UN SACO DE CANICAS
JOSEPH JOFFO
2 abril de 1931. PARÍS. Francia
Entonces, negro de polvo y de hollín se
iba solo y de noche hacia el barrito de los cuarteles y las tabernas
frecuentadas por los soldados. Acechaba en la oscuridad, y cuando veía a tres o
cuatro, sin prisa y sin cólera, con el alma pura del justo, los mataba
golpeándoles la cabeza contra la pared, y luego, volvía a su casa satisfecho,
canturreando una canción yiddish. (…)
Convocó a la familia y les anunció con
tristeza que resultaba imposible que él solo se cargara a los tres batallones
que el zar había enviado a la región. Así que había que huir y de prisa.
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-¿Eres un judío tú?
Resulta difícil decir que no cuando uno
lo lleva escrito en la solapa de la chaqueta.
La culpa de que haya guerra la tienen
los judíos.
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-¡Jo!
Alguien corre detrás de mí. Es Zerati.
Llega jadeante. Lleva en la mano una
bolsa de tela cerrada con un cordón. Me la ofrece.
-Te la cambio.
Al principio no entendí.
Con un gesto elocuente señala la solapa
de mi abrigo.
Por la estrella.
Maurice no dice nada, está pegando
taconazos en el suelo.
Me decido de repente.
-De acuerdo.
Está cosida con puntos muy separados, y
el hilo es endeble. Paso un dedo, luego otro y doy un fuerte tirón.
-Toma.
Los ojos de Zerati brillan.
Mi estrella. Por una bolsa de canicas.
Fue mi primer negocio.
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Estaban lejos los días en que papá
estaba para contarnos historias de pogroms que ponían los pelos de punta. Ahora
él estaba viviendo uno, el mayor pogrom que jamás conoció la Historia.
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Una mañana, Niza se despertó sin
ocupantes. No obstante, las calles estaban tristes, los rostros preocupados,
los transeúntes andaban pegados a las paredes. Londres había anunciado que
Hitler enviaba treinta divisiones de élite más allá de los Alpes para ocupar la
totalidad de la península.
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Lo que menos entiendo es la violencia
del soldado. Su metralleta apuntando, sus empujones, sobre todo sus ojos. Me ha
dado la impresión que la ilusión de su vida habría sido incrustarme en la pared
de un culatazo, y yo me pregunto: ¿por qué?
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Detalle importante, mi dorado patrón
tiene unos enemigos personales: los judíos. Dice que no puede sufrir a ninguno
de ellos. (…)
Lo que me extraña es que aún no haya
dicho que si los rábanos salen vacíos es por culpa de los judíos. Claro que hoy
la conversación versa sobre otro asunto, sobre Europa.
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Y de golpe, un buen día, en todos mis
diarios, unas letras enormes, que ocupan toda la página, unas letras que nuca
hubiera podido creer que existieran en las imprentas:
PARÍS LIBERADO
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Mientras miro cómo duerme mi hijo, sólo
puedo desearle una cosa: que jamás conozca el tiempo del sufrimiento y el del
miedo como lo viví yo durante aquellos años.
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EL
BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
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