La pradera de San Isidro llegó a
convertirse en una especie de animada feria para una parte de la “buena
sociedad” vallisoletana. Mientras presenciaban los fusilamientos, muchos
jóvenes, entre los que se encontraban bellas señoritas de Valladolid, tomaban
churros y copas de anís de las que despachaban en cercanos aguaduchos,
entreteniéndose en insultar a los condenados que no morían en el acto.
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Si para la mujer “nacional” se exigía
modestia, para la roja, que se había saltado la obligada domesticidad, sí se
pedía sangre, castigo, cárcel y hasta la muerte.
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Las mujeres rojas o desafectas al nuevo
régimen eran culpables de haber entrado y permanecido en el espacio
sociopolítico, de salirse del ámbito familiar que les estaba secularmente
asignado y no ajustarse al modelo tradicional de la mujer de su casa, sumisa,
sacrificada, guardiana del hogar familiar y guiada por el sacerdote católico.
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El que se haya pretendido olvidar el
corte de pelo sistemático delas mujeres republicanas, que fue un espectáculo de
exhibición público, solo puede entenderse como parte de un consenso político y
social de la Transición española, por el que no convenía hablar del pasado
inmediato de los españoles, ni tan siquiera conocerlo. Pero en absoluto fue un
fenómeno marginal y anecdótico.
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La caída de los pueblos mineros
onubenses supuso un enorme salto cualitativo en la violencia, haciéndose una
suerte de criba que “peinaba” el territorio serrano; falangistas, guardias
civiles, requetés, militares y propietarios agrícolas iban eliminando todos los
elementos que consideraban hostiles.
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Hubo casos en los que el ejercicio de
las labores propias de su sexo era el delito mismo, que establecía claramente
la diferencia entre individuas o sujetas y señoras o señoritas.
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La mujer, según el modelo franquista,
era una menor de edad crónica, silenciosa y silenciada, socialmente invisible y
recluida en el hogar.
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De buen grado, o por la fuerza
represiva, había que aceptar la supremacía en un “Estado viril”, en el que la
mujer debía mostrarse sumisa, dócil, callada y hogareña. Ala que había sido o
era rebelde, a la roja, había que someterla por medio de la tortura
principalmente. (…)
El rapado conllevaba vergüenza,
autoculpabilidad frente a la mirada ajena, que se rehuía, al tiempo que se
ocultaba bajando la cabeza.
El rapado apuntaba a la visible
sumisión del cuerpo de la enemiga, reconquistado por medio de una violencia
total, degradante, ritual y pública. (…)
Considerado relativamente una práctica
fascista y con antecedentes en la Alemania prenazi, desembocó en España enla
creación de un suplicio sexual sin precedentes: se pretendía que la mujer roja
diera una imagen de fealdad, descuido, suciedad y escasa feminidad.
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EL
BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
1 comentario:
Añadas el aceite de ricino y la ignomia se completa
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