Emprendedores

Si hace treinta años nos hubieran juntado a los cuatro y nos hubieran dicho: ¡Vosotros sois emprendedores! Supongo que nos hubiéramos mirado extrañados y hubiéramos soltado alguna risita por lo bajini. Nosotros no éramos emprendedores, la categoría solo nos llegaba para ser cuatro desgraciados que nos metimos en un lío para sacar nuestras vidas adelante.
El asunto era que a tres de nosotros, nos echaron a la calle, según fueron caducando nuestros contratos y justo cuando la empresa debía hacernos fijos. Teníamos uno de los peores trabajos que puede haber: montadores de antenas profesionales y las estructuras metálicas que las soportan. Para que se hagan una idea, trabajar de veinte metros para arriba, así hasta llegar a los ciento veinte. En unos años en que las medidas de seguridad eran de risa, por llamarlas de alguna manera. Nos exprimieron durante tres años con la promesa de que acabaríamos fijos, y fuimos todos a la calle.
Javier fue el más listo, y viendo el mercado que se abría con el boom de la telefonía móvil, pidió la cuenta y luego el paro por adelantado para montar su propia empresa. El fue el que nos llamó.
La historia no pintaba mal, aunque a mi lo de hacerme autónomo no me volviera loco. De haber sabido lo que vendría después desde luego no me habrían visto el pelo.
El dinero del paro acumulado y pagado por adelantado fue de 1.200.000 pesetas de la época, un buen pellizco, que a cuatro neófitos como nosotros parecía un gran capital para empezar un negocio, pero que en realidad no nos llegó ni para alcanzar el semestre. Las empresas que nos contrataban para montar las torres de telefonía pagaban por ellas alrededor de 800.000 pesetas, pero en pago fraccionado a 30, 60, y 90 días. Todos los gastos de material, dietas y alojamiento corrían de nuestra cuenta.
En aquellos años, buscar un camión grúa con altura suficiente para levantar una torre, era un problema, en muchas ciudades no existían, y había que traerlas desde Madrid. Solamente la fianza para esta operación costaba 100.000 pesetas, problemas similares surgieron con las excavadoras y el suministro de hormigón. Gastos, gastos, gastos y peleas. Cuando llevábamos aproximadamente dos meses, nos quedamos sin dinero, a pesar de haber montado unas cuantas torres, teníamos casi todos los cobros pendientes.
Supongo que muchas personas saben lo que es la desesperación, yo puedo hablar de la que sufría en esa época. Recién divorciado, perdido, compartiendo piso con dos tipos ajenos y extraños y bien podría decir, sin trabajo, porque claro, la falta de fondos no priorizaba nuestros sueldos. Contaba los días que faltaban para el siguiente cobro, seguíamos viajando por toda España, y complicándonos más la vida si hubiera lugar. Recuerdo terminar un montaje en Blanes, bajar de la torre de noche, montando el balizaje, y después de pasar todo el día colgado a 60 metros, decidimos volver a Madrid conduciendo toda la noche porque no teníamos dinero para el alojamiento o preferíamos ahorrarnos el poco que teníamos.
Pero lo peor llegaría más tarde, cuando empezamos a firmar talones en blanco. O incluso nos fuimos de un hostal sin pagar las habitaciones que habíamos ocupado durante una semana. Es cierto que meses más tarde Javier se encargó de pagarlas y de disculparse, pero claramente habíamos traspasado una línea. En ese punto yo les haría otra pregunta: ¿Emprendedores o delincuentes? Delincuentes de pacotilla por supuesto, porque ya me contarán donde estaba el beneficio o la diversión.
Resumiré el final de aquella amarga historia contándoles que yo abandoné el barco el primero, después de que me peleara con un compañero al que en aquel momento podría haber matado, ciego como estaba por la tensión, arrastrado por la locura de la que estaba preso. A los dos meses más o menos la empresa Telsocer C.B. acabo enterrada en su pésima ambición. Luego llegaron los pagos. Pude recuperar algo de sueldo regalando mi profesionalidad, y olvidándome de categorías, horas, etc.

En la actualidad se siguen abriendo empresas como aquella, basadas en la ilusión de los desgraciados que las abren y se revientan intentando mantenerlas a flote. Pocas cosas han cambiado, bueno, salvo una quizás. Cuando te hablan de su proyecto se nombran a si mismos como emprendedores, quizás se creen llamados a ser algo especial, que forman parte activa de Hacienda, o del país, los tristes no se dan cuenta que sólo son otros desgraciados más que acabarán como nosotros: Triturados por ésta máquina de hacer dinero del que nosotros no veremos ni un real.


el reverendo Yorick.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo que cuenta es impactante. Lo he pasado con mis amigos. Hace seis años montamos una empresa emprendedora que dicen, la cual sólo nos tajo problemas y desesperación. Eramos tres amigos y aun estamos pagando la deuda que nos quedo. Lo he vivido y se lo que es.