el hallazgo


 Hoy ocurrió un hecho extraño, fortuito, azaroso, sin importancia podría decirse, pero envuelto en una gran trascendencia, de esas que hacen que se tambaleen muchos de tus principios. Un buen maestro como Julio Cortázar lo hubiera cogido por el rabo y hubiera procedido a su despedazamiento para analizarlo desde su primer y eléctrico impulso neuronal hasta la cadena de pensamientos y de casualidades que desembocó en el suceso completo.

Estaba desayunando en casa con una buena amiga, y se me vino a la cabeza una conversación mantenida días antes con varias personas, en ella, uno de los participantes hablaba del arte, de los artistas, la conversación en si misma me parecía aburrida, repetitiva, pretenciosa y expuesta por alguien de una juventud insultante, que apenas ha comenzado a descascarillar ese huevo que es la vida. En un momento determinado me vi obligado a intervenir, más bien llevado por la voluntad de que el pedante no se hiciera dueño del momento que por un interés personal de iluminar su pensamiento. Lo hice cuando nombró a Cervantes, encumbrándolo en un pedestal de sapiencia y seguridad. Tuve que intervenir, par manifestarle, según mi opinión, que dudo mucho que el escritor tuviese consciencia ninguna de ser “el príncipe de los ingenios españoles” y que más bien, y dado los datos conocidos sobre su atribulada biografía, fue un hombre que hacía lo que podía para mantenerse y sobrevivir en aquella época de miserias. Del mismo modo le expuse que Shakespeare era un empresario cuyo interés era que su teatro se llenara en cada estreno, por encima de la competencia. Ni mucho menos trato de restar importancia a ninguno de los dos escritores, solo le ponía el acento a la opinión actual de endiosamiento de los mismos. El joven me escuchó y la conversación fue derivando en divagaciones y frivolidades. Pero a mi se me quedó un sabor de boca algo agrío, por eso lo recordaba hoy con mi amiga. Luego siguió la mañana de sábado con sus quehaceres domésticos y pasado el mediodía, antes de preparar la comida cogí un libro de Kerouac dispuesto a tomar una cerveza. Cuando entre sus versos leí esto:


                                   Mejor hubiera hecho Gauguin

                                  decorando sus cazuelas

                                  & barcas. Esta humildad

                                  es la del auténtico artista


                                  & explica la inmensa

                          grandeza de Bach al componer

                                 para la misa dominical,

                                de Rafael al pintar

                                la pared de la iglesia;

                                la inutilidad esencial

                               de Goethe. Shakespeare

                              que escribía para llenar

                              las localidades del teatro (un

                              objetivo rastrero)

No me digan que no hay algo mágico en todo esto, que no dan ganas de pensar que hay una musa juguetona que dirige tu mano en el momento de coger un libro al azar de la biblioteca sabiendo que allí encontrarás esos versos que te volverán majareta todo el día, que te dejarán estupefacto, pensando a quién llamar para contárselo, sabiendo que nadie te hará ni puñetero caso y que te escuchará asintiendo, cambiando de conversación al instante para contarte cualquier nimiedad, sin comprender que tú estás ante un momento crucial en la vida, que acabas de ser protagonista de un suceso inusual y extraño que deja entrever unos hilos misteriosos que atan nuestros miembros y nos convierten en juguetes que se enredan con esos hilos y tropiezan persiguiendo quimeras.

Soy consciente de que tener la capacidad de cazar esos instantes te aboca irremediablemente a una soledad existencial, como el paleontólogo que persigue la veinticincoava vértebra del eslabón perdido durante toda su vida sin que nadie le haga caso, que le vamos a hacer, en mi caso y ya que es sábado lo celebro abriendo una botella de vino, que tenía guardada para una ocasión especial y quedándome dormido con el libro de Kerouac, de Shakespeare, y de Cortázar por encima mientras el gato se sienta en mi barriga colmándome de felicidad.


el reverendo Yorick

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