Blogletín crítico-sociológico anexionado a la internacional anti-estulticia
NOS QUEDAMOS SOLOS..
Vivimos tiempos duros, de horfandad creativa. La muerte con selectiva frialdad, y con el chasquido escalofriante de su látigo implacable, nos arrebata a los genios, a esos seres imprescindibles que en algún momento de nuestra vida, se convierten en padres putativos, hermanos mayores, o madres despojadas de santidad.
El problema es la irremediabilidad de esas perdidas, la soledad intelectual, o la certeza de que el alto grado de creatividad y belleza alcanzado por ellos, no volverán. Lo puedo afirmar sin pudor: no volverán. Por el momento no hay relevo, no hay riesgo, no hay pasión, no hay dolor que guíe en la noche.
Lo que se escribe, ya sean libros, canciones, partituras. Lo que se pinta, lo que se moldea, y lo que se esculpe, atiende a un lenguaje sin riesgos, encarrilado en las vías del comercio. Se sabe caballo ganador. Su público satisfecho, chasquea la lengua, creyendo tener las riendas de la expresión. Desde su punto de vista, pueden tener razón, pero esto no es real. Si algo me concilia con el ser humano, es su capacidad creativa y su elogio vivencial por la belleza. Solo hay que aprender a mirar, no hacia arriba, sino hacia abajo, en los rincones, las callejas, donde el tiempo no corre, porque no existe, donde la inocencia es un preciado tesoro que se mima y se protege. Ahí, no hay miedo al cante, ni al dibujo, no se compite, sino que se admira sin envidiar al mejor. Donde los bardos y poetas aun transitan arropados por la sencillez carente de ambiciones.
Esa es mi ciudad invisible, que sin embargo está ante mis ojos y se manifiesta a diario.
Muere un genio, muere otro, pero no es el fin. Los tiempos, efectivamente han cambiado, pero ellos siguen entre nosotros y quizás lo mejor fuera que siguieran así, para que nadie, ni siquiera la muerte no los pueda arrebatar.
el reverendo Yorick.
Pepe "el guarda"
Estaba leyendo un libro de Alfonso Grosso, cuando un recuerdo agrio se me vino a la boca y a la mente, un recuerdo de la infancia, allá en Huevar del Aljarafe, el recuerdo temeroso de un tipejo inquietante y turbador: Pepe "el guarda".
Había oído muchas historias sobre él, historias contadas casi en murmullos, que hablaban de posguerra y miedo, a lo ojos de ese niño que una vez fui, su imagen se tornaba la de un gigante terrible y despiadado. ¿Acaso no lo era? Vivía en la misma calle que mi abuela y mis tíos, le veía pasar calle abajo, camino del campo, con su escopeta, su gorra, y sus gafas rayban, de esas que ahora, puestas de moda, llevan chicas con cara de malos. Le acompañaba un perro setter irlandés, y parecía que a su paso, hasta las moscas de la calle se escondían. Nosotros, los chiquillos, cuando le veíamos nos escondíamos, en silencio, aterrados, sin saber porqué.
Se hablaba de la guerra casi en susurro, de la posguerra lo mismo, y de odios y resentimientos que se hacían sombras amenazadoras. Una vez oí contar a mi tía y a mi madre un episodio que le pasó a la primera. Andaba la mujer recogiendo aceitunas, robándolas para llevarlas a casa, una bolsa, quizás dos, que más da, cuando tus olivares se acercan al término de Sanlucar. Mi tía subió al olivo, y se quedó enganchada en una rama delatora, que la cogió por la espalda. Estaba sola, y empezó a gritar, para que alguien la ayudara. Pero el sino de los pobres quiso que no fuera otro que el guarda el que pasara por allí. Imagino que relamiéndose de gusto el muy hijo de puta, se sacó el cinto, y le dijo a mi tía que le quitaría las ganas de robar aceitunas. Le estuvo dando correazos hasta que se cansó.
A mi me aterraba este hombre, y también tuve que vérmelas con él, bueno, yo fui el único que no rendí brazos ante su grito de ¡Alto! y corrí, y corrí, llorando y esperando un tiro por la espalda, que nunca llegó.
Fue mi primo Antonio, quién nos metió en aquel lío, juró y perjuró que la higuera que crecía a la misma orilla del regajo "cagueta" era de su padre. Era mentira. Pero el lugar era agradable, en un verano inmisericorde andaluz, así que acudimos varios niños ha hacer una cabaña entre sus ramas. Mi hermano, mi primo, otros niños y yo, debimos de ir varias veces, porque una de ellas, recuerdo que me caí de la higuera, yo era el más pequeño, y foco de las burlas de los demás.
El día que nos sorprendió el guarda, a su grito, todos bajamos del árbol, pero yo, paralizado de miedo, no esperé a que se acercara, empecé a correr, atravesando un largo campo plantado de girasoles. Girasoles enormes, que con su vello maldito, marcaron mis brazos y piernas. Yo pensaba en mi madre, en su refugio, y corría y corría, y lloraba. Pero no me paré, imaginaba al maldito perro y su dueño persiguiéndome a través del bosque de girasoles. No fue así, después de interrogar al resto y de echarlos de allí, continuó su acecho por los campos. Todo lo que había oído sobre él, me hizo temerlo, y me hizo correr aquel día.No se cuantos años tendría yo, pero lo que de alguna manera sabía ya, era que esa no era mi gente, que no los quería, y que para el resto de mi vida serían mis enemigos. Y que nunca me entregaría a ellos.
el reverendo Yorick.
Había oído muchas historias sobre él, historias contadas casi en murmullos, que hablaban de posguerra y miedo, a lo ojos de ese niño que una vez fui, su imagen se tornaba la de un gigante terrible y despiadado. ¿Acaso no lo era? Vivía en la misma calle que mi abuela y mis tíos, le veía pasar calle abajo, camino del campo, con su escopeta, su gorra, y sus gafas rayban, de esas que ahora, puestas de moda, llevan chicas con cara de malos. Le acompañaba un perro setter irlandés, y parecía que a su paso, hasta las moscas de la calle se escondían. Nosotros, los chiquillos, cuando le veíamos nos escondíamos, en silencio, aterrados, sin saber porqué.
Se hablaba de la guerra casi en susurro, de la posguerra lo mismo, y de odios y resentimientos que se hacían sombras amenazadoras. Una vez oí contar a mi tía y a mi madre un episodio que le pasó a la primera. Andaba la mujer recogiendo aceitunas, robándolas para llevarlas a casa, una bolsa, quizás dos, que más da, cuando tus olivares se acercan al término de Sanlucar. Mi tía subió al olivo, y se quedó enganchada en una rama delatora, que la cogió por la espalda. Estaba sola, y empezó a gritar, para que alguien la ayudara. Pero el sino de los pobres quiso que no fuera otro que el guarda el que pasara por allí. Imagino que relamiéndose de gusto el muy hijo de puta, se sacó el cinto, y le dijo a mi tía que le quitaría las ganas de robar aceitunas. Le estuvo dando correazos hasta que se cansó.
A mi me aterraba este hombre, y también tuve que vérmelas con él, bueno, yo fui el único que no rendí brazos ante su grito de ¡Alto! y corrí, y corrí, llorando y esperando un tiro por la espalda, que nunca llegó.
Fue mi primo Antonio, quién nos metió en aquel lío, juró y perjuró que la higuera que crecía a la misma orilla del regajo "cagueta" era de su padre. Era mentira. Pero el lugar era agradable, en un verano inmisericorde andaluz, así que acudimos varios niños ha hacer una cabaña entre sus ramas. Mi hermano, mi primo, otros niños y yo, debimos de ir varias veces, porque una de ellas, recuerdo que me caí de la higuera, yo era el más pequeño, y foco de las burlas de los demás.
El día que nos sorprendió el guarda, a su grito, todos bajamos del árbol, pero yo, paralizado de miedo, no esperé a que se acercara, empecé a correr, atravesando un largo campo plantado de girasoles. Girasoles enormes, que con su vello maldito, marcaron mis brazos y piernas. Yo pensaba en mi madre, en su refugio, y corría y corría, y lloraba. Pero no me paré, imaginaba al maldito perro y su dueño persiguiéndome a través del bosque de girasoles. No fue así, después de interrogar al resto y de echarlos de allí, continuó su acecho por los campos. Todo lo que había oído sobre él, me hizo temerlo, y me hizo correr aquel día.No se cuantos años tendría yo, pero lo que de alguna manera sabía ya, era que esa no era mi gente, que no los quería, y que para el resto de mi vida serían mis enemigos. Y que nunca me entregaría a ellos.
el reverendo Yorick.
Epístola confesional a Félix Grande
Maestro:
Se de antemano lo inútil
de esta misiva, ahora que tu muerte es un hecho. Un hecho aceptado, e
incluso esperado, dado el implacable paso del tiempo. No por ello,
deja de ser doloroso, ni evita que una sombra de pesimismo me nuble
el alma.
Nunca estreché tu mano
maestro, aunque si puedo decir que te vi y te oí recitar en persona,
con esa voz tuya cálida y acogedora, que me envolvía como una manta
en una noche de frío invierno. Para mi sorpresa, no recitaste
ninguno de tus poemas. Te dedicaste, como si estuvieras entre amigos,
a hablar, a tomar prestados algunos versos de Antonio Machado, y a
sugerir bellas disposiciones sobre la existencia, además de
recomendar una lectura, que me abrió otras puertas para una
insaciable búsqueda:
-Vida de Manolo- de Josep
Plá. Una entrevista desenfadada al escultor Manolo Huguet, de la
mano experimentada de Plá. Una delicia literaria.
Desde ese día, sin tu
saberlo, nos hicimos íntimos, aunque he de confesar, que la escucha
cuando era niño del disco: Persecución. Fue lo que hizo que tu
nombre se clavara en mi memoria. Aquel estremecedor relato sobre el
dolor y el sufrimiento del pueblo romaní, rematado por lo demás,
con el impresionante cante del “Lebrijano”, hizo que un vínculo
de simpatía te guardara dentro de mí.
Así con los años fui
atesorando tus libros, y digo atesorando, porque muchos de ellos, ya
eran difíciles de encontrar. En cada uno de ellos, yo buscaba el
mapa del tesoro, escarbaba entre líneas, siguiendo pistas etéreas
que me dirigieran directamente al corazón del poeta. Pero la
orfebrería de tu verso y tu prosa, me encandilaban, haciendo que me
perdiera extasiado entre ellos.
Qué solo puede estar uno
en el mundo. A pesar de vivir en un tumulto humano constante. Tu fin,
y el de otras personas, a las que como a ti, uno se allega, hace más
difícil este doloroso camino, “la lagrima testaruda” que dijo
Luis Rosales.
Me enteré de tu muerte al
día siguiente, estaba solo en casa, y tras unos momentos en los que
me quedé petrificado, abrí una botella de vino, puse un disco de
Camarón de la Isla, y brindé por tu memoria. El vino, tu recuerdo,
y el cante, me hicieron llorar. Me entraron ganas de apretar la copa
hasta reventarla, como tu contabas en uno de tus libros, para luego
beber mi propia sangre, tal vez, para sentir lo mismo que tía Anica
“ La Piriñaca” que solía decir: “Cuando canto a gusto, la
boca me sabe a sangre”
En vez de eso cogí la
libreta, y con la rabia que me dio el cante y el vino escribí un
amago de poema dedicado a ti. Muy lejos de lo que tu entenderías por
poesía, pero muy cerca de lo que mi poco oficio puede dar. Con la
mano en el corazón, maestro, donde te guardaré hasta mi propio fin.
Al día siguiente fui a
una librería y compré tu “Autobiografía” Había pensado
regalármela a mi mismo para mi cumpleaños. Ahora esta en mi mesa.
Retraso el momento de abrirlo, porque se que ese gesto me acercará
al momento de cerrarlo. Quisiera que me durara siempre, que cada vez
que lo abriera, una hermosa sorpresa me abrumara. Se que mi memoria,
la que algunos tachan de prodigiosa no me dejará hacerlo. No me
importa mucho, recorreré esos poemas como se recorren las estancias
de una casa amada, leeré y deshojaré cada uno de ellos, con el vano
intento de encontrar el alma de quién los escribió.
Termino ya, maestro, esta
misiva inútil, con las palabras muertas en la boca, las lágrimas
resecas, y los versos torpes y dolidos. Aunque, eso sí, con la
certeza de que no olvidaré todo lo que tus palabras y tus versos y
prosa me enseñaron, con el convencimiento de que estarás presente
durante toda mi vida, donde la que fue tu memoria, ahora será la
mía, para engañar al tiempo y al olvido, hasta que él me engañe a
mí. Y durante, tal vez otro tome el relevo, y esa poesía, esa prosa
dolorida y certera, no se pierda, y si lo hace, que sea en el fin de
todas las cosas, en el último instante, dando aliento hasta el
final.
Hoy
soy más poeta que nunca
y
lo canto en un grito desesperado
Hoy
me acojo a una palabra de la que huyo
que
me daba pavor
y
por la que me nombraron algunos incautos
Hoy
que tu voz se apaga
recojo
la daga del suelo
y
la guardo en mi cinto
para
que dirija mis versos
para
que la memoria de quién perdió la voz
no
se pierda
para
que tu palabra permanezca
para
que algo de ti quede
para
que los esqueletos que se tragó la tierra
renazcan aunque cubiertos de barro
para
desenterrar los osarios perdidos
y
en una vorágine de huesos rotos
se
hundan los asesinos
Hoy
soy más poeta que nunca
y
con el dolor más enquistado que ayer
reclamo
el verso perdido
apelo
a los oídos dormidos
y
me coloco la chistera del mago
que
solos nos dejó en la Tierra
fronteras de yermos páramos
desiertos pedregosos
glaciares eternos
¿Quién
puede con todos?
Aun
así, vigila tus costados
pues
un hombre llorando viene
Rafa Becerra
Pinocho
Pinocho no era una marioneta juguetona, traviesa y mentirosa, de simplicidad infantil. Si como imaginó su hacedor, fue el lenguaje la luz que le dio vida, y si como dicen los estudiosos del cuento, a través del lenguaje y el conocimiento, el leño, cobra vida y acaba convirtiéndose en niño: El lenguaje y el conocimiento ya estaban corrompidos.
Pinocho era mucho más. Pues aun muñeco, era un niño, y un niño, es una esponja que absorbe todo lo que ve. Y lo primero que absorben los niños-esponja, es el comportamiento de los adultos, es decir: Egoísmo, egocentrismo, avaricia, crueldad, soberbia...
Desoyendo los consejos de su conciencia insecto, el muñeco, decide que su propia lectura de las cosas, le marcará el camino a seguir, y que es más fácil que el que le proponen los mayores. Así, en su inocencia e ignorancia del mundo, va cayendo, de desilusión en desilusión, de fracaso en fracaso, de decepción en decepción. Arrastrado por una crueldad humana congénita que le hace buscar refugio en la mentira.
Después llega el episodio de la ballena, donde el miedo y la soledad, lo empujan al arrepentimiento, desde el que reconocerá su error, y añorará al viejo carpintero y la senda que éste le marcara.
Por si todo este sufrimiento no fuera suficiente. Pinocho se ahogará en el mar. Y después resucitará, ya como niño de carne y hueso.
¿Se convierten así los cuentos en nuestro muñeco de madera?
¿Es la moralina que encierran la que nos indica el camino recto?
La experiencia, y por tanto los consejos de padres y educadores son una parte, de como podrías desarrollar una vida...Pero falta algo: La realidad social que te rodea. El seno de la familia en la que nazcas, y por tanto, desgraciadamente, el número de ceros de la cuenta corriente de tus progenitores.
En las favelas de Brasil, en los campos de refugiados somalíes, en las chabolas y guetos de gran parte de las ciudades, hay muchos Pinochos. Pero sus cuentos no ofrecen una segunda oportunidad, todo lo contrario, a veces, ninguna oportunidad.
Los niños son borrados del mapa, no sin antes haber sido vilipendiados, e incluso extirpados de toda inocencia o buena voluntad. Vejados y convertidos en pequeños monstruos desarraigados del amor.
Los cuentos con moralejas, deberían existir para los adultos. Esos que rigen un mundo podrido y confiesan ante su dios algún que otro domingo, en busca del perdón.
Los que destrozan vidas, mucho antes de que estas echen a andar.
Pinocho fue una víctima a la que se quiso dar una lección de miedo, para después, convertirlo en un esclavo temeroso.
La realidad, es que la novela original tuvo otro final. Más cruel, más real. No había una segunda oportunidad para el muñeco. Éste acaba ahorcado, después de haber sido engañado por un zorro y un gato.
Hagan el trasunto de personajes, a ver que les sale. Mi mente enferma no hace más que entroncarlo con la puta realidad. Ya saben...
Que tengan un buen día...de cuento.
el reverendo Yorick.
Pinocho era mucho más. Pues aun muñeco, era un niño, y un niño, es una esponja que absorbe todo lo que ve. Y lo primero que absorben los niños-esponja, es el comportamiento de los adultos, es decir: Egoísmo, egocentrismo, avaricia, crueldad, soberbia...
Desoyendo los consejos de su conciencia insecto, el muñeco, decide que su propia lectura de las cosas, le marcará el camino a seguir, y que es más fácil que el que le proponen los mayores. Así, en su inocencia e ignorancia del mundo, va cayendo, de desilusión en desilusión, de fracaso en fracaso, de decepción en decepción. Arrastrado por una crueldad humana congénita que le hace buscar refugio en la mentira.
Después llega el episodio de la ballena, donde el miedo y la soledad, lo empujan al arrepentimiento, desde el que reconocerá su error, y añorará al viejo carpintero y la senda que éste le marcara.
Por si todo este sufrimiento no fuera suficiente. Pinocho se ahogará en el mar. Y después resucitará, ya como niño de carne y hueso.
¿Se convierten así los cuentos en nuestro muñeco de madera?
¿Es la moralina que encierran la que nos indica el camino recto?
La experiencia, y por tanto los consejos de padres y educadores son una parte, de como podrías desarrollar una vida...Pero falta algo: La realidad social que te rodea. El seno de la familia en la que nazcas, y por tanto, desgraciadamente, el número de ceros de la cuenta corriente de tus progenitores.
En las favelas de Brasil, en los campos de refugiados somalíes, en las chabolas y guetos de gran parte de las ciudades, hay muchos Pinochos. Pero sus cuentos no ofrecen una segunda oportunidad, todo lo contrario, a veces, ninguna oportunidad.
Los niños son borrados del mapa, no sin antes haber sido vilipendiados, e incluso extirpados de toda inocencia o buena voluntad. Vejados y convertidos en pequeños monstruos desarraigados del amor.
Los cuentos con moralejas, deberían existir para los adultos. Esos que rigen un mundo podrido y confiesan ante su dios algún que otro domingo, en busca del perdón.
Los que destrozan vidas, mucho antes de que estas echen a andar.
Pinocho fue una víctima a la que se quiso dar una lección de miedo, para después, convertirlo en un esclavo temeroso.
La realidad, es que la novela original tuvo otro final. Más cruel, más real. No había una segunda oportunidad para el muñeco. Éste acaba ahorcado, después de haber sido engañado por un zorro y un gato.
Hagan el trasunto de personajes, a ver que les sale. Mi mente enferma no hace más que entroncarlo con la puta realidad. Ya saben...
Que tengan un buen día...de cuento.
el reverendo Yorick.
Cuatro
poderes tiene mi Estado, los cuatro me joden por todos lados.
El
Parlamento y sus JUMENTOS.
DE MUJER A
MUJER:
-Mari, aún
me sorprende la cantidad de tonterías que los tíos están dispuestos a hacer por
nosotras.
Poco
originales los nacionalistas: son del sitio donde los han nacido.
No podía
utilizar el móvil porque su cerebro no tenía suficiente cobertura.
¿Si fuéramos
alemanes seríamos españoles?
Celebrad los
aniversarios de los hijos que no habéis tenido. OS LO AGRADECERÁN.
Si tienes
caspa, guárdala para el belén de Navidad.
Donde manda
CAPITAL no manda PARLAMENTO.
Esos necios
de la FURBOLITIS que se saben las alineaciones de todos los equipos e ignoran
su propia ALIENACIÓN... y el nombre de sus hijos.
Cualquier
bandera es buena si la textura no te irrita el culo.
Una
despedida de solteros en la que los novios se fueran a las antípodas para no
volver a encontrarse jamás.
Jesucristo
entró montado en un burro. Sí, pero en aquella época un burro era como un CLIO,
y no lo tenía todo el mundo ¡¡Qué coño!!
El que es
enano busca a otro más bajito para sentirse un gigante.
Su moral se
regía por el periódico "AS"
El
nacionalista piensa que la mierda de su país es especial.
¿Las reglas
de las reinas y princesas son azules?
Más que ser feliz, lo que importa es
que el vecino se crea que lo somos.
EL BOBO DE KORIA
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