Sin la máquina no soy nada


 Ya no hay ciencia ficción de por medio, las máquinas están aquí y podríamos decir que sin ellas estamos totalmente desvalidos. Un apagón, una pequeña caída de internet provocan un caos importante. Si alguno de los dos se prolongara durante unas semanas sufriríamos un retroceso de 50 años o más. Estamos supeditados a la respuesta de la máquina, es ella la que calcula, la que radiografía, o nos escanea, y son sus datos los indiscutibles. Es probable que su índice de error sea muy bajo, pero lo que es tristemente una realidad es que sea su juicio el único a tener en cuenta.

Visitas a un médico especialista e inmediatamente te enchufa a una máquina o te introduce dentro de ella. Esto no es malo sin duda, lo que si que lo es, sería enviar a ese médico a una aldea de centro África y que sin la ayuda de la máquina no supiera ejercer su profesión basándose en la experiencia, la observación y la palpación del paciente. Y esto se repite prácticamente en todas las profesiones, los mecánicos yerran constantemente desorientados frente a las centralitas electrónicas con las que vienen equipados los vehículos, un sensor díscolo da como resultado que te tengan que cambiar medio motor, debido a que un microchip tiene instalado un reloj de tiempo que lo hará enloquecer una vez pasado eses periodo.

Parece como si la inteligencia humana se infantilizara frente a sus propios avances tecnológicos. Se pierde la intuición, el ingenio.

El año pasado estuve trabajando en una empresa enorme dedicada a la fabricación de equipos relacionados con la energía solar, enjambres de ingenieros pululaban por la inmensa nave. En una ocasión aparecieron varios de ellos en la sección donde yo trabajaba con la intención de diseñar un útil que sirviera de soporte a unas pletinas de gran tamaño y peso que teníamos que manipular, estuvieron como dos semanas haciendo cálculos y rodeados de planos. Cuando por fin llegó el soporte no valía. Lo modificaron varias veces y éste no acababa de acoplar bien con las pletinas. Se volvían locos con sus cálculos y mediciones, traían allí sus portátiles y desesperados quemaban sus pestañas. Definitivamente el útil quedó abandonado en un rincón, ya que no fueron capaces de modificarlo en condiciones.

Yo no podía evitar recordar otra fábrica en la que trabajé hace unos treinta años, allí conocí a una persona que era la piedra angular de la misma, un mecánico matricero encargado del diseño y fabricación de los moldes para las prensas, del mantenimiento de las mismas y del buen funcionamiento de las líneas de montaje. Lo veía caminar por la nave con sus gafas colocadas en la punta de la nariz, su espalda encorvada y una bata azul llena de virutas metálicas de cuyo bolsillo siempre asomaba la punta de un calibre. Era un hombre humilde, buen compañero y excelente maestro. Algunas veces le ayudé en su taller y pude admirar la precisión y el cuidado que ponía en su trabajo. Allí no había ordenadores ni máquinas inteligentes. Un torno, una fresa, y un taladro de columna. El resto, sus herramientas de mano y una mente entrenada y perfeccionista. En el tiempo que trabajé allí no lo vi fallar ni una sola vez. Su trabajo era impecable lo mismo que su humildad.

Sería una buena escuela para esos ingenieros petulantes y maleducados pasar una temporada en aquellos viejos talleres, lo mismo podrá aplicarse a médicos que parecen haber olvidado lo más básico de su profesión y que sin sus máquinas modernas no son nada, o mecánicos a los que les ocurre lo mismo.

La mayoría de las veces en la aptitud está el conocimiento.

Lo preocupante va a ser que un día nos demos cuenta de que sin las máquinas no seremos capaces de crear, que nos veamos inútiles y desvalidos para utilizar el ingenio que para bien o para mal no ha hecho llegar adonde estamos.


Yorick.

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