Dictamen sobre concepto
confederal del comunismo libertario
Los anarquistas no
promueven la revolución para hacer de jefes, sino para evitar que otros actúen
como tales.
Camillo Berneri
Cuando
en mayo de 1936, la CNT se reunió en Zaragoza en el IV Congreso confederal,
había transcurrido casi setenta años desde que se instaurara la I Internacional
en nuestro país. El movimiento anarquista, no sólo había sobrevivido a la represión, sino que a través
de su acción y su práctica cotidiana había conseguido elaborar un programa de
la revolución anarquista que se plasmó en dicho congreso mediante el «Dictamen
sobre concepto confederal del comunismo libertario».
El
movimiento anarquista es ante todo un movimiento antiautoritario y como tal su
modo de acción debe ajustarse en todo momento a conseguir recrear las
condiciones en las que pudieran diseñarse los mecanismos necesarios para
conseguir una sociedad libertaria. En todo caso, los militantes anarquistas
eran conscientes de que elaborar una teoría de lo que podría ser dicha sociedad
no tendría demasiado sentido, ya que la evolución de la misma haría obsoleta
rápidamente cualquier propuesta que se idease. En todo caso sabían que no se
puede destruir lo que no se puede sustituir y por ello concibieron con su práctica
la sociedad antiautoritaria a la que deseaban arribar.
Este
fue el motivo de que los internacionalistas españoles adoptaran, de sus
correligionarios belgas, un breve ensayo en forma de artículo en el cual se
diseñaba la sociedad del porvenir mediante las instituciones creadas en el seno
de la Internacional. «Nos proponemos demostrar que ya La
Internacional ofrece bien exactamente el tipo de sociedad
del porvenir y que sus diversas instituciones, mediante las modificaciones que
convenga, formarán el orden social futuro» (Instituciones
actuales de la Internacional: 1870).
La
idea era magnífica, pero seguramente era difícil prever en ese momento que una
organización de ese tipo crearía una ingente burocracia que acabaría por
hacerla inútil. Anselmo Lorenzo, en sus conocidas memorias, nos lo explica con
meridiana claridad: «Con obreros tan esquilmados como los
españoles, entre quienes tanto abunda el analfabetismo y cuya mentalidad en
general era escasa, no había posibilidad, no ya de que se comprendiera por
todos tan complicada organización, sino de que hubiera número suficiente de
hombres y mujeres capaces de poner en actividad tantas comisiones
administrativas, de estadística, de correspondencia, de propaganda, ni el
estado miserable del trabajador permitía cotizar para soportar los gastos
consiguientes a tal organismo, ni menos para sostener una caja de resistencia
de donde echar mano para recurrir reglamentariamente a una huelga parcial» (Lorenzo, Anselmo: 1974,
298-299).
Por estas y otras razones, algunos teóricos
anarquistas como Kropotkin y Reclus, Malatesta y Cafiero, llegaron a la
conclusión que, el triunfo del colectivismo anarquista, supondría crear una
especie de superestructura —una especie de Estado— que sería la encargada de
dictaminar lo que le corresponde a cada trabajador por la tarea realizada.
Porque la diferencia entre el anarco-colectivismo y el anarco-comunismo se
reduce a la distribución de los productos elaborados, pero esta diferencia es
fundamental a la hora de instaurar una sociedad anarquista. Mientras que los
colectivistas defendían que el obrero debía ser propietario del producto de su
trabajo, los comunistas defendían que tanto la producción como la distribución
pasaban a ser propiedad de la colectividad. Como dijimos al principio esta
divergencia no tenía mucho sentido, ya que la evolución de la sociedad haría
obsoleta cualquier teoría económica de la sociedad futura, por ello se acordó
la fórmula del anarquismo sin adjetivos para acabar con la disputa ideológica.
De todos modos es importante analizar las razones
que hicieron que en este país los anarquistas siguieran defendiendo el
colectivismo cuando ya en el resto de Europa y en otras zonas el movimiento
anarquista había adoptado el comunismo anarquista, que sería refrendado en el
Congreso de Londres de julio de 1881. Para ello es necesario tener en cuenta
que en los años setenta del siglo XIX, la internacional española se encontraba
actuando en la clandestinidad y además, el colectivismo había dado buenos
resultados en la primera etapa de 1869 a 1874, por ello, aunque seguramente les
llegaron noticias del viraje ideológico del movimiento anarquista internacional
y también de las resoluciones del congreso de Londres, decidieron continuar con
las tácticas y estrategias de la primera etapa. Pero este período, 1874-1881,
al igual que los dos siguientes períodos de clandestinidad (1923-1931 Y
1939-1977) que el movimiento anarquista español ha atravesado a lo largo de su
historia hasta la actualidad, cobra una especial relevancia a juzgar por los
acontecimientos que se desarrollaron en cuanto el movimiento internacionalista
español pudo volver a actuar a la luz pública.
Los enfrentamientos entre quienes propugnaban una
organización revolucionaria y aquellos que defendían un proyecto de
organización actuando dentro del marco de le legalidad vigente, hizo que la
Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), nombre que adoptó la
organización en esta etapa, tendiera cada vez más a una centralización
burocrática, lo cual provocó su paulatino declive hasta su desaparición definitiva en 1888. Y
prácticamente al mismo tiempo que la FTRE entraba en franca decadencia, las
teorías anarco-comunistas eran introducidas en el país de la mano de los
redactores de la revista La Justicia
Humana a mediados de la década de los ochenta.
Las polémicas, enfrentamientos y escarceos varios
menudearon entre anarco-colectivistas y anarco-comunistas, hasta por los menos
1890, cuando el movimiento en su conjunto decidió abrazar la fórmula del
anarquismo sin adjetivos. Pero en la práctica, se adoptó el anarco-comunismo,
porque en el fondo la cuestión que se debatía no era tanto ideológica, como el
tipo de organización que debe potenciarse para alcanzar los objetivos deseados.
El primer grupo anarco-comunista —los redactores de
La Justicia Humana y más tarde de Tierra y Libertad— elaboraron un «Proyecto
de Organización»[1] en
el que desarrollaban sus ideas sobre la organización antiautoritaria y en ella
se apoyarían los grupos de afinidad anarquistas que a partir de principios del
siglo XX se extenderían a lo largo y ancho del país. Este tipo de organización
no tardaría en dar sus frutos. La teoría sobre la organización la recibirían
los anarco-comunistas españoles de los teóricos anarquistas franceses, especialmente
de Jean Grave, el anarquista francés que más esfuerzos dedicó a elaborar sus
teorías y del cual traducirían al castellano varios folletos.[2]
Pero antes de señalar algunos aspectos muy
importantes de las teorías organizativas del anarco-comunismo, creo necesario
señalar el papel jugado por Ricardo Mella en esta polémica entre
anarco-colectivismo y anarco-comunismo. El anarquista gallego siguió
defendiendo el anarco-colectivismo hasta su muerte. En torno a esta
problemática su primer trabajo fue publicado en la revista Acracia[3],
donde mostraba su rechazo del comunismo. Unos años después en el periódico La Solidaridad de Sevilla, publicaría
varios artículos en los que ampliaría aún más su defensa del colectivismo.[4]
Analizando detenidamente los argumentos de Mella sobre el comunismo,
parece evidente que había confundido el comunismo autoritario de Marx y Engels
con el comunismo anarquista. Por ejemplo afirma: «Porque dentro de este sistema
[el comunismo] queda anulada por la masa común la individualidad personal, es decir, queda desconocida nuestra
naturaleza, negadas nuestras aspiraciones, ahogadas todas nuestras iniciativas
personales, relegado, en fin, el individuo a la categoría de elemento
secundario, resorte de la comunidad, esclavo del todo»[5].
Cuando más adelante analicemos el Dictamen nos percataremos de que es
exactamente lo contrario: el individuo es la base de la sociedad y sobre él se
asienta la comunidad y por extensión el desarrollo económico y social. Argüía
Mella, abundando en el tema: «Si el individualismo ha arrojado al hombre a la
rapiña y a la insolidaridad el comunismo lo empuja a la tutela, a
la negación de sí propio y le convierte en un simple instrumento de la sociedad o del Estado, dos cosas idénticas con nombres distintos».[6]
Quizá su pasado federalista y también su lealtad al
padre de su compañera que sería además quien lo iniciaría en el anarquismo, el
notario[7]
Juan Serrano Oteiza, explique de algún modo su persistencia en la defensa del
colectivismo.
Tras el infamante proceso de Montjuïc, que
pretendió acabar con el anarquismo, los grupos de afinidad se extendieron por
el país como mancha de aceite. La actividad de estos grupos en la primera
década del siglo XX, junto a las teorías del sindicalismo revolucionario que
comenzaron a impregnar el movimiento obrero, especialmente en Cataluña, daría
lugar a la constitución de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en 1910,
después de un largo proceso organizativo a lo largo de dicha década. Esta
peculiar simbiosis entre el movimiento anarquista (los grupos de afinidad) y el
sindicalismo de acción directa tendría como resultado que la CNT lograra salvar
la represión a que fue sometida en esta segunda década del siglo anterior. Esto
explica además que en el segundo congreso, celebrado en el teatro de la Comedia
de Madrid en septiembre de 1919, se llegara al siguiente acuerdo: «Hoy, como ayer y como mañana, afirmamos que la C. N.
T. permanece fiel a los principios antipolíticos, a la táctica de acción
directa y a la finalidad que unánimemente señaló el Congreso: la implantación
del Comunismo libertario».[8]
A pesar de todos los esfuerzos
desplegados por el gobierno, los militares y la patronal en Barcelona entre
1919 y 1923, para acabar con el movimiento anarquista y la CNT, estas
organizaciones resistieron y volvieron a actuar, hasta que el general Primo de
Rivera se pronunció en 1923, dando un golpe de Estado e instaurando una
dictadura que duraría más de siete años. Esta segunda
clandestinidad anarquista, desde 1923 a 1931, introdujo al igual que la primera
cambios importantes en las tácticas y estrategias del anarquismo en España. El
estallido de la revolución rusa en 1917 había conmocionado al proletariado
internacional y también al español y es por ello que de nuevo se puso sobre el
tapete el problema de la organización que se resolvió posteriormente con la
escisión trentista. Pero lo que a nosotros nos interesa es la introducción en
el debate —que posteriormente sería recogido en el período republicano— del
concepto de rechazo a la revolución.
En plena dictadura primoriverista, en 1924, surge
en Barcelona una revista anarquista fundada y dirigida por Antonio García
Birlán, más conocido como Dionysios: Revista
Nueva. Afirmaba venir al campo de las letras con un
criterio de selección. Heredera de la vieja tradición de Acracia, Ciencia
Social y Natura, entre otras, intentaría nuevamente sentar las bases
teóricas de un anarquismo de carácter abierto, receptivo a las nuevas ideas que
explícita o soterradamente se manifestaban. Con una concepción humanista
amplia, se colocaba fuera de toda secta y de todo partido.
En esta revista aparecieron un par de artículos
escritos por Margarita Pavitt que denotaban un extraordinario interés por un
problema crucial en el planteamiento revolucionario anarquista. Especialmente
en uno de ellos la autora afirma: «La pregunta que debe hacerse toda persona
que anhela una reforma radical de la sociedad en que vivimos, no es la ingenua
de si será posible derrocar un régimen basado en una hipotética violencia, sino
la de si será posible salvar al pueblo contra su voluntad. Porque a eso viene
toda tentativa de revolución y reorganización. Las afirmaciones de que todo
gobierno tuvo su origen en la violenta usurpación del poder y que persiste
contra la voluntad del pueblo, merced al sistemático empleo de la fuerza; de
que si el hombre no disfruta de libertad es porque se le ha privado de ella
arbitrariamente; y de que la religión la han inventado las clases dominantes
para atemorizar a la masa y hacerla más dócil al yugo, resultan completamente
inadecuadas para explicar el secular dominio de una ínfima minoría sobre
millones de sus semejantes.»[9]
Casi
cuatrocientos años después de que el humanista francés Étienne de La Boétie
escribiera su ensayo sobre la servidumbre voluntaria, se vuelve a poner sobre
el tapete el problema de la sumisión al poder establecido. Más adelante
volveremos sobre el tema, ya que en mi opinión es un aspecto de la organización
social que hay que tener muy en cuenta.
La
proclamación de la República en abril de 1931, supuso una explosión de
actividad y en lo que hace referencia al anarquismo, el movimiento en su
conjunto desplegó todo su potencial revolucionario. Comenzaron a surgir
propuestas de organización de la sociedad libertaria, tanto en libros, como en
folletos y revistas, entre ellos destaca el folleto de Isaac Puente[10]
que sirvió de base para la elaboración posterior del Dictamen.[11]
Pero
si pudo llevarse a cabo con tanta rapidez el ensayo de la sociedad libertaria
en aquellas zonas en las que el ejército golpista fue derrotado es porque ya
los grupos anarquistas lo habían experimentado en su vida cotidiana. Ya lo
señalaba acertadamente Dolors Marín cuando afirmaba que el grupo anarquista es
«un grupo que piensa y conoce, al mismo tiempo que actúa de cara a la sociedad
de acuerdo con los ámbitos políticos y sobreestructurales. El grupo encarna así
la práctica cotidiana de “vivir en anarquía” y luchar por el advenimiento de
una sociedad libertaria»[12].
El Dictamen sobre «Concepto Confederal
del Comunismo Libertario», aprobado en el Congreso de Zaragoza, exponía en líneas generales cómo
debía estructurarse la sociedad libertaria. El federalismo sería la base
organizativa y en economía se establecería un equilibrio entre la ciudad y el
campo. En una de estas declaraciones se afirmaba: «Consignamos, como refrendo a la expresa garantía de la
armonía, el reconocimiento implícito de la soberanía Individual, Con esta
potestad, que vindica la libertad por encima de todas las disciplinas
atentatorias, habremos de articular las distintas instituciones que en la vida
han de determinar la necesidad, poniendo cauces a la relación»[13]. Como
señalábamos al principio, esta declaración refuta ampliamente las afirmaciones
de Ricardo Mella.
Este importante Congreso de la CNT tuvo un eco
extraordinario en la prensa. Incluso la Academia de Ciencias Morales y
Políticas (fundada en 1857 continúa funcionando en la actualidad), decidió
dedicarle un artículo que firmó el periodista y político Antonio Royo
Villanova, en el cual, sorprendentemente, el autor se decantaba por el
comunismo anarquista, debido sobre todo a que éste se posicionaba claramente en
contra del comunismo soviético. Entre otras cosas afirmaba: «Es evidente que
por las condiciones de nuestra raza, manifestadas siempre a través
de la Historia, el español es esencialmente individualista, y, por eso, de las
dos formas en que se ha manifestado el comunismo en la
edad contemporánea
—el socialista y el anarquista—, ha prendido
mejor en nuestro pueblo el ideal anarquista».[14]
Todo
aquello que se afirma en la teoría debe poder ser demostrado en la práctica.
Este fue el caso de las colectividades, tanto agrarias como industriales,
basadas en el comunismo libertario, desarrolladas en el período 1936-1939, en
un entorno muy difícil[15].
Demostraron con creces que la propuesta económica del comunismo libertario era
eficaz en la práctica, ya que no fracasó por su colapso interno, sino por la
represión exterior. Esta represión fue llevada a cabo en primer lugar por el valeroso quinto regimiento al mando del
estalinista Líster[16];
el ejército golpista de Franco acabó de rematar la faena.
Uno
de los puntales más firmes de un movimiento antiautoritario tan potente como
era el movimiento anarquista de este país, es la coherencia. El hecho de dejar
en pie las estructuras políticas de la Generalitat de Cataluña, suponía dejar
en pie un enemigo, cuya misión sería la de conspirar contra la revolución, al
igual que los estalinistas del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC).
Si a esto añadimos el escandaloso crecimiento de la burocracia en el seno del
movimiento, el resultado final contrarrevolucionario no era sorprendente. El
anarquista italiano Camillo Berneri, que acudió a Barcelona en cuanto tuvo
noticia del estallido revolucionario, observó con pesadumbre este asalto a los
cargos. En una carta que escribió a su compañera Giovanna, confesaba: « Es
verdad lo que dices: la mayoría te aprecia porque saben que eres importante…
Ahora, al haber dejado todos los cargos, se me considera caído en desgracia.
Los que piensan esto son aquellos que pelean por crearse un nicho. Es increíble
la cantidad de pequeños oportunistas que pululan entre nosotros»[17].
El historiador Miguel Amorós abordó hace años este problema con gran rigor,
consistiendo su metodología en analizar este proceso de continuas renuncias que
desembocaron en los hechos de mayo y en el desastre final (Amorós, Miquel
(2003). También Abraham Guillén era de la misma opinión al afirmar: « El movimiento libertario español estuvo muy preocupado por edificar la infraestructura del socialismo
libertario, por abajo, pero se olvidó de consolidar y edificar el autopoder,
como superestructura ácrata, por arriba» (Guillén, Abraham (1988), 121-122).
Con
la derrota de la revolución española se cierra un importante capítulo de las
luchas contra Estado y Capital. A partir de este momento el Estado procurará
por todos los medios a su alcance arrebatar a la población aquellos
instrumentos que la hacía evolucionar según sus propios deseos. Me refiero
fundamentalmente a la educación y a la sanidad. Actualmente se intenta defender
lo que se ha dado en llamar la educación y la sanidad públicas, pero en
realidad debería hablarse de educación y de sanidad estatales, porque realmente
es el Estado el responsable de la manipulación de las conciencias y de habernos
convertido en ciudadanos medicalizados. Conseguir hoy autogestionar la
educación y la sanidad es tarea prácticamente imposible, porque aunque no se
opusieran las estructuras estatales, sería muy difícil llevarlo a la práctica
por lo elevado de los costes. Aún así, todavía es posible encontrar algún
islote aislado aquí y allá donde la intervención del Estado brilla por su
ausencia.
En
definitiva, en la actualidad parece haberse aceptado el capitalismo en una parte
importante de la sociedad; incluso los mal llamados sindicatos mayoritarios,
subvencionados por el Estado y la patronal apoyan decididamente este sistema de
explotación. Esto nos vuelve a situar en lo que La Boétie denominó servidumbre
voluntaria. Entre las causas de la misma, el humanista francés apuntaba a la costumbre y a la educación: nos educan como
siervos y la costumbre de serlo nos hace seguir siéndolo: «es la costumbre la que consigue hacernos
tragar sin repugnancia el amargo veneno de la servidumbre»[18].
Más recientemente el
filósofo Agustín García Calvo lo corroboraba con su peculiar forma de
expresión: «si
las personas no creyeran que son libres, no podrían ser esclavos». O de otra
manera: «si cada uno no creyera que hace lo que quiere, sería imposible que
hiciera lo que le mandan».[19]
También Wilhelm Reich lo
expresó a su manera: «lo que es necesario explicar
no es que el hambriento robe o que el explotado se declare en huelga, sino por
qué la mayoría de los hambrientos no roban y por qué la mayoría de los
explotados no van a la huelga».[20]
Por otro lado el
capitalismo ha logrado embaucar, con su jerga inversionista, a una parte
importante de la población —al menos en Occidente—, lo cual convierte a los
explotados en parcialmente explotadores de sí mismos y de los demás. Este hecho
explica que mucha gente que quiere un cambio radical de la sociedad, sea a la
vez un obstáculo para la consecución de la misma.
La Boétie había analizado
ya este proceso en su famoso ensayo cuando afirmaba, no sin cierto sarcasmo: « Extensa es la continuación
de este proceso y quien quiera divertirse siguiendo este filón, verá que no son
seis mil, sino cien mil, millones los que se anudan al tirano, sirviéndose de
este hilo como Júpiter, que, según Homero, se jactaba de arrastrar hacia sí a
todos los dioses si tiraba de la cadena.»[21]
A
todo esto hay que añadir los medios de formación de masas, los cuales han
conseguido ocupar prácticamente todo el espacio en el ámbito de la
comunicación. Sólo restan algunas radios libres para emitir su crítica al
actual sistema de explotación. En estas condiciones la sumisión al Estado y al
Capital se ha generalizado de tal modo que es muy difícil encontrar un
resquicio por el cual intentar abrir una brecha lo suficientemente importante
para empezar a organizarnos siguiendo los presupuestos del comunismo
anarquista.
Entre
los obstáculos más importantes que se nos presentan a la hora de teorizar la
organización de una sociedad anarquista, se encuentra el factor demográfico,
pero se da la paradoja que este factor comienza ya a tener un peso negativo en
el desarrollo del capitalismo.
El
antropólogo francés Pierre Clastres, experto en el análisis de las sociedades
sin Estado, que por lo común se denominan primitivas, lo señalaba con su
habitual rigor: «¿En qué condiciones puede una sociedad prescindir del Estado?
Una de ellas es que la sociedad sea pequeña. Por este derrotero me uno a lo que
tú acabas de decir a propósito de Rousseau. Es cierto, las sociedades
primitivas tienen esto en común: son pequeñas, en sentido demográfico y
territorial y eso es una condición fundamental para que no se produzca la
aparición de un poder separado en esas sociedades. Desde este punto de vista,
se podría oponer término a término a las sociedades primitivas sin Estado y a
las sociedades con Estado: las sociedades primitivas se sitúan del lado de lo
pequeño, lo limitado, lo reducido, de la escisión permanente, del lado de lo
múltiple, mientras que las sociedades con Estado están situadas exactamente en
el lado opuesto; están en el lado del crecimiento, de la integración, de la
unificación, se encuentran en el lado de lo único. Las sociedades primitivas,
son sociedades de lo múltiple; las sociedades no primitivas, con Estado, son
sociedades de lo único. El Estado es el triunfo de lo único». (La sociedad
contra el Estado, Barcelona, Virus, pp. 238-239)
Una
vez señaladas algunas de las dificultades con las que nos encontramos
actualmente para alcanzar una sociedad libertaria, hay que seguir insistiendo
en la posibilidad de su realización. El economista Abraham Guillén ha llevado a
cabo un monumental trabajo distribuido en tres volúmenes en los cuales el
profesor desarrolla minuciosamente cómo sería posible, desde el punto de vista
económico, construir una sociedad libertaria. No me parece superfluo citar
algunas de las consideraciones en torno a este problema. Analiza las
colectividades anarquistas del 36-39, basadas en un federalismo económico y en
un mercado autogestionario y en otro lugar afirma: «El socialismo libertario no tiene necesidad de
planificación centralizada, sino de un socialismo de mercado, de la
competencia entre grupos colectivos de trabajo, de la democracia directa en las
empresas por medio de los consejos autogestores de obreros, técnicos y
administrativos, que nombran al director de la fábrica y lo revocan; tienen el control de su empresa;
son dueños colectivos de repartir e invertir su excedente económico; deben
aportar o invertir una buena parte del mismo para realizar la reproducción
ampliada del capital social (comunitario, no estatal). El socialismo sólo será
con libertad o de autogestión; pues, de lo contrario, será capitalismo de
Estado, donde de la burocracia sustituirá a la burguesía como nueva clase
opresora y explotadora» (Guillén, Abraham (1990a), 135).
A
esto yo añadiría que la organización ideal para preparar una posible sociedad
libertaria continúa siendo el grupo de afinidad, estos grupos de común acuerdo
pueden tejer una tupida red de relaciones al margen de la política
parlamentaria, en todos los terrenos en que estos grupos se constituyan. De
todos modos, mientras no sepamos integrar la servidumbre voluntaria en la
ecuación: explotación más rebelión igual a represión, los movimientos
antiautoritarios continuarán teniendo su talón de Aquiles.
Paco Madrid
Bibliografía
Amorós,
Miquel (2003), La Revolución traicionada.
La verdadera historia de Balius y los Amigos de Durruti, Barcelona, 444
páginas
Excelente
estudio de la revolución española y de las vicisitudes que llevaron a su
fracaso.
Boétie,
Étienne de la (2016), Discurso sobre la
servidumbre voluntaria, Barcelona, Virus, 220 páginas
Aunque
no fue el primero en escribir sobre esta cuestión, sí que fue el que más
estructuró el discurso en una amplia disertación. Escrito en 1548 o 1550,
posiblemente sea el libro más reeditado de todos los que se han publicado hasta
ahora (exceptuando la Biblia, claro y posiblemente algún otro texto religioso).
El
congreso confederal de Zaragoza (1955), Toulouse, 204
páginas
El dictamen sobre «Concepto confederal del comunismo
libertario», se encuentra en páginas188-202. Reproducido en Revista de Trabajo (Madrid), 56 (octubre-diciembre
1976), 437-448
Guillén,
Abraham (1988), Economía libertaria.
Alternativa para un mundo en crisis, Bilbao, 635 páginas
Guillén,
Abraham (1990a), Economía
autogestionaria. Las bases del desarrollo económico de la sociedad libertaria,
Móstoles, 502 páginas
Guillén,
Abraham (1990b), Socialismo libertario.
Ni capitalismo de monopolios, ni comunismo de Estado, Móstoles, 567 páginas
En
estos tres volúmenes, este economista anarquista lleva a cabo un minucioso
estudio de cómo podría instituirse una sociedad libertaria
Instituciones actuales de la Internacional, bajo
el punto de vista del porvenir, Las (1870), por L’Internationale de Bruxelles, La Solidaridad (Madrid), I, 8 (5 marzo 1870), 1-2. Incluido en Antología Documental del
Anarquismo Español. Volumen 1: Organización y revolución: De la Primera Internacional
al Proceso de Montjuic (1868-1896), Madrid, 2001, pp. 117-119
Lorenzo,
Anselmo (1974), El proletariado
militante, prólogo y notas de José Álvarez Junco, Madrid, 1974, 490
páginas
Una
de las mejores memorias de un militante anarquista internacionalista, el cual
pone de relieve las dificultades que atravesaron los dos períodos de la
Internacional en España y también las suyas propias hasta alcanzar un
equilibrio emocional e intelectual
Marín
i Silvestre, Dolors (1989-1990), De la llibertat per coneixer al coneixement
de la llibertat. L'adquisició de cultura en la tradició llibertària catalana
durant la dictadura de Primo de Rivera i la Segona República
Espanyola, Tesi doctoral, Barcelona, 612 págs. + apéndices
Un
trabajo excelente sobre las prácticas anarquistas de los grupos de afinidad,
que explica en gran medida el proceso que se desarrolló a partir de julio de
1936
Mintz,
Frank (1977), La autogestión en la España revolucionaria, Madrid, La Piqueta,
436 páginas
Uno
de los primeros estudios sistemáticos de las colectividades anarquistas del
36-39
Paniagua,
Xavier (1982), La sociedad libertaria, Barcelona, Crítica, 310 páginas
Un
estudio bastante exhaustivo sobre los diferentes proyectos que diseñaron los
anarquistas, en los años republicanos, para construir la sociedad libertaria.
Sinopsis Social. La
anarquía, la federación y el colectivismo (1891), Sevilla, 17 páginas
Este
ensayo fue publicado, en forma de artículos, en el periódico La Solidaridad de Sevilla, dirigido por
Ricardo Mella, entre el número 9 del 14 de octubre de 1888 y el número 17 del 9
de diciembre de 1888. Aunque los artículos no están firmados, este ensayo se
atribuye a Ricardo Mella. Ha sido incluido en Antología Documental del
Anarquismo Español. Volumen 1: Organización y revolución: De la Primera Internacional
al Proceso de Montjuic (1868-1896), Madrid, 2001, pp. 376-392
[1]
Aunque ya empezaron a esbozar sus presupuestos organizativos en
La Justicia Humana, fue en Tierra y
Libertad donde completaron dicha teoría, «Anarquía y organización», en varios
capítulos. Algunos fragmentos de este proyecto pueden consultarse en
Antología Documental del Anarquismo Español.
Volumen 1: Organización y revolución: De la Primera Internacional
al Proceso de Montjuic (1868-1896), Madrid, 2001, pp. 333-346.
[2]
Especialmente
Autoridad y organización,
publicado en 1888, que les sirvió de base para elaborar sus propias teorías
sobre la organización de los grupos de afinidad.
[3] Con el título «La reacción en la revolución», en
cinco capítulos, del número 18, junio de 1887 al 28, abril de 1888. Esta
revista se puede descargar en
http://www.cedall.org/Documentacio/Catala/cedall103509000_Acracia%201986%201988.htm
[4]
Véase,
Sinopsis Social. La anarquía, la
federación y el colectivismo (1891).
[5]
Acracia (Barcelona), 26 (febrero
1889), p. 477.
[6]
Sinopsis Social. La anarquía, la
federación y el colectivismo (1891), p. 14.
[7]
A fin de zanjar la cuestión de si Oteiza era o no notario, traigo a colación la
necrológica que le dedicó la
Revista
General de Legislación y Jurisprudencia de Madrid, 68 (enero-junio 1886),
301-302; después de dedicarle los elogios de rigor, afirma: « Ya Notario, tomó
parte en varias oposiciones de Madrid y Zaragoza, obteniendo siempre los
primeros lugares en las ternas; pero las veleidades de los gobernantes y la
deficiencia de las leyes le privaron de lo que merecidamente le correspondía».
[8]
Revista de Trabajo (Madrid), 49-50
(enero-junio 1975), p. 257.
[9] «La
psicopatología de la sumisión», Revista Nueva (Barcelona), 25 de julio
de 1925), 1-3
[10]
Puente, Isaac,
El Comunismo Libertario.
Sus posibilidades de¡Error! Marcador no definido. realización en España, Valencia,
Estudios, 1933, 40 páginas. Este ensayo fue reeditado en numerosas ocasiones.
[11]
Paniagua,
Xavier (1982), llevó a cabo un exhaustivo estudio de todas aquellas iniciativas
que fueron sucediéndose a los largo de los añs republicanos hasta desembocar en
la revolución de julio de 1936.
[12]
Marín i Silvestre, Dolors,
De la llibertat per coneixer al coneixement
de la llibertat. L'adquisició de cultura en la tradició llibertària catalana
durant la dictadura de Primo de Rivera i la Segona República
Espanyola, Tesis doctoral inédita, Barcelona, 1989-1990, 406-407.
[13]
El
congreso confederal de Zaragoza (1955), p. 189.
[14]
Anales de la
Academia de Ciencias Morales y Políticas,
cuaderno 6º (abril-junio 1936), p. 199. Esta supina estupidez ha sido repetida
en numerosas ocasiones, incluso entre los propios anarquistas.
[15]
Mintz, Frank (1977). Este fue el primer estudio en profundidad de las
colectividades libertarias. En la actualidad la bibliografía sobre el tema es
muy abundante.
[16]
Líster fue el encargado de disolver el Consejo de Aragón y destruir las
colectividades, pero éstas se volvían a reorganizar tras el paso del quinto
regimiento, cfr., Mintz, Frank (1977), p. 182.
[17]
Pensieri e Battaglie, París, pp. 260-261.
[18]
Boétie,
Étienne de la (2016), p. 36.
[19]
García
Calvo, Agustín,
Hijos, ¿para qué?
[20]
Psicología de masas del fascismo,
Madrid, Ayuso, 1972, p. 32.
[21]
Boétie,
Étienne de la (2016), p. 67.