MOLLOY de SAMUEL BECKETT
13 abril de 1906, FOXROCK (Irlanda)
22 diciembre de 1989, PARÍS
(Francia)
Aproveché aquella estancia para
aprovisionarme de piedras de succión. Eran guijarros, pero las llamo piedras.
Sí, aquella vez adquirí una importante reserva. Las distribuí equitativamente
entre mis cuatro bolsillos y las iba chupando por turno. Lo cual planteaba un
problema que al principio resolví del modo siguiente. Yo tenía, pongo por caso,
dieciséis piedras, cuatro en cada bolsillo (los dos de mi pantalón y los dos de
mi abrigo). Tomando una piedra del bolsillo derecho de mi abrigo, y
poniéndomela en la boca, la reemplazaba en el bolsillo derecho de mi abrigo por
una piedra del bolsillo derecho de mi pantalón, que reemplazaba por una piedra
del bolsillo izquierdo de mi pantalón, que reemplazaba por una piedra del
bolsillo izquierdo de mi abrigo, que reemplazaba por la piedra que tenía en la
boca en cuanto terminaba la succión. De modo que siempre había cuatro piedras
en cada uno de mis cuatro bolsillos, aunque no exactamente las mismas piedras.
Y cuando me volvían las ganas de chupar, hundía la mano nuevamente en el
bolsillo derecho de mi abrigo, con la certidumbre de que no iba a salirme la
misma piedra de antes. Y, mientras la iba succionando, volvía a poner en orden
las otras piedras, como acabo de explicar. Y así sucesivamente. Pero solo a
medias me satisfacía esta solución. Pues no se me ocultaba que, por una
extraordinaria casualidad, podían estar circulando siempre las mismas cuatro
piedras. En cuyo caso, lejos de estar succionando las dieciséis piedras por
turno, en realidad estaría succionando solo cuatro, siempre las mismas, por
turno. Pero tenía buen cuidado de removerlas en mis bolsillos, antes de darles
el chupeteo, y durante el mismo, antes de proceder a los traslados, con la
esperanza de generalizar la circulación de las piedras de un bolsillo a otro. Pero
era un mal menor, al cual no podía resignarse por mucho tiempo un hombre como
yo. De modo que me puse a buscar otra solución. Y empecé por preguntarme si no
haría mejor transportando las piedras de cuatro en cuatro, y no de una en una,
es decir, que mientras chupaba podía tomar las tres piedras que quedaban en el
bolsillo derecho de mi abrigo y colocar en su lugar las cuatro del bolsillo
derecho de mi pantalón, y en lugar de estas, las cuatro del bolsillo izquierdo
de mi pantalón, y en lugar de estas, las cuatro del bolsillo izquierdo de mi
abrigo, y, por último, en lugar de estas, las tres del bolsillo derecho de mi
abrigo y, en cuanto terminara de succionarla, la que tenía en la boca. Si, al
principio me parecía que de este modo obtendría mejores resultados. Pero me ví
forzado a cambiar de opinión, en cuanto reflexioné, para reconocer que la
circulación de las piedras e grupos de cuatro venía a ser lo mismo que su
circulación por unidades. Porque si bien tenía la seguridad de encontrar cada
vez en el bolsillo de mi abrigo cuatro piedras totalmente distintas de las que
las habían precedido inmediatamente, no por ello dejaba de subsistir la posibilidad
de que fuera a dar siempre con la misma piedra, en cada grupo de cuatro, y que,
por consiguiente, en lugar de succionar las dieciséis por turno, como era mi
deseo, no succionara realmente más que cuatro, siempre las mismas por turno.
Debía indagar, pues, en cuestiones distintas del procedimiento de circulación. Porque
siempre tropezaba con el mismo azar, cualquiera que fuese el modo de hacer
circular las piedras que adoptase. Era evidente que aumentando el número de mis
bolsillos aumentaba en igual proporción mis posibilidades de sacar provecho de
mis piedras según mis deseos, es decir, una tras otra hasta el final. Por
ejemplo, caso de haber tenido ocho bolsillos en vez de cuatro, ni siquiera el
azar más malévolo hubiera podido impedir que de mis dieciséis piedras
succionara al menos ocho por turno. Para decirlo todo de una vez, hubiera
necesitado dieciséis bolsillos para estar totalmente tranquilo. Y durante mucho
tiempo me detuve en tal conclusión de que a menos que tuviera dieciséis
bolsillos, cada uno con su piedra, nunca alcanzaría el objetivo que me había
propuesto, salvo que concurriera algún azar extraordinario. Y si bien era
concebible que doblara el número de bolsillos, aunque fuera dividiendo cada
bolsillo en dos mediante algunos imperdibles por ejemplo, cuadruplicarlos me
parecía que superaba el límite de mis posibilidades. Y no quería tomarme
ninguna molestia solo para conseguir una solución intermedia. Porque empezaba a
perder el sentido del justo medio, desde que empecé a luchar con aquel
problema, y me decía: “Todo o nada”. Y solo por un instante consideré la posibilidad
más equitativa entre mis piedras y mis bolsillos, reduciendo aquellas al número
de estos. Lo cual hubiera sido tanto como declararme vencido. Y sentado en la
playa, ante el mar, dispuestas ante mis ojos las dieciséis piedras, las contemplaba
con ira y perplejidad. (…) de pronto un día se me ocurrió la idea luminosa de
que quizá podría alcanzar mis objetivos sin aumentar el número de mis bolsillos
ni reducir el de mis piedras, mediante el simple expediente de sacrificar el
principio del arrumaje. Me llevó algún tiempo penetrar el significado de esta proposición,
que se puso de pronto a cantar dentro de mí, como un versículo de Isaías o
Jeremías. Especialmente la palabra arrumaje me resultó oscura de comprensión
durante mucho tiempo, porque no la conocía. Pero a fin de cuantas creí adivinar
que la palabra arrumaje no podía significar otra cosa, otra cosa mejor que el
reparto de las dieciséis piedras en cuatro grupos de cuatro, uno en cada
bolsillo, y que lo que había falseado todos mis cálculos hasta el presente y
convertido el problema en insoluble era el rechazo de plantearme un reparto
distinto. Y a partir de tal interpretación, fuera o no acertada, pude llegar
finalmente a una solución, poco elegante, sin duda, pero sólida. Ahora bien,
estoy completamente dispuesto a creer, e incluso lo creo firmemente, que
existían, que incluso tal vez siguen existiendo otras soluciones para este
problema, tan sólidas como la que voy a intentar describiros, pero más
elegantes. Y creo también que con un poco más de constancia y de resistencia yo
mismo hubiera podido dar con ellas, Pero estaba cansado, cansado, y
cobardemente me contenté con la primera solución real que encontré para el problema.
Y he aquí, en todo su horror, mi solución, ahorrándoos la recapitulación de las
ansiosas etapas que tuve que atravesar antes de desembocar en ella. Bastaba
simplemente con (¡simplemente con!) colocar por ejemplo, para empezar, seis
piedras en el bolsillo derecho de mi abrigo (pies este es siempre el primer bolsillo
del que saco una piedra), cinco en mi bolsillo derecho de mi pantalón, y otras
cinco en el bolsillo izquierdo de mi pantalón, así salían las cuentas, cinco
por dos, diez, y seis, dieciséis, y ninguna piedra, porque ya no quedaba
ninguna, en el bolsillo izquierdo de mi abrigo, que por el momento permanecía
vacío, vacío de piedras se entiende, porque conservaba su contenido habitual,
así como otros objetos de paso. Porque ¿dónde creíais que guardaba mi cuchillo
de cocina, mis cubiertos de plata, mi bocina y todo lo demás que aún no he
mencionado y que quizá no mencionaré
jamás? Vale. Ahora puedo iniciar mi succión. Caso una piedra del bolsillo
derecho de mi abrigo, la chupo, la dejo de chupar, la guardo en el bolsillo
izquierdo de mi abrigo, el vacío (de piedras).Saco una segunda piedra del bolsillo
derecho de mi abrigo, la chupo, la guardo en el bolsillo izquierdo de mi
abrigo. Y así sucesivamente hasta que el bolsillo derecho de mi abrigo queda
vacío (aparte de su contenido habitual y pasajero) y las seis piedras que acabo
de chupar, una tras otra, han pasado íntegramente al bolsillo izquierdo de mi
abrigo. Entonces me paro, me concentro,, no vaya a cometer un disparate, y
traslado al bolsillo derecho de mi abrigo, que se ha quedado sin piedras, las
cinco piedras del bolsillo derecho de mi pantalón, que reemplazo por las cinco
piedras del bolsillo izquierdo de mi pantalón, que reemplazo por las seis
piedras del bolsillo izquierdo de mi abrigo. De modo que una vez más se queda
sin piedras el bolsillo izquierdo de mi abrigo, mientras que el bolsillo
derecho de mi abrigo rebosa nuevamente de ellas, y en el buen sentido, es
decir, de piedras diferentes de las que acabo de chupar y que me pongo a chupar
ahora, una tras otra, y a trasladar sucesivamente al bolsillo izquierdo de mi
abrigo, con la certidumbre, hasta donde es posible tenerla en este orden de
ideas, de que estoy chupando piedras distintas de las anteriores. Y cuando el
bolsillo derecho de mi abrigo queda nuevamente vacío (de piedras) y la cinco
que acabo de chupar se encuentran todas sin excepción en el bolsillo izquierdo
de mi abrigo, procedo a la misma redistribución de antes, o a una
redistribución análoga, es decir, que traslado al bolsillo derecho de mi
abrigo, otra vez disponible, las cinco piedras del bolsillo derecho de mi
pantalón, que reemplazo por las cinco piedras del bolsillo izquierdo de mi
abrigo. Con lo cual estoy en situación de volver a empezar ¿Debo proseguir? No,
porque está claro que al final de la próxima serie de succiones y traslados la
situación inicial se habrá restablecido, es decir, que volveré a tener las seis
primeras piedras en el bolsillo inicial, las cinco siguientes en el bolsillo
derecho de mi viejo pantalón y, en fin, las cinco últimas en el bolsillo
izquierdo de la misma prenda de vestir, de modo que mi dieciséis piedras habrán
sido succionadas una primera vez en sucesión impecable, sin que una sola de
ellas haya sido succionada dos veces, sin que una sola se haya quedado sin ser
succionada. Cierto que al volver a empezar no podía albergar muchas esperanzas
de chupar mis piedras en el mismo orden que la primera vez y que la primera,
séptima y duodécima del primer ciclo, pongo por caso, podían muy bien ser la sexta,
undécima y decimosexta, respectivamente, del segundo, para ponernos en el peor
de los casos. Pero se trataba de un n que no podía evitar. Y si en los ciclos
tomados en su conjunto debía reinar una confusión inexplicable, al menos en el
interior de cada ciclo podía estar tranquilo, bueno, todo lo tranquilo que se
puede estar en esta clase de actividad. Porque para que todos los ciclos fueran
iguales, en lo que respecta a la succión de las piedras en mi boca (¡y Dios
sabe si tenía interés en ello!) hubiera necesitado o bien dieciséis bolsillos o
bien tener numeradas las piedras. Y antes que fabricarme doce bolsillos más o
numerar las piedras, prefería contentarme con la tan relativa tranquilidad de
que gozaba en el interior de cada ciclo aisladamente considerado. Porque no
bastaría con numerar las piedras, sino que hubiera sido necesario, cada vez que
me ponía una en la boca, recordad qué número tocaba y buscarla en mis
bolsillos. Lo cual me hubiera quitado el sabor de chupar en muy breve tiempo.
Porque nunca hubiera estado seguro de no equivocarme, a menos que llevara uan
especie de registro, donde hubiera apuntado mis mpiedras a medida que las
chupaba. Cosa de ka que me creía incapaz. No, la única solución perfecta
hubiera sido tener los dieciséis bolsillos, simétricamente dispuestos, cada uno
con su piedra. Entonces no hubiera necesitado ni números ni reflexión, sino
únicamente, mientras mchupase determinada piedra, hacer avanzar a las quince
restantes, un bolsillo cada una, trabajo bastante delicado si queréis, pero que
entraba en el límite de mis posibilidades, y meter la mano en el mismo bolsillo
cada vez que me vinieran ganas de chupar. Así habría podido estar tranquilo, no
solo en el interior de cada ciclo aisladamente considerado, sino también respecta
al conjunto de los ciclos, aunque se multiplicaran hasta el infinito. Pero de
todos modos estaba muy contento de haber encontrado mi propia solución, por
imperfecta que fuese, sin ayuda de nadie. Y si bien era menos sólida de lo que
creí al principio, en el entusiasmo inicial de mi descubrimiento, su
inelegancia continuaba siendo absoluta. Y, en mi opinión, era inelegante sobre
todo porque el reparto desigual de las piedras me resultaba físicamente penoso.
Cierto que se establecía un cierto equilibrio en un momento dado, al inicio de
cada ciclo, a saber, entre la tercera y la cuarta chupada, pero no duraba
mucho. Y el resto del tiempo sentía que el peso de las piedras me tironeaba, ya
a derecha, ya a izquierda. De modo que al renunciar al arrumaje renunciaba a
algo más que a un principio, renunciaba a una necesidad física. Aunque creo que
también era una necesidad física chupar las piedras como he expuesto, es decir,
no de cualquier manera, sino de acuerdo con un método. De modo que se trataba
del enfrentamiento irreconciliable de dos necesidades físicas. Cosas que pasa.
Pero en el fondo no me importaba lo más mínimo sentirme en desequilibrio
perpetuo, tironeado a derecha, a izquierda , hacia delante y hacia atrás, como
también me daba exactamente igual chupar cada vez una piedra diferente o
siempre la misma piedra por los siglos de los siglos. Porque todas tenían el
mismo sabor Y había recogido dieciséis, no para cargar con ellas de este o
aquel modo, o para chuparlas por turno, sino simplemente para disponer de una
pequeña provisión de reserva. Aunque de todos modos me importara mucho quedarme
sin ninguna, no por eso me encontraría peor, o en todo caso la diferencia sería
mínima. Y finalmente adopté la solución de tirar todas mis piedras, salvo una,
que guardaba a veces en un bolsillo, a veces en otro, y que por supuesto no
tardé en perder, o tirar, o regalar, o tragarme.
EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)