ABEJAS DE
CRISTAL
ERNST JÜNGER
29 marzo de 1895. HEIDELBERG. Alemania
17 febrero de 1998. RIEDLINGER. Alemania
El mundo de autómatas
de Zapparoni bastante curioso ya de por sí, estaba poblado de espíritus que se
entregaban a las manías más singulares. Se decía que en su oficina se
desarrollaban escenas dignas del despacho del director de un manicomio. Y todo
porque aún no existían robots que fabricasen robots. Eso habría sido la piedra
filosofal. La cuadratura del círculo.
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Es curioso que uno no pueda hacer
directamente mal a nadie. Primero tiene que convencerse de que ese alguien se
lo tiene merecido. Incluso un ladrón que quiere robar a un desconocido
provocará primero una pelea para montar en cólera.
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Según ciertos pronósticos, nuestra
técnica desembocará algún día en la hechicería pura. Llegado ese momento, todo
lo que hacemos ahora no habrá sido sino un impulso inicial y la mecánica se habrá
refinado de tal forma que ya no exija nuestra torpe manipulación. Bastarán una
luces, una palabras, más aún, un nuevo pensamiento. Un sistema de impulsos
inundará y recorrerá el mundo.
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La suya consistía en que las máquinas
eran el origen de todos los males. Quería volar las fábricas, redistribuir la
tierra y convertir el país en un imperio rural. Así todos vivirían sanos,
felices y en paz. Para sustentar esta opinión había adquirido una pequeña
biblioteca, dos o tres hileras de libros, gastados a fuerza de leerlos, sobre
todo de Tolstoi (que era su ídolo) y también de anarquistas primitivos como
Saint-Simon.
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En tiempos de crisis se veía que todos
esos robots en miniatura y todos esos autómatas de lujo podían contribuir, sin
necesidad de modificar mucho su construcción, no sólo a embellecer la vida,
sino también a acortarla. Era entonces cuando presentaban su lado sombrío.
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Todos los sistemas que explican con
exactitud por qué el mundo es de una determinada manera y no puede ser de otra
habían suscitado, en mí, desde siempre, el desagrado con que estudia el preso
el reglamento en una celda vivamente iluminada.
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Era evidente que con uno de esos
enjambres, o hasta quizá con una sola abeja de cristal, podía obtener mayor
cantidad de miel que con todo un enjambre natural en un año.
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El temor, y también el entusiasmo que
nos comunicaba la contemplación de mecanismos perfectos, es la contrapartida
exacta de la sensación placentera que produce la contemplación de la obra de
arte perfecta. Sentimos el ataque a nuestra integridad, a nuestro equilibrio.
Pero que nuestros brazos y piernas se hallen en peligro no es lo peor.
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Los espíritus que habían fracasado en
la acción impartían ahora enseñanzas morales a los otros. Pero por mucho tiempo
de que dispusieran jamás compensarían en la eternidad lo que habían omitido
hacer “aquí y ahora”.
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EL BOBO DE KORIA
(RECOPILADOR)
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