POESÍA, HOUELLEBECQ - I


POESÍA
MICHEL HOUELLEBECQ

26 febrero de 1956. Saint-Pierre. Reunión

         El primer paso de la trayectoria poética consiste en remontarse al origen. A saber: al sufrimiento.

         Los años de la adolescencia son importantes. Una vez que hayáis desarrollado un concepto del amor lo bastante ideal, noble y perfecto, estáis jodidos. En adelante, nada podrá satisfaceros.

         Si no frecuentáis a ninguna mujer (por timidez, fealdad o cualquier otra razón), leed revistas femeninas. Sentiréis un sufrimiento casi equivalente.

         Desarrollad en vosotros un profundo resentimiento con respecto a la vida. Tal resentimiento es necesario en toda auténtica creación artística.

         En el momento en que suscitéis en los demás una mezcla de horrorizada compasión y desprecio, sabréis que vais por buen camino. Podréis empezar a escribir.

         No trabajéis nunca. Escribir poemas no es un trabajo, es una carga.

         El oficio de las letras es,
         pese a todo, el único en el
         que se puede no ganar dinero
         sin hacer el ridículo.
         JULES RENARD

         Un poeta muerto ya no puede escribir. De ahí la importancia de seguir vivo.

         El poeta es un parásito sagrado. A semejanza de los escarabajos del antiguo Egipto, puede prosperar sobre el cuerpo de las sociedades ricas y en descomposición. Pero también hay lugar para él en el seno de las sociedades fuertes y frugales.

         No temáis a la felicidad: no existe.

         Sólo cierto filósofos serán capaces de discernir, sacara la luz y utilizar las verdades ocultas en la poesía.

         Toda sociedad tiene sus puntos débiles, sus heridas. Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte.

En un momento renuncia, me dejo caer sobre la banqueta. Sin embargo, los engranajes de la necesidad vuelven a ponerse en marcha. Se jodió la noche; tal vez la semana; puede que la vida; eso no quita para que tenga que volver a salir para comprar una botella de alcohol.

Jóvenes burguesas circulan entre los anaqueles del Monoprix, elegantes y sexuales como ocas. Probablemente también haya hombres; me la suda. Es preferible no imaginarse ya posibles palabras entre uno mismo y el resto de la humanidad, la vagina no es más que un orificio.

Subo las escaleras, apretando mi litro de ron dentro de una bolsa de plástico. Me estoy destruyendo, lo noto; mis dientes se desintegran. Y además, ¿por qué mi mirada espanta a las mujeres? ¿La juzgan implorante, fanática, colérica o perversa? No lo sé, probablemente no lo sabré nunca, pero eso constituye la desgracia de mi vida.

EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)



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