Oficios entrañables del pasado para el futuro. Parte I

En estos tiempos de crisis que corren, donde la bonanza económica no es más que un amargo recuerdo que amenaza con hacerse más lejano cada vez, donde se acabaron las vacaciones exóticas, la vivienda en forma de loft, y aquel volvo, al que no llegamos ni ha hacer el rodaje, antes de que nos fuera embargado, condenándonos a volver al autobús, como medio de transporte, a los barrios de obreros, a habitar esos pisos estrechos sin ascensor, donde el olor de los manjares de los restaurantes caros se cambia de golpe, por el olor a pucheros, frituras y sardinas que sube por el patio de luces de las humildes viviendas. Y en vista de que el asunto parece que va a durar unos cuantos años, en los que esperamos se les abran los ojos a la mayoría, hemos decidido, después de mucho pensarlo, hacer un bien a la humanidad, velar por sus intereses, y hacer que el desangre de sus menguadas carteras se ralentice lo más posible, mientras las hojas de calendario van cayendo camino de ese amanecer que es el principio de mes, y la llegada de un nuevo aunque exiguo sueldo.
Tras pensarlo fría y detenidamente, y hacer algunas observaciones sobre el terreno, hemos decidido recuperar una serie de oficios, si se les puede llamar así, o formas de buscarse la vida, que la bonanza económica llevó al olvido, pero que en tiempos de la posguerra fueron muchos miles de personas las que se dedicaron a ellos, así que con el fin de que las generaciones que no vivieron estas ingeniosas profesiones se hagan eco de ellas pasaremos revista desde aquí, a las más productivas y a las menos penosas pensando siempre en el bien que hacemos a nuestros vecinos en particular y a la humanidad en general.

Hemos optado por empezar por una profesión de las más productivas, dado el ensañamiento que el estado se toma para con el precio del producto sobre el que trabajar, nos referimos al tabaco, que sufre subida tras subida, convirtiéndose este en un artículo de lujo. Y si, es cierto que en los últimos años así ha sido, pero no siempre estuvo visto de semejante forma, pues convertido en un vicio hoy día, en otros tiempos no era sino la forma de evasión más barata que existía, el poder relajarse echando unas caladas, que nos hicieran olvidar las horas de trabajo, o los gritos de nuestra prole, las exigencias de la parienta, o matar los nervios antes del fusilamiento y de paso alargar nuestra vida unos minutos, un evasivo relajante que nos trasladaba a otro mundo tras las primeras caladas.
En vista de que el precio de una cajetilla de tabaco se acerca peligrosamente a la frontera de los cinco ecus, hablamos hoy aquí de un oficio que sacó del hambre a muchas familias: LOS COLILLEROS. Personas que se dedicaban a recoger colillas a las que quedaran un trozo sin quemar, para más tarde deshacerlas, volver a secarlas y empaquetarlas sencillamente, creando unos paquetes llamados de picadura, que hacía el gozo de ociosos y necesitados, aunque estos últimos funcionaban como autónomos, fumándose al instante las colillas que aun aprovechables se cruzaban en su camino. El inconveniente principal de este oficio eran las largas caminatas que se efectuaban para recoger las dichosas colillas, aunque parece fácil, no era un trabajo carente de ciertas técnicas y trucos. Por ejemplo, y según pudimos observar el otro día sobre el terreno, no es lo mismo andar buscando colillas por un barrio humilde, que hacerlo por uno donde el nivel económico de sus habitantes sea más boyante. En nuestras observaciones, pudimos apuntar que en los primeros, las colillas están apuradas al máximo, incluso en algún caso, un ansioso se había fumado medio filtro, sin embargo, basta cambiar de barrio, para empezar a encontrar piezas de gran calidad, por la mitad, o en bastantes casos cigarrillos tirados apenas empezaban estos a consumirse. Un hallazgo por otro lado. También los centros de ocio marcan importantes pautas, a diferencia del cine de reestreno, en los alrededores de las plazas de toros, se suele recoger una buena cosecha, en las puertas de los teatros decimonónicos y en las llamadas “millas de oro” de las ciudades, donde no es extraño toparnos incluso con algún puro habano, que dotará sin duda de una calidad suprema a nuestra mezcla casera.
Otra ventaja indiscutible de este oficio es que puede participar toda la familia, sin importar la edad que se tenga, los niños a partir de cinco años, ya pueden andar con su bolsa recorriendo las calles, para al final del día, y ya, toda la familia pasar a la siguiente fase del trabajo, que consiste en deshacer las colillas para recuperar las hebras, que una vez mezcladas se aproximarán a una fuente de calor, que acabará con humedades y dejará el producto preparado para su embolse y posterior venta.

Esperamos desde aquí haber puesto luz en la negrura del túnel diario de algunos y que con ese humilde recordatorio ayudemos a que la prosperidad familiar ponga rumbo a la tranquilidad y al desahogo económico, colaborando de paso con la limpieza de nuestra ciudad y con el medio ambiente.


el colectivo editorial.

elogio del suicidio

Murió Mario Monicelli. Desde hace meses vivía perseguido y acosado por un cáncer de prostata, y por la edad. Quizás en un último momento de lucidez se arrojó por la ventana del hospital. Su padre, también se suicidó. Esta fue una loable enseñanza que le quedó al hijo, que viendo su cuerpo y su mente caer en la miseria de la enfermedad, conejillo de indias de médicos, con las banales promesas de recuperación a la que son sometidos todos aquellos en los que hace presa el deterioro físico, decidió acabar de una vez, antes de que ni siquiera su conciencia se opusiera a ello.

El suicidio no es una vía muerta. Es más bien ejercer el último derecho que realmente nos queda, el de la autodestrucción. La elección de algo que nadie nos puede quitar,la elección del fin de nuestra propia vida.
Si ya tenía admiración a Mario Monicelli por su cine, por su sentido del humor, ese que siempre nos salva de la estupidez del hombre, para mí, su obra queda redonda. El epílogo a una vida crítica se resuelve de la manera más feliz posible, y quizás la única honesta que le quedaba.
La primera vez que me topé con su obra, fue en el cine Doré de Madrid, la filmoteca, hermoso edificio que luce sus años con la belleza que otorga el cariño de un público amante del buen cine. Allí, reí a gusto viendo Rufufú, sorprendido de que pudiera haberse hecho una maravilla semejante, admirado del grado de complicidad de los actores, que otorgan a la película de mucha de su savia. Admirado de la dirección del film y de su fotografía, de su historia, de toda ella en general. Luego vinieron otras filmotecas, y otras películas, y en mi preferencias cinematográficas siempre su nombre.
Hoy mi admiración por él se acrecienta, motivada por el fin que el decidió poner a su vida, ajeno ya a las críticas, a las religiones, y a los dedos que intenten señalar a su fantasma, que se funde libre con ese aire que todos respiramos, donde puede que al aspirarlo muchos se contagien del buen sentido de un hombre cabal.


el reverendo Yorick.