MANIFIESTO CONTRA EL DERROCHE CULTURAL DEL ANARQUISMO



Cuando a nuestro alrededor vemos desmoronarse todo aquello que considerábamos más sagrado. Cuando se desnuda lo más sublime y enseña sus pútridas entrañas haciéndonos palidecer de horror. Cuando hasta nosotros llegan los ecos lejanos de los gritos desgarrados de aquellos que sufren la pérdida de lo eterno. Cuando la tierra firme parece abrirse a nuestros pies, es ahora, más que nunca, cuando más necesario es conservar la relativa calma.
Se impone, pues, sujetarnos a lo necesario, desoyendo los cantos de sirena de quienes, con desprecio de los más sagrados principios, solo atienden a lo superfluo movidos por un irrefrenable afán de conquista. Depredadores de las ideas, parásitos del espíritu, vampiros del pensamiento, carroñeros de la vida que late impetuosa en nuestros corazones, únicamente tienen por norte y guía nutrir sus viscosas carnes con la savia jugosa de lo imperecedero.
Miremos de salvar de las ruinas los aspectos vivos de nuestra historia, a fin de seguir manteniendo la lucidez y la capacidad crítica, mientras nuestros contemporáneos se debaten en dudas ignominiosas indignas de nosotros.
Elevemos nuestros pensamientos, profundicemos en las ideas, lo cual no significa ponerse la escafandra y sumergirse en las procelosas aguas de mares infectos formados con los detritus de una sociedad satisfecha de haber logrado finalmente destruir el placer de vivir. Pero no nos revolquemos tampoco en la superficialidad legamosa de los pantanos de la indiferencia; arrojemos lejos de nosotros el tedio inyectado por las mortales picaduras de los hechiceros de lo ignoto.
Os propongo rescatar todo aquello que aún conserva su valor como arma crítica frente al actual estado de cosas, haciendo que nuestro escepticismo logre el color sonrosado de los cuerpos sanos y las almas puras. Alcancemos juntos la profundidad necesaria para nuestras exigencias, pero haciéndolo al modo tradicional que ha demostrado ser —hasta ahora— el método más correcto: El grado de profundidad alcanzado en una problemática dada, está en relación directa con la gama de afectos invertidos en la misma. Amemos aquello que realizamos, abandonándonos confiados a las tareas gratificantes y la penetración en el conocimiento se nos dará por añadidura.
O lo que es lo mismo, profundizar no significa dar a las palabras un uso desacostumbrado, haciendo que éstas bailen al son de extraños ritmos desconcertando a los ingenuos. Antes al contrario, significa observar con agudeza lo que éstas esconden pudorosamente tras su prístino candor. Significa desvelar el misterio de lo críptico desnudando la estupidez y mostrándola sin recato a las mofas de un público condenado para siempre al papel de espectadores de una obra incomprensible.
Frente a todos aquellos que utilizan el acervo cultural del anarquismo ibérico como justificación para ocultar tétricos designios, o aquellos otros que intentan vaciarlo de contenido para presentar del mismo una imagen integrada, asimilable por los delicados estómagos de los «fagocitadores» del sistema. Frente a ese inmenso ejército de comparsas, que como sombras chinescas de una gran lámpara mágica ejecutan movimientos incoherentes que dan la necesaria coherencia al portador de la luz, situémonos en la cara oscura de la verdad y reflexionemos sobre nuestro más inmediato pasado a fin de desentrañar los secretos móviles que han hecho de nuestra vida un sin sentido con apariencia de eternidad.
Antes de continuar con mi apocalíptica exposición, debo confesar mi ignorancia en las cuestiones relativas al método. Descartado lo sistemático que implicaría una recaída en lo patológico, lancémonos a la búsqueda de un conocimiento afectivo desprovisto de trascendencia. Abordemos las ideas por su parte más inaccesible, en la suposición de que por ese lado todavía es posible encontrar aspectos no mancillados por las excrecencias babeantes de aquellos que solo las utilizan como soporíferas muestras de que ésta solo sirve para aburrir a unos, encandilar a otros o dejar indiferentes a los demás.
La cultura anarquista jamás pretendió ser protagonista de ninguna historia, sino acabar con ella. Surgiendo de los oscuros rincones de locales frecuentados por hombres y mujeres movidos por su pasión de libertad e igualdad, pretendía únicamente poner de manifiesto las incongruencias de una sociedad sustentada sobre pilares de ignominia y opresión.
De sobra sabemos todos que los tiempos han cambiado. Pero eso no justifica en absoluto el cambio de óptica, porque las raíces de los problemas siguen siendo las mismas. Desde la cárcel o el taller; desafiando cualquier peligro, aquellos que un día creyeron que el ideal estaba a la vuelta de la esquina, nos han trasmitido un rico legado. A nosotros nos corresponde decidir que hacer con él. Seamos consecuentes y no lo derrochemos en inútiles banalidades.

Paco



el hijo de la tendera


-Esa tienda siempre estuvo ahí.
No, no es cierto, de hecho, apenas lleva ahí 50 años. Fundada por una familia de aquellas que intentaban pasar desapercibidas durante la guerra, odiando en silencio a los rojos que fundaron la república, y que hacían tambalear el país, atacando a la iglesia, al ejercito, al orden establecido. Pero sin embargo cautelosos con mostrar sus simpatías para con los sublevados, no fuera que al final, aquellos no lograran ganar la guerra. Pero si que la ganaron, y entonces comenzó la limpieza de pensamiento, encarcelar o asesinar a cualquier simpatizante de la caída república, y del mismo modo premiar a ese ciudadano que sufrió en silencio la usurpación del orden, a esos pacientes colaboracionistas en las denuncias, que esperaban recompensa para su silencio y abnegación cristiana. Ésta llegó de muchas formas, puestos públicos, licencias de taxis, estancos, porterías, policía municipal, toda una red de vigilancia urdida para mantener la ley, y la pureza de pensamiento.
Los fundadores de ese pequeño colmado militaron en las filas de la decencia y la cruz. Pocos años después, atraídos por la codicia y las míseras ventas en la posguerra, emigraron a Francia, donde la mujer volvió a ejercer de tendera, y el marido se empleó en la Renault. Al pasar unos cuantos años, y acumulado un pequeño capital, volvieron a su país, donde emprendieron de nuevo la apertura de su viejo negocio. La situación económica cambiaba lentamente, y el colmado comenzó a poder ser el sustento de la familia, con la ayuda de básculas trucadas y género de dudosa calidad aquellos ciudadanos fueron prosperando, consiguieron que sus hijas estudiaran las cosas de la época, una, enfermería y puericultura, y la otra mecanografía y taquigrafía.
Caso aparte era Pepito, que sin llegar a ser tonto, parecía llegar tarde a todos los minutos de su vida, lo que le producía algún “problemilla” con el aprendizaje.
Así que su padre lo colocó con un hermano suyo que tenía un pequeño taller de carpintería.
Pocos años después murió el padre, y Pepito, que era lento, pero no tonto, sobre todo para el dinero, había observado de cerca, la diferencia entre los obreros del taller, y el encargado y el jefe que era su tío, diferencias económicas principalmente. Pepito pensaba para sí mismo en el mísero sueldo que cobraba a diferencia del encargado, y no digamos ya su tío, que vivía desahogadamente, siendo incluso de los primeros en comprarse un flamante 600. Aquello hacía vibrar las pupilas del ganapán. Así que cuando murió su padre, su madre decidió jubilarse, y liquidar la tienda, haciendo reparto entre sus hijos. Pepito no se lo pensó, y con su parte puso un pequeño taller de carpintería que devino en una persianería, que con el boom constructivo de la época era un negocio en alza. El problema era que Pepito no era muy hábil trabajando, y mantenía el taller a duras penas, con la ayuda de su madre, que debía gozar recordándole al hijo que nunca llegaría a nada. Aunque ahí estaba equivocada ¿Acaso no era su hijo pupilo de tenderos? El niño, que ya no lo era tanto, se dio cuenta rápido de que sin ayuda no llegaría muy lejos, de modo que contrató a un oficial para que llevara el peso del taller, tragó estos primeros años cobrando incluso menos que él, pero sabiendo que eso tenía que cambiar. Y no se equivocaba, el negocio comenzó a crecer y a dar sus frutos, pronto otros dos trabajadores se sumaron a la plantilla, y Pepito dejó de mancharse las manos, se encargaba de contratar los trabajos, usando como armas ese aire de medio imbécil que tenía, y una tartamudez que solo se manifestaba cuando suplicaba podríamos decir el trabajo a sus clientes.
Así fueron pasando los años, Pepito, apoyándose en la experiencia de los trabajadores que pasaban por su negocio, se fue expandiendo, ampliando sus trabajos a los toldos y las ventanas de aluminio, que eran lo más, frente a las viejas ventanas de madera.
Aquel niño de los recados se convirtió en empresario, seguía con sus reverencias y tartamudeces, pero prosperaba económicamente, compró su casa, un chalet, la tienda y lucía un lujoso mercedes, con el que se paseaba casi al ralentí por el barrio. No era el único, había otros, y las diferencias entre ellos se podrían limitar a la marca de los coches. Dueños de restaurantes cercano a fábricas, donde los obreros iban a almorzar o comer, tenderos de barrio, podrías nombrarlos como: El Mercedes, el Volvo, el BMW, el Dodge. Vidas mediocres, pensamientos mediocres, existencias mediocres.
Desconfianza frente a la juventud y los cambios y los valores de siempre, sin cuestionar nunca lo establecido. Hábiles escamoteadores de impuestos y de sueldos. Trama económica de un país de corruptos, a pequeña y gran escala. Ciudadanos que se rompen la camisa y se les llena la boca proclamando su necio nacionalismo, su incultura, su arrabalera sensibilidad y amor que se limitan a quererse a si mismos y si acaso de lejos, a los suyos. Y por encima de todo, lo que los une de verdad, y por lo que serían capaz de cualquier cosa es su delirio por el dinero, cada uno en su pequeña parcela de poder, egocentrismo conformista, podríamos decir.
Y ahí siguen, todos esos hijos e hijas de tenderos, de taxistas, de estanqueros, de serenos, perpetuando esa clase media con pinceladas y anhelos burgueses que sostienen estos Estados que se llaman modernos y prósperos y cuyas entrañas huelen a naftalina y cirio amarillento, a monedas de cobre manoseadas y a caldo rancio, a trastienda y a correazo corrector.


el reverendo Yorick.

ANARQUISMO Y NACIONALISMO



Nacionalismo y anarquismo

Los historiadores, en líneas generales, han analizado los presupuestos teóricos del anarquismo, planteando los problemas de modo absoluto. Este método tiene como objetivo encontrar, del modo más sencillo posible, la descalificación sin paliativos de las teorías anarquistas que es, en definitiva, la base de la cual parten la mayoría. Por tanto, suponer que tratan de analizar los problemas sociales y poner de relieve de qué forma han sido encarados por los distintos movimientos y en particular por el anarquista, es una falsedad que conduce, en el mejor de los casos, a una terrible confusión.
Tal es el caso, por ejemplo, del nacionalismo, el cual presenta numerosos problemas metodológicos, pero en sustancia el más grave es la mescolanza de conceptos que se han ido incorporando para significar cosas muy diversas, tejiendo en su torno una tupida red que impide encarar el problema con un mínimo de rigor.
Sin embargo, el anarquista alemán Rudolf Rocker ya planteó la cuestión en unos términos que dejaban pocos resquicios a la duda. Desde que su libro -Nacionalismo y Cultura- fue publicado por primera vez en los años treinta, muy pocas novedades han sido introducidas en este tema. Puede ser analizada la cuestión desde otras perspectivas o profundizar aspectos poco explorados de la misma, pero los presupuestos básicos del enfoque anarquista sobre el nacionalismo es difícil que sufran variación.[1]
Precisamente partiré de una de las tesis del libro para desarrollar y sintetizar el punto de vista del anarquismo en torno a tan espinosa cuestión. Efectivamente, para Rocker: “La nación no es la causa, sino el efecto del Estado. Es el Estado el que crea la nación, no la nación al Estado. Desde este punto de vista, entre pueblo y nación existe la misma diferencia que entre sociedad y Estado.”[2]
En mi opinión es sumamente importante este punto de partida, porque puede sernos de mucha utilidad para tratar de extraer de la confusión los aspectos reales de los conflictos nacionalistas. El Estado, surgido de la Revolución francesa, generó la idea de nación, desconocida hasta entonces, cercando un determinado territorio y dotándolo de una determinada estructura política favorable al desarrollo del sistema económico capitalista. Posteriormente se irían incorporando a este concepto diversos aspectos míticos: sus orígenes -casi siempre heroicos- sus creencias, costumbres, etc. Como más adelante veremos con más detalle, esta idea está en crisis desde hace largo tiempo y sus reminiscencias dan lugar a confusiones hábilmente explotadas por los servidores del Estado.
Pero, para entender en toda su complejidad la idea anarquista, es preciso que nos detengamos un momento en su formulación teórica del Estado. El anarquista italiano Camillo Berneri así lo definía: “Los anarquistas se diferencian de los marxistas en considerar al Estado como un órgano de clase y no interclasista como afirman éstos. Según Marx-Engels, el Estado habría surgido después de haberse formado las clases. Esta concepción, que constituye un retorno a la filosofía del derecho natural de Hobbes, es rechazada por los anarquistas, que consideran el poder político como el principal origen de las clases y de esta concepción histórica inducen que la destrucción del Estado es la conditio sine qua non de la extinción del capitalismo”.[3]
Bástenos esta definición para calibrar cuál fue la posición de los anarquistas frente al hecho nacional, inseparable de la idea de Estado. La idea nacional -a la par que el Estado- se fue desarrollando y consolidando a lo largo del siglo XIX, dando lugar a guerras de independencia para liberarse del yugo de alguna potencia extranjera o para reclamar sus derechos nacionales. De esta forma, algunas naciones desaparecieron y otras surgieron del desmembramiento de algún imperio, pero en todos los casos el proceso sería el mismo: constitución de un Estado nacional que delimitaría las fronteras territoriales y asumiría los distintivos y símbolos propios de la nación en cuestión. En este proceso de asimilación, la secuencia en la formación de la conciencia nacional poco se diferencia de los rituales religiosos. Como señala Rudolf Rocker: ”Los Estados nacionales son organismos políticos eclesiásticos. La llamada conciencia nacional no es innata en el hombre, sino suscitada en él por la educación; es una noción religiosa: se es francés, alemán o italiano como se es católico, protestante o judío.”[4]
Partiendo de las premisas apuntadas anteriormente, no debe extrañar que el anarquismo naciera con vocación internacionalista, como la única forma de superar los nacionalismos y las trabas que este concepto suponía para la emancipación del ser humano. De hecho, en España, la única fuerza política organizada que se opuso decididamente a la idea de Nación fue la Internacional. Así lo afirma también el historiador Álvarez Junco: “Sólo la organización proletaria que penetra con “la Gloriosa” rehúsa enarbolar el mito nacional y, sin que existan en principio razones ineludibles para ello, graba el internacionalismo en el frontispicio de la ideología socialista, donde se mantendrá permanentemente, en el caso de los bakuninistas -en consonancia con su individualismo y su afán de destrucción de los mitos ideológicos, a los que consideran causantes directos de la opresión política-, y hasta entrado el siglo XX entre los socialistas marxistas.”[5]
Estos “mitos ideológicos” a los que se refiere el profesor Junco nos son otra cosa que los fundamentos ancestrales de la opresión: el guerrero, el sacerdote y el comerciante, transmutados por obra y gracia de la “Patria” en Capital, Iglesia y Estado. Pero, cuando en España surge el movimiento obrero internacionalista, la idea nacional está representada únicamente por la Patria española y a ella dirigirán sus ataques, centrados éstos en los pilares de sustentación de la opresión: las guerras, la explotación y el fanatismo. Éstos fueron básicamente los presupuestos del anarquismo para oponerse al nacionalismo, siempre en nombre de la fraternidad universal. Cuando surjan en la península ibérica otras corrientes nacionalistas -específicamente en Cataluña y el País Vasco a finales del siglo XIX- la postura anarquista -en líneas generales- frente a estas corrientes, será exactamente la misma. Así lo sintetizaba Anselmo Lorenzo: “Los trabajadores no deben luchar por un nuevo amo ni por una nueva clase de amos, y es preciso que manden a paseo a los que vengan con músicas regionales de esas que dejan subsistentes como si tal cosa el propietario, el capitalista, el explotador y el usurero; es decir, el usurpador y el ladrón legales.[6]
Pero, como después se demostraría en la práctica, un fenómeno tan complejo como el sentimiento de pertenencia a una comunidad difícilmente podía quedar encorsetado en los estrechos límites de la crítica política. Y así, la racionalidad de las reivindicaciones políticas nacionales se vio constantemente atravesada por otras ideas menos proclives a ser codificadas racionalmente. Entre estas ideas surgen con fuerza las tradiciones culturales del pueblo, pero se suele olvidar con demasiada frecuencia el trasfondo reaccionario de estas tradiciones. Ya lo señalaba el anarquista alemán Rudolf Rocker: ”Todo nacionalismo es reaccionario por esencia, pues pretende imponer a las distintas partes de la gran familia humana un carácter determinado según una creencia preconcebida. También en este punto se manifiesta el parentesco íntimo de la ideología nacionalista con el contenido de toda religión revelada. El nacionalismo crea separaciones y escisiones artificiales dentro de la unidad orgánica que encuentra su expresión en el ser humano; al mismo tiempo aspira a una unidad ficticia, que sólo corresponde a un anhelo, y sus representantes, si pudieran, uniformarían en absoluto a los miembros de una determinada agrupación humana, para destacar tanto más lo que la distingue de los otros grupos. En ese aspecto, el llamado “nacionalismo cultural” no se diferencia en modo alguno del nacionalismo político, a cuyas aspiraciones de dominio ha de servir, por lo general, de hoja de parra. Ambos son espiritualmente inseparables y representan sólo dos formas distintas de las mismas pretensiones.[7]
No obstante, los anarquistas no fueron enemigos de defender aquellos aspectos de las particularidades de una determinada comunidad que no estuviera en contradicción con su ideología. En lo que hace referencia a la lengua eran partidarios de potenciar la diversidad lingüística, pero sin hacer de ello una ideología, ya que para los anarquistas el idioma no es más que una forma de la comunicación humana, por ello se mostraron también fervientes partidarios de una lengua común universal que permitiera el estrechamiento de los lazos entre las diferentes comunidades del planeta.
En un comunicado enviado por los internacionales de San Sebastián al Comité Federal se anunciaba que “tratan de ponerse de acuerdo con todos los vascongados y navarros, para publicar un periódico de propaganda y que dedicase una sección para el idioma vascuence, a fin de que las ideas de nuestra Asociación se desarrollen en los más recónditos caseríos de la montaña.”[8]
El historiador catalán Josep Termes también constató este aspecto del movimiento obrero catalán, el cual “aunque no tomó partido oficialmente en defensa de la lengua catalana (...), es evidente que en la propaganda oral, en el mitin, se utilizó exclusivamente el catalán.[9]
Desde un enfoque más emotivo que racional se expresaba Jaume Bausà sobre este tema en Avenir, una de las revistas anarco-catalanistas surgidas en los primeros años del siglo XX: "Es possible que una idea germinada en cervells d`una altra raça produeixi`l desvetllament d`algunes inteligencies d`una raça diferenta, és dir, pot ser el punt de partida de generoses aspiracions de millorament social; peró pera que`s transformi en ideal viscut, en creencia ardenta de la que se`n desitja la realisació, és precis que s`encarni am les seves propies sensacions, les mateixes del poble que le haurà donat la seva personalitat; i un cop aquella primitiva idea hagi passat a les venes de la nova raça, parleu al poble, aleshores, am les mateixes paraules que ell usa pera expressar‑ne les seves aspiracions..."[10]
Sin embargo, conviene no dejarse inducir a equívocos por motivos que poco tiene que ver con la raíz del problema que tratamos. Como bien señalaba el grupo Etcétera de Barcelona: “Frente a esta realidad de la dominación totalizadora del capital, ejecutada por el Estado Español, la intervención emancipadora exige renunciar a la nostalgia y el prejuicio de una identidad fundada en la mitificación trascendente del lugar en que nos nacen y de la lengua en que nos adiestran a acatar las leyes de la costumbre y la tradición. Desmitificar la lengua para recuperarla en la práctica real y comunicativa de las gentes, más allá de su instrumentalización como categoría fetichizada del espíritu nacional.[11]
Pero, al margen de consideraciones más o menos sentimentales sobre determinadas cuestiones, el grave problema histórico que se le planteó al anarquismo en este país fue la búsqueda de una síntesis adecuada entre las aspiraciones de las comunidades “oprimidas” del Estado Español y la defensa sin paliativos de su internacionalismo proletario. Algunos historiadores han pretendido liquidar el problema reduciéndolo a sus aspectos políticos y presentándolo como una paradoja. El profesor Álvarez Junco, recogiendo ciertas afirmaciones de Pérez Solà, concluye que “los anarquistas llegaron incluso a mostrarse más desconfiados frente al nacionalismo “burgués” catalán que frente a la unidad nacional española, aceptada con muchas menos reticencias.[12]
Esta forma maniquea de presentar el problema no contribuye precisamente a superar los tópicos que la historiografía ha ido perpetuando. En la actualidad se sigue haciendo un uso similar del concepto de nación y así el Estado Español puede combatir las tendencias nacionalistas periféricas, velando concienzudamente su hegemónico nacionalismo.
Hace algunos años, el grupo Etcétera de Barcelona lo resumía de forma brillante al analizar el conflicto vasco: “Son las formas de la dominación del capital, generadoras de identidades vinculadas a la circulación general de mercancías, las que arrinconan, en última instancia, la cultura vasca, haciéndola aparecer como algo ancestral y anácronico frente al discurso modernizador, perfectamente sincronizado con la evolución del capital transnacional, del Estado Español que ha sacado partido de la ventaja histórica que supone el ejercicio del Poder y su consolidación como Estado internacionalmente reconocido. Es así como el Estado español escamotea su propio atavismo ultranacionalista bajo una práctica capitalista abierta a las más modernas formas de la dominación transnacional capitalista. De este modo, el nacionalismo español, en cuanto garantizador del “orden interior”, es perfectamente funcional dentro del denominado mercado global.[13]
Para cualquiera que analice la cuestión sin prejuicios, resulta evidente que el anarquismo, defensor de la autonomía individual o colectiva y partidario de los municipios libres, y por consiguiente contrario a cualquier forma de autoridad, no podría jamás enfrentarse al deseo de emancipación de cualquier comunidad. En este terreno la complejidad del problema se presenta cuando ha de dilucidarse si esta emancipación debe lograrse instaurando una nueva forma de opresión o bien debe hacerse liberándose de todas las opresiones.
El ya mencionado grupo Etcétera lo definía con meridiana claridad haciendo referencia al País Vasco: “Porque, ¿de qué estamos hablando cuando nos referimos al derecho de autodeterminación del pueblo vasco?, ¿del derecho de unos profesionales de la política  a gestionar y administrar la vida, lengua y cultura de sus congéneres, cuya identidad se funda en la fabulación mítico-arqueológica de un origen (prehistórico) común, o de la autodeterminación de la subjetividad vasca que busca la emancipación de las trabas que le impiden ejercer la libre determinación de su propio proyecto existencial? ¿Es posible una afirmación de la identidad en clave estrictamente nacionalista sin que, más tarde o más temprano, derive hacia una práctica tan perversa como la llevada  a cabo por el Estado Español en el proceso de españolización de la Península Ibérica y sin que conlleve un proceso de depuración étnica o de reetnificación, como sucede en los Balcanes?
Este es, a grandes rasgos, el problema que se plantea al enfrentarse al hecho nacional y fue también el problema al que tuvo que enfrentarse el anarquismo en su evolución histórica. Desde luego no faltaron intentos de hacer compatibles las aspiraciones del anarquismo con el catalanismo popular[14], pero quienes en un primer momento abanderaron las reivindicaciones del catalanismo -la fracción más reaccionaria de la burguesía- no facilitaba la tarea a quienes lo intentaron. Esta fue precisamente la pretensión de Llunas i Pujals, ya que “no es tractava unicament de definir-se com a nacionalista, sino fonamentalment de treure credibilitat al projecte dels sectors conservadors”[15]. También lo intentaría el grupo de anarco-catalanistas reunido en torno a la revista Avenir, con Felip Corteilla a la cabeza, a principios del siglo XX, pero con resultados bastante frustrantes.
La revista Bicicleta, surgida en los primeros años de la denominada transición, advertía que la “cuestión nacional” era todavía una asignatura pendiente del movimiento anarquista: “La llamada “cuestión nacional” fue un problema que, si bien tratado por algunos teóricos del anarquismo (Bakunin, Kropotkin, Rocker, etc.) de manera unas veces parcial y otras veces práctico, no obtuvo el eco que hubiera debido tener entre los libertarios dada su importancia global en la época de las descolonizaciones y luchas de liberación nacional. Es este un lastre pesado que debemos solucionar hoy los cenetistas de una manera global, clara y urgente, No faltan en nuestra organización principios y métodos que pueden ayudarnos a resolver el problema en la más clara línea libertaria.[16]
Pero no es sólo el anarquismo quien tiene pendiente la resolución de este espinoso asunto, ya que es un problema que nos afecta a todos aquellos que estamos interesados en encontrar una solución adecuada a la opresión del Capital y también del Estado en todas sus manifestaciones. Y como señala el grupo Etcétera: “De ahí que sea necesario un acto de radicalidad crítica para articular la autodeterminación de la subjetividad vasca (de su lengua, cultura y formas de organización social), es decir, de la subjetividad que se quiere realmente para-sí, desprendida de las connotaciones españolizadoras tanto como de las vehiculadas por la dominación del capital, que decreta la disolución de todas las formas culturales reminiscentes. En este sentido, la afirmación de la identidad vasca (pero también la de las demás colectividades) sobrepasa los términos de la identidad nacional nostálgica y trascendente, para constituirse como identidad cuya naturaleza es inseparable del hecho capitalista. Es decir, de la capitalización de la subjetividad, en virtud del cual toda experiencia humana tiende a convertirse en valor de cambio, en forma de mercancía, y la condición humana misma aparece sustancialmente reducida a la forma de ser fuerza de trabajo, valor de cambio dentro del proceso trasnacional de producción de mercancías que subsume los rasgos reminiscentes de la identidad pretérita.[17]
Sobre todo en el actual estado de desarrollo del Capital. Su deslocalización ha agudizado sus contradicciones con el Estado y ha sumido en una grave crisis al Estado-Nación al arrebatarle uno de los principales pilares de sustentación legitimadora. En este más que probable enfrentamiento por seguir definiendo el territorio de la opresión, nuestra crítica debe necesariamente agudizarse para diseccionar cuidadosamente un proceso en el que se podría llegar a creer que el Estado podría convertirse en el garante de nuestras libertades, tal como asegura la liturgia democrática.

Paco Madrid

Bibliografía

Actas de los consejos y comisión federal de la Región Española (1870‑1874) (1969), Barcelona, Universidad de Barcelona, 2 volúmenes

Álvarez Junco, José (1976), La ideología política del anarquismo español, Madrid, Siglo XXI, 660 páginas

Alvarez Junco, José (1984), “Les anarchistes face au nationalisme catalan (1868-1910)”, Le Mouvement Social (París), 128 (julio-septiembre de 1984), 43-58

Bausà, Jaume (1905), "Importancia del llenguatge para l`assimilació d`idees", Avenir (Barcelona), n.1 (4 de marzo de 1905), 2

Berneri, Camillo (1964), Pietrogrado 1917. Barcellona 1937, Milán, Sugar, 260 páginas

Bicicleta (1977): “El problema nacional”, Madrid, número 0 (julio de 1977)

Etcétera (1996). Correspondencia de la guerra social, Barcelona (diciembre de 1996), 60 páginas

Lorenzo, Anselmo (1899), “Ni Catalanistas ni Bizcaytarras”, La Protesta (Valladolid), I, 9 (29 de septiembre de 1899), 1

Olive Sarret, Enric (1986), “El nacionalisme de Josep Llunas i "La Tramontana" periòdic vermell”, L'Avenç (Barcelona), 94 (junio de 1986), 16-19

Olivé Sarret, Enric (1987), “L'anarquisme i el catalanisme. Entre el mite i la confusió”, L'Avenç (Barcelona), 102 (marzo de 1987), 5

Rocker, Rudolf (1977), Nacionalismo y cultura, traducción del alemán de Diego Abad de Santillán, Madrid, Las ediciones de La Piqueta, 735 páginas

Termes Ardévol, Josep (1977a), Anarquismo y sindicalismo en España. La Primera Internacional (1864‑1881), Barcelona, Critica, 447 páginas

Termes Ardévol, Josep (1977b), Federalismo, anarcosindicalismo y catalanismo, Barcelona, Anagrama, 176 páginas

Vicente Izquierdo, Manuel (1999), Josep Llunas i Pujals (1852-1905). La Tramontana i el lliure pensament radical català, Reus, 200 páginas


[1] Aunque el libro fue escrito en alemán, la primera edición del mismo se realizó en España en 1936, traducida al castellano por Diego Abad de Santillán. La última edición en castellano publicada en este país es la de La Piqueta de Madrid de 1977, completamente agotada desde hace años. Esta última edición es la que aquí utilizaré.
[2] Rocker, Rudolf (1977), 249
[3] Berneri, Camillo (1964), 184
[4] Rocker, Rudolf (1977), 252
[5] Álvarez Junco, José (1976), 247-248
[6] Lorenzo, Anselmo (1899)
[7] Rocker, Rudolf (1977), 266
[8] Actas de los consejos y comisión federal de la Región Española (1870‑1874) (1969), I, 306
[9] Termes Ardévol, Josep (1977a), 124
[10] Bausà, Jaume (1905)
[11] Etcétera (1996), 26
[12] Alvarez Junco, José (1984), 57, Véase la interesante réplica a este artículo en Olivé Sarret, Enric (1987), haciendo alusión a la diferente sensibilidad que muestran los historiadores que trabajan desde Madrid y los historiadores catalanes al encarar el estudio del fenómeno nacionalista.
[13] Etcétera (1996), 25-26
[14] Desgraciadamente no existen muchos estudios que profundicen en esta cuestión. El estudio de Termes Ardévol, Josep (1977b) fue uno de los pioneros. Muy interesante el trabajo de Vicente Izquierdo, Manuel (1999), sobre Josep Llunas, uno de los primeros internacionalistas que intentaron conciliar el anarquismo con las aspiraciones nacionales catalanas. El artículo de Olive Sarret, Enric (1986), incide de modo particular en el anarco-catalanismo de Llunas.
[15] Olive Sarret, Enric (1986), 19
[16] Bicicleta (1977)
[17] Etcétera (1996), 26


Introducción a La Armonía o la escuela en el campo


Introducción a La Armonía o la escuela en el campo

Una experiencia de Higinio Noja Ruiz

En los inmensos espacios del olvido se agitan las sombras de todo aquello que en otro tiempo proporcionó en nuestro país unas parcelas de libertad, un instrumento de agitación y una útil manera de dedicar una parte de la energía a luchar por un mundo distinto.
Son los espacios de la Utopía, recorridos incesantemente por individuos entregados de modo absoluto a la consecución de un ideal, al que ningún ser humano, digno de tal nombre, daría la espalda. Pero la memoria histórica sólo recupera el reverso, la negación, la falsedad del acontecimiento; únicamente los hábiles costurones realizados por los cirujanos de la historia proporcionan verosimilitud a ese entramado de hechos sin actores o a esos actores sin escena. Los auténticos protagonistas de cualquier historia son generalmente encerrados bajo la denominación genérica de «pueblo», «masa» o a lo sumo, mostrándose muy condescendientes, «utópicos», «idealistas», «quiméricos», etc.
La aparente sabiduría que sobre una época proporciona a los historiadores la distancia temporal con la que se la analiza, provoca que éstos expresen en muchas ocasiones comentarios conmiserativos y en general prepotentes. Su posicionamiento en un nivel superior, siempre equivocado, no ayuda precisamente a valorar correctamente las posibilidades de la acción social en un hecho concreto, un período o una época. Es difícil encontrar un historiador que trate de superar estos prejuicios historicistas colocándose en un plano de contingencia con respecto al período estudiado. Estos juicios, carentes casi siempre de fundamento, son aún más evidentes en los estudios dedicados al anarquismo español, el cual tuvo la «desgracia» de convertirse en la fuerza revolucionaria más importante en este país hasta el desastre del 39.
Pero, además, el movimiento anarquista en la «Región Española» recuperó y desarrolló ―desde sus inicios― una cultura popular de larga tradición en nuestro país. Por sus especiales características, estuvo en disposición de llevar a sus últimas consecuencias toda una serie de actividades creativas no mediatizadas por el poder o las instituciones oficiales.
Sin embargo, el hecho de que toda esta actividad creadora se moviera en torno y estuviera auspiciada por un movimiento de amplio carácter revolucionario, no dispuesto en ningún momento a compromisos políticos de ninguna especie, hizo que aquella fuera tratada con el mismo rigor represivo que éste.
Filósofos, teóricos, ensayistas, poetas, novelistas y, en fin, toda una pléyade de escritores de toda especie florecieron en torno a los grupos anarquistas, Centros de Estudios Sociales, Ateneos Libertarios, sindicatos, etc.
Hoy tenemos la urgente necesidad de preguntarnos qué nos queda de todo aquello, cuáles han sido los resultados que ha proporcionado la lucha incesante que durante más de setenta años desplegó el movimiento anarquista para acabar con el régimen de explotación capitalista.
Ciertamente no todo ha quedado sepultado en el olvido. A pesar de todos los esfuerzos realizados para borrar de la memoria histórica la parte más constructiva del movimiento obrero en este país, han quedado como una impronta indeleble sus conquistas revolucionarias, que supusieron ―y en esto sí que parecen ponerse de acuerdo algunos historiadores― un avance considerable hacia la realización de una sociedad autogestionada, logros que no han podido ser superados hasta ahora por ningún otro movimiento revolucionario.
No obstante, tengo la desagradable impresión que en estos últimos quince años el movimiento anarquista se ha dedicado a derrochar alegremente la rica herencia cultural recibida de aquellos que nos precedieron. Como dije antes, hay hechos que no pueden ser borrados; pero por ello mismo pueden ser reducidos a estereotipos integrados en lo espectacular, con lo cual pasan directamente a formar parte de la mitología, dejando al mismo tiempo de ser útiles a los propósitos de una recuperación y asimilación revolucionaria de los mismos integrándolos en nuestra vida cotidiana.
Es bien cierto, y pienso que nadie puede ponerlo en duda, que hoy la comunicación social tiene absoluta necesidad de la masificación de los individuos o colectivos a los cuales va dirigida. De este modo se alcanza un completo éxito en los propósitos de los que propugnan en la actualidad la comunicación a través del espectáculo. También es cierto que el anarquismo ha conseguido éxitos fulgurantes en esa misma línea. No obstante, mientras que a los propósitos de la comunicación espectacular centrada en las masas, lo importante es precisamente la falta de consistencia de este sistema; a los propósitos de un movimiento como el anarquista el brillo fugaz le es ajeno y sus aspiraciones son justamente las contrarias, la comunicación de los individuos o colectivos conscientes de sí, la cual es extraña por completo a lo espectacular.
Una de las líneas básicas que se siguen para el vaciado de todo contenido revolucionario en las proposiciones de cualquier movimiento de contestación social, consiste precisamente en privarlo de la poesía que en su momento le proporcionó vida. Si en nuestro país el anarquismo adquirió tan rápido protagonismo fue precisamente porque era poesía en acción; todo el substrato que dicha ideología proporcionaba y recuperaba, regeneraba constantemente las bases sociales que se nutrían del mismo. Esto explica que pudiera resistir a las continuas embestidas a que era sometido por los poderes constituidos.
En la actualidad esa poesía ha sido aplastada por lo prosaico; es difícil encontrar entusiasmo por cosas que no estén mediatizadas; en esta época de sometimiento absoluto del individuo a la voluntad del Estado, es precisamente cuando más conmueve la trágica ilusión de ser cada uno de nosotros los protagonistas de nuestra propia historia.
Este fermento cultural que dio vida al anarquismo es el que habría que recuperar adaptándolo lógicamente a los condicionantes sociales que hoy nos son impuestos. Y este substrato estuvo alimentado por gentes de las que nunca se podrá escribir nada grandioso, porque lo grandioso estaba precisamente integrado en su cotidianeidad. Las hazañas de los grandes héroes anarquistas fueron posibles gracias a la labor callada de miles de hombres y mujeres que día a día los apoyaban con su esfuerzo y posibilitaban su acción.
Y si nosotros, sus supuestos herederos, no somos capaces de reconocerlo y nos dedicamos a sepultar nuestros logros más preciados ―que son, como se habrá lógicamente entendido, todo ese amplio potencial de hombres y mujeres dispuestos a luchar y a morir por una idea de transformación social revolucionaria― bajo los falsos oropeles de grandes hazañas de dudosos resultados, estaremos contribuyendo, conscientes o no, a convertir el anarquismo en una ideología política más, que puede ser motivo de gran admiración para los observadores, pero que poco nos podrá servir a los fines que en un principio se propusieron sus pioneros.
Pero si nada espectacular se puede decir de ellos, sí en cambio se pueden rescatar esos pequeños actos que conforman en definitiva la voluntad de un individuo, grupo o colectividad por llevar a la práctica sus aspiraciones de transformación social. Este libro, al que estas breves líneas pretenden servir de introducción, es una pequeña muestra de lo que vengo diciendo.
Se trata de la experiencia pedagógica de un maestro de escuela racionalista que se toma muy en serio su labor, ya que en su opinión este ejercicio representa lo más sublime en el conjunto de lo social. Esto resulta comprensible si nos colocamos en su óptica y procuramos seguir el hilo de su pensamiento.
Como ya es de todos conocido, la pedagogía racionalista se introduce en España de la mano de Francisco Ferrer y Guardia con la fundación en Barcelona de la Escuela Moderna en 1901 . Su asesinato judicial en octubre de 1909, no sólo no supuso el fracaso de las escuelas racionalistas, sino que éstas se extendieron por todo el país como una mancha de aceite, auspiciadas ―como es lógico suponer― por las organizaciones anarquistas.
No es nuestro propósito hacer un balance de los resultados de este tipo de educación, ni tan siquiera cuestionar la validez de la educación en general, tan sólo señalaré dos características de la enseñanza racionalista que la diferencian profundamente de la tradicional: su total independencia de las instituciones estatales y eclesiásticas y, lo que es más importante, su concepción de la educación como potenciadora de la capacidad del individuo basada en la propia organización de la escuela, donde el maestro sería tan solo una especie de referencia o guía.
Higinio Noja Ruiz trató siempre de ser un educador de esta clase, tanto en sus experiencias pedagógicas anteriores al desastre del 39, como posteriormente durante los duros años del franquismo en los que se dedicó, de manera casi exclusiva, hasta el día de su muerte, a dar clases particulares como único medio de subsistencia.
Pese a que su formación ―como la de muchos otros maestros racionalistas de la época― fue casi exclusivamente autodidacta, sus conocimientos llegaron a alcanzar niveles notables; otro tanto podríamos decir de sus cualidades literarias. En otro contexto, sus novelas y relatos cortos habrían alcanzado gran celebridad, tal como ya lo apuntaba el relativo éxito obtenido por las que había publicado a lo largo de los años veinte. 
Con la instauración de la república en España, el movimiento anarquista entra en su período más crítico y al mismo tiempo más creativo; comenzarán a diseñarse las grandes líneas de las realizaciones económicas de una sociedad anarquista y proliferarán los estudios sobre las posibilidades reales de una sociedad sin Estado.
Desde los estudios de Christian Cornelissen sobre el tan discutido período de transición , hasta las reflexiones económicas de Gaston Leval , varios autores se lanzaron al estudio sistemático de este tema candente, unos apoyándose en las estructuras sindicalistas como base de la nueva organización social y otros introduciendo nuevos conceptos sobre organización en base al espontaneísmo revolucionario un tanto matizado. Recordemos que el congreso de Zaragoza de la CNT, de mayo de 1936, adoptó un «Dictamen sobre el concepto confederal del comunismo libertario», que suponía un avance considerable en las propuestas organizativas anarquistas de un proceso revolucionario.
También Noja Ruiz colaboró en esta labor teórico-práctica con algunos estudios que pusieran de relieve las coordenadas en las que tenía que situarse una sociedad comunista libertaria . Esta incursión en el campo de la economía de una sociedad anarquista la presenta el escritor onubense siguiendo fielmente el hilo de su pensamiento en todo cuanto se refiere al concepto de revolución. Para Noja Ruiz fue siempre una cuestión delicada el presentar las conquistas revolucionarias como algo inmediato; prefería hablar de evolución, por cuanto - según su opinión - en todo proceso revolucionario habría que ir avanzando paulatinamente hacia la consecución de la sociedad libertaria como fin último, siempre en proceso de transformación . Como puede observarse, en Noja Ruiz la labor pedagógica no quedaba circunscrita a la escuela; sino que se extendía a todos los órdenes de la vida y del proceso de transformación social, donde la enseñanza es en definitiva un intercambio de informaciones en la cual todos somos partícipes y donde nadie está situado en un plano más elevado que los demás.
   La muerte le sorprendió el 2 de febrero de 1972, diez años después de morir su compañera; con sigilo se despidió de la vida, siendo consecuente hasta la muerte. Nadie, salvo sus amigos íntimos de entonces parecía recordarle; tan sólo su amigo Cano Carrillo le dedicó unas páginas en una revista anarquista del exilio español en Toulouse . En esta necrológica se destaca sobre todo el reencuentro de ambos tras la derrota, en el castillo de Santa Bárbara de Alicante y se alude de forma harto contundente a la rapacidad de J.J. Pastor, director y propietario de la revista Estudios . De ese juicio nada puedo decir, pero sí puedo afirmar que en otros aspectos, bastante más conocidos, la memoria traiciona al amigo y hace afirmaciones que distan mucho de la realidad ; esto, sin embargo, no es óbice para que los historiadores que se han ocupado de estudiar a este personaje sigan fielmente las líneas trazadas por la memoria del amigo, sin ningún tipo de comprobación y sin el más mínimo rigor.
De todos modos, y a pesar de estas lagunas que he señalado, es la única biografía, digna de tal nombre, que se dispone de Higinio, si exceptuemos su monumental autobiografía que escribió en cuadernos con menuda y apretada letra, en las largas horas de la opresión franquista . Pero ésta se detiene en el año 1925. Los años posteriores siguen hoy sumergidos en las sombras.
Gracias al esfuerzo de Vicente Martí ―alumno de Higinio en los primeros años del franquismo― y de Marianne Enckell ―perteneciente al CIRA― que se tomaron la molestia de leer detenidamente este largo manuscrito, se ha podido rescatar, de entre todas las experiencias que vivió el autor, este entrañable episodio que muestra de una forma muy gráfica el talante personal de Noja Ruiz y su disposición a entregarse de modo absoluto a la práctica de sus ideas.
A la pequeña población de Alginet situada en la Ribera del Júcar , le cupo la suerte de vivir la experiencia de un maestro entusiasta y desinteresado; breve en el tiempo, por las circunstancias que atravesaba el país por aquella época (instauración de la dictadura), pero muy intensa y sobre todo duradera por cuanto se refiere a los resultados y las consecuencias que de ella se derivaron. Setenta años después todavía se recuerda en el pueblo esta experiencia que conmocionó a todos sus habitantes.
Sin embargo, pese a todo cuanto nosotros podamos decir de la misma, ¿a quién puede hoy interesar un episodio aislado, tan lejano en el tiempo, y situado en una pequeña población de la provincia de Valencia, de la que muchos ni siquiera habrán oído hablar? Imagino que sólo a aquellos que se interesan por conocer las motivaciones que empujan al ser humano a arrostrar toda clase de dificultades en nombre de una idea creadora, de un ideal de transformación social.
Con todo, el relato está estructurado de forma amena y resulta muy agradable la lectura de este episodio en aquel lejano y caluroso verano del 23.

Paco
[1]Se pueden señalar como precedentes las escuelas laicas que se formaron en España en el último cuarto del siglo pasado. Por cuanto se refiere a la Escuela Moderna y a las escuelas racionalistas en general, la bibliografía comienza ya a alcanzar un volumen aceptable, incluso cualitativamente; por tanto me limitaré a señalar la obra clásica del propio Ferrer, analizando la educación racionalista, La Escuela Moderna, reeditada en 1976 por la ed. Tusquets de Barcelona y dos libros de un especialista en el tema, Pere Solà, extraídos de su monumental tesis sobre el racionalismo pedagógico: Francesc Ferrer i Guardia i l'Escola Moderna, Curial, Barcelona, 1978 y Las escuelas racionalistas en Cataluña (1909-1939), Tusquets, Barcelona, 1978.
[1]A principios de los años veinte había publicado ya algunas novelas cortas. Su primera gran novela, Los galeotes del Amor (almas cautivas), sería publicada en 1923 por Renovación Proletaria de Herrera (Sevilla); pocos años después la Librería Internacional de París publicaría Los sombríos, su segunda novela basada en la vida de los mineros de Rio Tinto, de la cual formó parte en los años de su niñez. A raíz de la publicación de su tercera novela, La que supo vivir su amor, editada por Estudios en 1928, Emilio V. Santolaria escribió una extensa reseña, celebrando las cualidades literarias de su autor. "Higinio Noja Ruiz, escritor pulcro, sensible a todos los grandes problemas, es el novelista que se espera surja a describir la vida del paria del trabajo, que a pesar de todas sus miserias busca elevarse de su nivel cultural que las clases directoras les regatea". Esta es una breve muestra de la opinión que le merece a Santolaria la labor literaria de Noja Ruiz, la cual continuaría todavía durante la República e incluso durante la dictadura franquistas, habiéndonos dejado algunas obras inéditas. Cfr. "Siluetas. Higinio Noja Ruiz", Estudios (Valencia), 71 (julio 1929), 21-23
[1]Véase principalmente su libro, El comunismo libertario y el régimen de transición, Valencia, Orto, 1936
[1]Fundamentalmente la obra, Problemas económicos de la revolución social española, Valencia, 1933, además de innumerables artículos publicados en revistas anarquistas de la época.
[1]Hace algunos años se publicó un estudio sistemático sobre esta cuestión: Xavier Paniagua, La sociedad libertaria, Barcelona, 1982. Este autor lleva a cabo un amplio análisis - bastante discutible en muchas de sus afirmaciones - de las diversas teorías que sobre el tema se prodigaron en los años 30. Sobre Noja pueden verse las páginas 237-250, las cuales recogen en lo fundamental el artículo publicado tiempo atrás por el mismo autor, "Introducciò a l'obra d'Higinio Noja Ruiz", Arguments (valencia), 1974, pags. 47-58
[1]véase el folleto, Hacia una nueva organización social, recopilación de artículos publicados en la revista Estudios de Valencia. Ya en plena revolución escribiría varios folletos sobre este mismo tema, entre ellos, Los Consejos de economía confederal, Valencia, Consejo Regional de Levante de economía confederal, 1936? y Labor constructiva en el campo, Valencia, Libre Studio, 1937
 [1]"Hombres del Movimiento Libertario. Higinio Noja Ruiz", Cenit (Toulouse), 201 (1972), 5698-5700
 [1]Noja Ruiz colaboró intensamente en esta revista, que se publicó en Valencia entre 1928 y 1937, durante los primeros años de la república. Ignoro el proceder personal de J.J. Pastor, pero intuyo que no debió diferir mucho del de Marín Civera, director de Orto, también de Valencia o de la familia Urales que publicaban La Revista Blanca en Barcelona, junto a libros y folletos
[1]Entre otros detalles, al hablar de la revista citada confunde su aparición y su trayectoria
 [1]Estas memorias noveladas relatan la heroica vida de Aurelio Pimentel con la que el autor se identifica
 [1]Situada a 8 kms. de Carlet, hoy cuenta con una población de más de once mil habitantes; en 1923 rondaba los seis mil. El terreno que la circunda es fértil, produciéndose cereales, arroz, aceite, pasas y naranjas



el árbol del ahorcado


Sus grandes ramas asoman al patio
saltando la robusta tapia
Es difícil conocer su linaje
matorral de vertedero
que se hizo fuerte en el viejo enlosado
Ricky lo respetó
y lo rodeó de césped artificial
que le daba al patio un aire moderno

Ricky se hacía llamar
nacido Ricardo con tinte americano
el más moderno
el más molón
corredor de seguros triunfador
pijo de catalogo hasta el fin

Ignoraba con malicia
a los obreros del taller de al lado
altivo desde la engominada cabeza
hasta la exclusiva suela de sus zapatos
siempre a la moda
su vespa restaurada
su coche de lujo
todo perfecto según lo establecido

¿Pero? ¿Y por las noches Ricky?
¿Qué pasaba por las noches?
Cuando la angustia te comía el cuerpo
como engrudo frío
y se metía dentro de ti
haciéndote añicos

un día no pudiste más
caminabas levantando los pies pegajosos
sufriendo cada paso
maquillabas las ojeras con polvo de arroz
y te quedaste embobado
ante el árbol del patio
el árbol sin nombre
que tu indultaste de la tala
el árbol del ahorcado
del que cuelga tu cuerpo muerto
rubricando tu vida de triunfador

Tendrías que haber visto
el revuelo que formaste
los cuchicheos y mentiras que soltaban
aquellos que si disfrutaban tu saludo
y tu sonrisa condescendiente
aquellos que querían ser como tu
infectados de miseria
revoloteaban sobre tu cadáver tibio
conjeturando sobre tu fin

Y aquel a quién tu despreciabas
el obrero de al lado
respetó tu final
te concedió la valentía
que no todos tienen ni tendrán
y honra tu memoria
regando el árbol solitario
en tu patio abandonado



Rafael Becerra