.
Nadie quiere volver a verle, si fortuitamente se cruzan con el por la calle, hacen lo indecible para desaparecer, meterse en una tienda, volver la cara, hasta salir corriendo, para evitar una mirada, un saludo, una conversación inocente, porque en el fondo, el terror de saber que esta desnudo ante el los ahoga, los anula, y si pudieran fulminarlo en ese momento lo harían, para evitar tener que oír otra vez la verdad.
Esa verdad, que no es sino la denuncia de la mentira.

En esa soledad solo tiene cabida el aguardiente. Elixir que nubla los sentidos, que hace las noches más profundas y olvidadizas. Junto al aguardiente siempre un libro. Uno cualquiera de aquellos que se atrevieron a hablar y contar lo que sabían, lo que veían en el espejo. Sorprendería saber cuanto hace que las palabras ya están dichas, reflexiona el hombre apurando el vaso, sintiendo el aguardiente flameándole la traquea en su camino hasta el estomago, un camino sin retorno hacia la autodestrucción, en el camino amargo que empezó en el vientre de su madre, lo que hubiera dado por no nacer, por no padecer la grandeza que dicen tienen los seres humanos, por continuar inmerso en la nada, inmune a la idiotez de sus semejantes.
Pero no ocurrió así, nació y acepta ese nacimiento, porque aprendió a afrontar las cosas como llegaran, fueran buenas o malas. Los lamentos no tienen sitio ni sirven para que las cosas vayan mejor, por eso aceptó su nacimiento, y solo la esperanza de esa catástrofe le mantiene en pie, la esperanza de respirar en libertad una sola vez, solo eso. Eso y…la satisfacción secreta de que sus semejantes adocenados no le vean rendirse.



el reverendo Yorick.