Problemas de moral: entre Cifuentes
e Hiroshima
Publicado en CTXT 10-05-2018
Vivimos en un
mundo en el que las estructuras son mucho más inmorales que las personas. Eso
genera, lógicamente, mucho desconcierto moral y jurídico. Y también político
|
El video de Cifuentes robando en un
supermercado y su dimisión inmediata es una excelente ilustración para retomar
una de las reflexiones morales más profundas e interesantes que se plantearon
en el siglo XX. Este grotesco episodio es la perfecta inversión del caso
Eatherly, en el que intervino el filósofo Günther Anders y sobre el que publicó
su libro Más allá de los límites de la conciencia. Claude R.
Eartherly fue uno de los pilotos que arrojaron la bomba atómica sobre
Hiroshima. Apretó un botón y un minuto después, habían muerto abrasadas 200.000
personas. Nadie puede representar lo que significa una cifra de cadáveres de
esa magnitud. El ser humano tiene algo de toscamente limitado: podemos llorar
profundamente la muerte de una persona, de dos o de cinco, pero no estamos
constituidos para sentir la muerte de doscientosmil. El mundo entero, por
ejemplo, se conmovió ante la foto del niño de tres años Aylan Kurdi, tirado en
la playa muerto tras haber naufragado su patera, pero es más difícil intentar
sentir algo al recordar que eso está ocurriendo todos los días y que hay
decenas de millares de personas en el fondo de Mediterráneo que han sido
víctimas de la misma tragedia.
Eartherly era un voluntario de guerra, piloto
de la aviación americana. Tras arrojar la bomba en Hiroshima fue considerado
como un héroe de guerra, pero él se vio afectado por síntomas de insomnio y
ansiedad que nunca le abandonaron. El primer diagnóstico que le dieron fue “battle
fatigue”, “cansancio originado por el combate”, Efectivamente, tras haber
causado la muerte de doscientas mil personas, debía de sentirse algo cansado.
Era más bien un síntoma de normalidad, como no cesó de explicar Anders. Pero
fue tratado como un neurótico, sobre todo cuando empezó a hacer cosas extrañas,
como atracar pequeños comercios, oficinas de correos, hurtos menores de
delincuente aficionado. Normalmente no se llevaba nada y, cuando lo hacía, era
para enviar el dinero a una cuenta de familiares de víctimas de Hiroshima.
Clamaba por ser castigado, por ser encarcelado, porque se le reconociera su
papel de criminal y se le despojara de su fama de héroe de guerra. Pero había
ahí un abismo irremontable, entre la magnitud de Hiroshima y los robos de los
supermercados, aunque él hubiera sido, inexplicablemente, protagonista de las
dos cosas. A Günther Anders le interesó especialmente esta enorme desproporción
entre lo que había hecho en tanto que pieza de una maquinaria de guerra armada
con bombas atómicas y lo que era capaz de hacer en tanto que aprendiz de delincuente.
Entendemos bien la responsabilidad individual
que tiene una persona que mata o que roba. Nuestra imaginación moral está
conformada a esa escala. Pero no hay manera de explicitar el tipo de
responsabilidad que tenemos con las estructuras de un sistema económico y
político que roba y mata masivamente de forma ciega y anónima. Hay aquí una
desproporción radical. Una desproporción que –decía Günther Anders– nos ha
convertido en analfabetos emocionales y en indigentes morales. Podemos sentir
emocional y moralmente lo que significa robar un banco, pero no lo que
significa tener un banco o que, sencillamente, existan los bancos. Lo que
significa que muera un niño de hambre, pero no lo que significa que los
alimentos básicos del planeta coticen en la Bolsa de Chicago. Lo único que
alcanzamos a decir es que eso son cosas del sistema en el que estamos metidos.
Pero uno se sorprende entonces de que eso de ser antisistema no esté demasiado
bien visto, ni sea tampoco especialmente mayoritario.
El Partido Popular, además de ser, como se
está demostrando, un nido de corrupción y probablemente –a tenor del tipo de
mensaje que han enviado a Cifuentes– una organización de tipo mafioso, está muy
orgulloso de no ser antisistema. Su inolvidable presidente Jose María Aznar estaba
incluso muy orgulloso de codearse de igual a igual con los más poderosos
defensores de este sistema. Con ellos fue con los que declaró la guerra a Iraq,
alegando que ese país contaba con armas de destrucción masiva que no solamente
no existían, sino que se sabía perfectamente que no existían. Fue una
declaración terrorista a causa de la cual murieron centenares de miles de
personas y otros millones están aún sufriendo las consecuencias. Pero en estos
asuntos la desproporción de la que hablaba Anders acude en auxilio de la
conciencia del votante del PP. Emocionalmente es imposible sentir nada cuando
se habla de millones de muertos. Y moralmente no hay ahí manera de orientarse.
La cosa es demasiado grande para la imaginación humana. De modo que algunos jueces,
por ejemplo, prefieren gastar sus energías en perseguir a los que hacen chistes
sobre Carrero Blanco.
Eartherly robaba tiendas para que se le
considerara culpable, ya que nadie parecía dispuesto a plantear ninguna
responsabilidad moral ni política en el asunto de Hiroshima. Acabó internado en
un manicomio. La desproporción entre una cosa y otra era demasiado grande para
que se captara el mensaje. En el caso de Cifuentes ocurre lo mismo. Ha dimitido
porque la han pillado robando en una tienda. Sus otras responsabilidades, como
las del Partido Popular al que pertenece, son demasiado grandes para la
justicia y demasiado complejas para interpelar a la conciencia moral. A la
espera de un Kant que reformule los principios del derecho con arreglo a este
chocante desnivel, es lógico que el poder judicial navegue a la deriva dando
palos de ciego.
Vivimos en un mundo en el que las estructuras
son mucho más inmorales que las personas. Eso genera, lógicamente, mucho
desconcierto moral y jurídico. Y también político, como se vio, por ejemplo,
cuando el Ayuntamiento de Cádiz se vio obligado a elegir entre los puestos de
trabajo de los astilleros y los derechos humanos, aceptando finalmente fabricar
barcos de guerra para Arabia Saudí. Kichi, el alcalde de Podemos, tuvo la
valentía –poco común entre nuestros políticos– de explicarlo a las claras en
un artículo.
Este tipo de problemas debería haber
interpelado muy directamente al pensamiento ético del siglo XX, que, sin
embargo, estaba a otras cosas, intentando resolver el asunto del dilema del
prisionero (algo así como que si todo el mundo se comporta como un miserable
egoísta mentiroso, sorprendentemente el resultado no es siempre el mejor de los
posibles). Lo plantearon, eso sí, los teólogos de la liberación, que sacaron a
colación el concepto de “pecado estructural”. Pusieron así sobre la mesa el
problema de que la responsabilidad moral no puede indagarse mirando en nuestro
interior, sino mirando al interior de las estructuras que vertebran el sistema
de este mundo, y preguntando si se puede o no hacer algo por cambiarlas. Lo
planteó, también, Jean Paul Sartre, que no había cesado de insistir en que la
moral no podía resumirse en elegirse a sí mismo como bueno, sino en elegir un
mundo bueno. Las máximas morales se envenenan fácilmente en un mundo en el que
ser bueno es la mejor coartada para permitir que todo siga siendo igual de
malo. Lo mismo que hay paraísos fiscales, en este mundo existen los paraísos
morales. En ellos vivimos los que nos podemos permitir ser buenos porque jamás
necesitamos ser malos, al menos mientras siga en pie la valla de Melilla que
nos protege del abismo de tercer mundo, invisibilizando incómodos cadáveres en
el fondo del Mediterráneo.
Hay que decir, entre paréntesis, que en el
momento actual, quien está llevando la voz cantante es el Papa Francisco, que
es al que más se oye hablar del terrorismo estructural sobre el que se levanta
nuestro sistema capitalista. Desde luego que Podemos, si realmente ha buscado y
busca una transversalidad hegemónica, debería haber viajado más a menudo al
Vaticano, pues esta casual posible alianza con el catolicismo no era algo a
despreciar.
Y, por supuesto, el problema de fondo lo
planteó también, Günther Anders, cuyas tendencias políticas sufrieron al final
de sus días una evolución bastante pintoresca, como puede comprobarse en su
libro Estado de necesidad y legítima defensa (se trata en
verdad de un conjunto de entrevistas en torno a un libro que estaba
escribiendo). Hasta los años ochenta, Anders había sido uno de los más
eminentes representantes del pacifismo alemán. Sin embargo, en sus últimos
textos veía las cosas desde otro punto de vista. A su entender, la situación en
la que habíamos desembocado era tan sumamente grave que podía darse por
declarado el estado de excepción a nivel mundial, de modo que la resistencia
violenta quedaba amparada por la forma legal de la legítima defensa.
“El estado de excepción legitima la defensa: la moral está por encima de la
legalidad. Creo innecesario justificar esta regla doscientos años después de
Kant. El que a los kantianos de hoy se nos acuse de amigos del caos, no nos
tiene que inmutar, pues no es más que una muestra del analfabetismo moral de
los que nos etiquetan así”. El pacifismo, decía, “no ha asegurado la paz”, solo
nos ha traído “buena conciencia”. “Y no hay nada tan hipócrita como evitar el
mal sólo porque se desea tener una buena conciencia”. El siguiente texto del
anciano pacifista alemán, habría levantado hoy todas las alarmas de la ley
mordaza: “No queda otra que intimidar de verdad a los que nos amenazan. Eso
significa no sólo devolver las amenazas verbales –lo que no les preocupa lo más
mínimo– sino que, de vez en cuando, hay que poner en práctica esas amenazas
para que no crean que nos vamos a limitar a un puro teatro festivo. (…) Y eso
significa, de la forma más imprevisible, de la manera más imponderable: hoy le
podría tocar a éste y mañana a aquel. (…) Como nueva arma utilizaremos su
propia ignorancia, su propio no saber si les tocará a ellos o a otros”. No
basta, continuaba, con hacer pedazos las armas del enemigo, tienen muchas “de
reserva”. “Sin embargo, no existe una vida de reserva. Por esta razón, la
amenaza contra la vida es la única amenaza seria”. Estas citas pueden servir de
muestra de hasta qué punto, al final de sus días, este gran filósofo
consideraba la gravedad de nuestros dilemas morales contemporáneos. Todo un
reto que tenemos por delante los estudiosos de la filosofía.
EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
No hay comentarios:
Publicar un comentario