POESÍA, HOUELLEBECQ y III


         DE POESÍA de MICHEL HOUELLEBQ

         Las antenas de televisión,
         Como insectos receptivos,
         Se enganchan a la piel de los cautivos
         Los cautivos vuelven a sus casas.

         Si tuviera ganas de ser feliz
         Aprendería bailes de salón
         O me compraría un balón
         Como esos autistas maravillosos.

         Que sobreviven hasta los sesenta
         Rodeados de juguetes de plástico
         Experimentan alegrías auténticas,
         No sienten ya el paso del tiempo.

         Romanticismo de televisión,
         Sexo caridad y vida social
         Efecto de realidad integral
         Y triunfo de la confusión.




         Mi padre era un imbécil bárbaro y solitario;
         Ebrio de decepción, solo ante el televisor.
         Rumiaba unos planes frágiles y muy raros,
         Su mayor alegría era verlos fracasar.

         Me trató siempre como a una rata a la que perseguir.
         La mera idea de un hijo, creo, le asqueaba.
         No soportaba pensar que le aventajase un día,
         Sólo por seguir vivo cuando él reventara.

         Se murió en abril, gimiente y perplejo;
         Su mirada delataba una cólera infinita.
         Cada tres minutos, insultaba a mi madre.
         Criticaba la primavera, hacia bromas procaces.

         Al final, justo antes de acabar su agonía,
         Una calma breve recorrió su pecho.
         Sonrió al decir “estoy nadando en orines”.
         Y después se apagó con un ligero estertor.



        
         Incapaz de nostalgia
         Envidio la calma de los viejos
         La pequeña muerte en sus miradas,
         Su aire de estar al otro lado de la vida.

         Incapaz de imponerme
         Envidio la sed de los conquistadores
         La simplicidad de los niños,
         La forma que tienen de llorar.

         Mi cuerpo tensado hasta el delirio
         Espera como una llamarada
         Un devenir, un chasquido;
         Por la noche me entreno para morir.




         Bola de sangre, bola de odio,
         ¿Por qué toda esa gente reunida?
         Es la sociedad humana;
         La noche cae de nuevo sobre París.

         Mientras que en el azul ficticio
         Se cruzan los euromisiles,
         Un viejo sabiocon ojo lloroso
         Examina unos cuantos fósiles.

         Dinosaurios, amables dinosaurios,
         ¿Qué veían nuestros estúpidos ojazos?
         ¿ya se luchaba a muerte
         En vuestro letárgicos pantanos?

         ¿Hubo una edad dorada,
         Una buena ley natural?
         Responded, amables dinosaurios:
         ¿Por qué la vida es tan cruel?




         Las noches pasan por mí como un gran tren de laminado
         Y conozco el desgaste delas mañanas sin esperanza
         El cuerpo que se fatiga, los amigos que se distancian.
         Y la vida que recoge una a una sus cartas.

         Caeré un día, y por mi propia mano:
         Se cansó de luchar, dirán los médicos.





Yo ya me sentí viejo al poco de nacer;
         Los demás luchaban, deseaban, suspiraban;
         En mí no sentía más que una añoranza imprecisa.
         Nunca tuve nada parecido a una infancia.

         En la profundidad de ciertos bosques, sobre una alfombra de musgo,
         Repugnantes troncos de árbol sobreviven a su follaje;
         En torno a ellos se forma una atmósfera de luto;
         En su piel ennegrecida y sucia medran los hongos.

         Yo no serví jamás a nada ni a nadie;
         Lástima. Vives mal cuando es para ti mismo.
         El menor movimiento constituye un problema,
         Te sientes desgraciado y, sin embargo, importante.

         Te mueves vagamente, como un bicho minúsculo.
         Ya a penas eres nada, pero ¡qué mal lo pasas!
         Llevas contigo una especie de abismo
         Mezquino y portátil, levemente ridículo.

         Dejas de ver la muerte como algo funesto;
         De vez en cuando rías; sobre todo al principio;
         Intentas vanamente adoptar el desprecio.
         Luego, lo aceptas todo, y la muerte hace el resto.




         Mi hermana era muy fea a los diecisiete años,
         En su clase de tercero le llamaban el callo.
         Una mañana de noviembre se tiró al embalse;
         Pero pudimos sacarla del agua, turbia y amarilla.

         Acurrucada bajo el edredón como una rata obesa,
         Soñaba con una vida serena y despreocupada
         Sin relaciones sociales ni esperanzas de follar,
         Pero dulce y tranquila y casi evanescente.

         A la mañana siguiente, descubrió unas formas,
         Ligeras y escurridizas en la pared de su derecha.
         Me dijo: quédate conmigo, no dejes que me duerma;
         Estoy viendo un Jesús enorme, cojeando a lo lejos.

         Me da un poco de miedo, dijo, pero no puede ser peor que esto.
         ¿Crees que volverá? Me voy a poner una blusa.
         Estoy viendo casitas, hay un pueblo entero;
         Ahí es todo tan bonito… ¿crees que me dolerá?

                EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)



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