escuela de normopatía

Otro amanecer frío que desemboca en otro día plagado de horas. Horas que hay que rellenar de forma desagradable, horas que a medida que van pasando pesan, convirtiendo el fin del día en una carga aplastante de horas vividas sin vivir. Mientras, en tu casa se nota la ausencia: los platos rebosan la pila de fregar, ropa sin recoger se amontona por los rincones, afuera la hierba crece salvaje saliendo de los parterres. Los hijos, si los tuviste, ignoran tu ausencia y te saludan distantes aprovechando su etapa antes de convertirse en alguien como tú, sin piedad te menosprecian pues de alguna forma intuyen que esa ignorancia es ley de vida, y que tarde o temprano imitaran tus torpes movimientos de claudicación y permanencia. En tu interior percibes un fluir esclavo de la vida, un huir de tu existencia plagada de una cotidianidad del fracaso, que intentas disfrazar dotándolo de interés, cuando conscientemente percibes que la vida huye abandonada por ti mismo. ¿Qué te gustaría hacer en realidad? ¿Cuál es ese sueño que no te deja dormir? Ese sueño que emparedas con sucedáneos de felicidad ya caducados. Ese inconfesable futuro que nunca pudiste o nunca quisiste construir, Como todos, aprendiste bien las excusas que te eximen de cumplir tus sueños, caminas fundiendo etapas que te llevan a hacer lo que de verdad se espera de ti, convirtiéndote en una copia de algo o alguien que ya fue antes que tú. Aletargado en tu miedo sigues mirando desde el pupitre de atrás, rezando por lo bajo para que tu nombre no sea pronunciado, para que las miradas de alivio de tus compañeros no caigan sobre ti, compadecido por la misma cobardía que se encarga de hacer de ti lo que eres. ¿Cuántas veces te has enfrentado a una negación? Tu cuenta está perdida desde hace mucho, pero: ¿Cuántas veces has sido tú el artífice de esa negación? Fuera, claro está, del pequeño reino miserable al que llamas familia, fuera claro está de articular esa negación alrededor de alguien más débil que tú. La pregunta es, claro está, ¿Cuántas veces has negado las órdenes que te son dadas? Ordenes que si las rebates es porque sabes que te son perjudiciales, que el hecho de obedecerlas se opone a todos los puntos nerviosos de tu vida y tu cuerpo. ¿Cuántas veces has asumido el riesgo terrible de que una negación te arrastre al vacío. Un vacío donde pendularás por ti mismo en la más absoluta de las soledades. Sabes bien el precio, conoces de sobra lo que ocurriría si incurrieses en esa negación, en ese acto de desobediencia, en esa manifestación de autonomía que insinúa tenuemente algo parecido a la libertad, ahí se encuentran aletargados todos tus miedos, todo el pavor a ser rechazado y excluido por los que como tú viven sumisos de un dios llamado cobardía. Ni siquiera se te puede comparar con un esclavo, pues este sabe que lo es, y en su conocimiento de si mismo sabe quién lo esclaviza, y mantendrá una desafección permanente hacia él, un odio que le da fuerzas para algún día cobrar su libertad, y de paso su justa venganza. ¿Crees que ese sentimiento del esclavo te podría pasar por la cabeza alguna vez? No. Tú te temes a ti mismo, tu incapacidad y tu rechazo a pensar y a asumir los riesgos de tu propia vida te convierte en marioneta que del uso ira perdiendo trozos de trapo, hasta que llegue el día en que sea abandonada en un rincón o en el cubo de la basura. Así todos los días de tu vida, deseando en silencio que te toque la lotería, la quiniela, un golpe de suerte que te haga pasar la barrera al otro lado, que te convierta de golpe en quien siempre viste dar ordenes a tipos como tú. De repente tú podrías ser como ellos y entonces dotarías de sentido a tu vida. Ya no te darían más órdenes, ya no serías un ser invisible para ellos, porque con tu golpe de suerte te mostrarías en sus torres de cristal con los bolsillos llenos de dinero, les diría:- No veis, ahora soy como vosotros, tratadme con respeto, tengo dinero, enseñadme como usarlo, enseñadme vuestro poder, enseñadme a que me tengan miedo.
Esa es la triste solución que se te ocurre, ese es el sueño que te hace padecer, esa es tu ambición: ser uno de ellos. La zanahoria ante tu hocico que te impide mirar a tu alrededor, rodeado de millones de miserables como tú, que miran su propia zanahoria oteando el muro que os separa del otro lado, esperando ser los elegidos para salir, para dar esperanza a los demás de que algún día pueden ser ellos los que salgan, creyendo que al otro lado seréis recibidos con los brazos abiertos, que de repente, seréis aceptados, y vuestras miserias serán oídas y compadecidas por los otros, creyendo que de repente entrareis a formar parte de esa élite que domina el mundo, que os domina y os anula en pro de su propio beneficio.
¿En que nos hemos convertido? Negamos la evidencia hasta tal punto que ni a nuestros propios mayores dotamos de crédito, ignoramos su vejez paupérrima y miserable que denuncia ante nosotros nuestro fin, les vemos consumir su existencia con el deseo puesto en un jubilación que nunca llega, y que cuando lo hace nos enseña cruelmente las cicatrices de una vida consumida de la que se nos relega. Una vejez que nos condena a la incapacidad de nuestro propio desgaste, una vejez de una vida dedicada a aprender lo horarios de nuestra propia ignominia, tan enquistados en nuestro cerebro que parecería inconcebible vivir un minuto sin un reloj. Llegados a ese punto sin retorno –pues cual no lo es- Ya no hay verdades que descubrir, la costumbre de la mentira diaria habrá minado tanto y tan profundo que no hallaremos ni un atisbo de duda en los pocos años que quedarán por venir. De alguna forma y sin saberlo nos habremos convertidos en discípulos del discurso y las formas que nos esclavizó a nosotros, haciéndonos partícipes y cómplices del fin ideado e idealizado para nosotros, unos viejos felices que bailan en un salón gélido rodeados de otros viejos como ellos que dicen disfrutar de su vida una vez jubilados y que dramatizan sin saberlo el colofón de una vida dirigida y manipulada, mostrándose como el final feliz de un cuento mentiroso que nos doblega y nos somete desde el principio hasta el final.

el reverendo Yorick.

el sobrecillo de azucar

Una frase nos puede cambiar el día, o la vida. Así de claro debieron verlo aquellos que tuvieron una idea semejante. Encomendados a la siempre difícil tarea de educarnos, una serie de personas idearon un método sencillo, barato, y que prácticamente llegaría a todo el mundo. me refiero a los sobrecillos de azúcar que se reparten en cualquier bar. Una frase, debieron pensar, que puesta al azar en manos del ciudadano le aportara una luz de conocimiento y reflexión acompañado de un café. Así la frase del sobrecillo de azúcar y los periódicos gratuitos se convierten a diario en fuente de conocimiento e información para los ciudadanos, que no dudan en exponer su preparación informativa y su bagaje intelectual a la menor ocasión. Aunque como es de suponer en todas estas cuestiones siempre hay algún "pero"...o varios.
Las frases escogidas para rellenar tan menguados espacios suelen acaparar diversos campos de conocimiento, empezando por el refranero, que tiene cabida de punta a punta y siguiendo con la enciclopedia de frases célebres al completo. Lo peor viene cuando las fuentes se agotan, y alguien se dedica a inventarselas, o en el peor de los casos a sacarlas de contexto y desvirtuarlas completamente de la idea con que fueron escritas. Lo que les vale, es hacer constar el nombre de algún escritor, político, actor, deportista o lo que sea, la condición indispensable es que sea famoso y le suene a alguien.
Esta mañana, el azar puso en mi platillo de café un sobrecillo particular, pues la frase que venía impresa sin auditoría conocida parecía haber sido escrita por cualquiera de esas personas que muestran durante toda su vida una mediocridad aplastante de comportamiento y pensamiento. Frase muy ladina por cierto, y no exenta de sabiduría, o sea que quien la escribió tenía claro su devenir por la vida, sabiendo en cada momento cual era la línea a seguir para no ser salpicado ni de lejos por los problemas de los demás, o por cualquier asunto relativo al mundo, decía así (cito de memoria pues perdí el preciado sobrecillo)

El verdadero sabio es aquel que sabe sobre que asuntos debe permanecer ignorante

Ya se debió quedar a gusto el colega...
Por mi parte, ignorando a este energúmeno recuerdo con cariño un sobrecillo de azúcar que me pusieron en Oporto en una ocasión, en él se decía que recordáramos que en el proceso de fabricación de ese azúcar y su embalaje habían intervenido unas 200 personas. Un homenaje sencillo y hermoso a unas personas que dedican su tiempo ha hacer la vida de los demás un poco más dulce.

Saude.