Hay autores, cuya
existencia las instituciones parecen empeñadas en olvidar. Las
editoriales que un día publicaron sus obras, entierran estas o bien,
sacándolas de los catálogos, o bien, negándoles cualquier tipo de
promoción. A veces pienso que en algunos casos, este modo de
proceder, tiene su origen en el contenido mismo de las obras. Siendo
escritores cuya pluma volaba rauda en busca de la verdad, del
desenmascaramiento de la estupidez de una sociedd y unos estamentos
enquistados en el absurdo.
No es de extrañar que su
trabajo sea ninguneado y maltratado de semejante forma. Una venganza
burda de los denunciados, de los ofendidos, que desde la platea
tratan de maquillar lo insulso de si mismos y lo cómplices y
artífices que son de un sistema corrupto desde su base.
Uno de estos autores fue
Miguel Espinosa. Creador de una obra iluminada por la estrella de la
verdad. Dueño de un estilo hábil e inteligente, fue capaz de crear
una cosmogonía de una realidad tan absurda, que solo disfrazándola
de ficción puede ser creída. Me refiero a esa maravilla literaria
titulada: Escuela de Mandarines. Una fábula demasiado realista sobre
los entresijos más disparatados del poder, curiosamente los más
robustos, la locura de unos gobiernos que inexplicablemente
permanecen sin cambios durante décadas, y cuando estos llegan, son
los mismos, que una vez mudada la piel, saben adaptarse al nuevo
estilo, al que no tardan en volver a corromper.
La obra de Miguel Espinosa
gira alrededor de estos carroñeros y maestros del camuflaje. Con un
lenguaje riquísimo pleno de matices, y un sentido tragicómico de la
realidad, nos regaló un legado literario que calificaría de
imprescindible, a pesar de lo difícil de hacerse con él hoy día.
Hasta el momento, solo he
conseguido dos títulos, el citado Escuela de Mandarines, y su obra
póstuma: La fea burguesía. Si en el primero, disfrazaba la realidad
de fábula, en el segundo ataca esta directamente, de forma valiente,
desmigaja con la precisión de un relojero, una máquina de poder,
oxidada y putrefacta, a la que muestra en su apogeo pestilente.
Si lo que buscan es
literatura de verdad, sobrepasando con sutileza el mero
entretenimiento. Busquen sus libros, léanlos, comentenlos, y sobre
todo envenenen a otros con ellos. Realice su buena acción del día y
no se lo guarde para si mismo. Como ya hicieron los que secuestraron
la obra de este hombre genial.
Saquen esos libros del
ámbito de estudiosos universitarios, para que vuelen entre las
personas de a pie, que a fin de cuentas, fueron escritos para ellos.
Descubran el verdadero rostro de esa “Feliz gobernación” en la
que estamos inmersos y donde más de uno descubrirá estar enterrado
hasta la cintura.
El reverendo Yorick.