LA POLICÍA SEMIÓTICA Y LA POLÍTICA MORALISTA
NURIA ALABAO Y EMMANUEL RODRÍGUEZ
19-12-2020 en CTXT.ES
Cada vez más, en la esfera pública, la búsqueda de un gesto, un comentario, las palabras que señalen a un emisor como “impropio” se han convertido en modelo de comportamiento habitual. Las redes sociales son el principal escenario de esta práctica policial. Localizada la inconveniencia, se suceden en cascada los juicios, la condena moral, la invitación a la retractación, en el peor de los casos, la excomunión. (…)
El moralismo y la moralización se han convertido en la forma
política de nuestro tiempo. Su estilo y una cierta lógica inquisitorial empapan
a la izquierda y a la derecha, aunque la izquierda parece ensañarse
especialmente con los suyos. Se trata de una política con efectos desastrosos
para el debate. La consecuencia de estas persecuciones es un
antiintelectualismo donde el pensamiento acaba penalizado, donde a veces cuesta
atreverse a hablar de determinados temas. La sorpresa está en que este es
también el estilo de quienes supuestamente defienden la libertad de opinión y
la libre discusión como la mejor forma para el intercambio y la producción de
ideas y horizontes de lucha. (…)
En privado, son mayoría –periodistas, influencers,
simples ciudadanos– los que comentan que no se atreven a hablar de determinados
temas, que no se puede decir, que no se puede dudar, que no se puede pensar y
que no te puedes equivocar... por miedo a ser aplastado. La deriva moralizante
de la discusión se convierte así en una condena a la autocensura, en ocasiones
a la autocomplacencia o la continua repetición de lo que se considera
políticamente correcto, en definitiva, a una eterna impotencia. (…)
En las redes sociales domina una suerte de “policía
semiótica”, un señalamiento de este cartel, esta frase, esta imagen, este tuit.
En los últimos tiempos, el ambiente en redes puede ser bastante asfixiante.
Fischer llama a esto “el Castillo del Vampiro” y dibuja unas
pocas reglas que parecen definir los problemas de la discusión actual. La
primera era “individualiza y privatiza todo”, incapaces de una crítica
estructural, la práctica nunca se centra en nada excepto en el comportamiento
individual. La segunda es “haz que la reflexión y la acción parezcan muy, muy
difíciles”; no ha de haber ninguna ligereza y, por supuesto, ningún tipo de
humor. La tercera es una exhortación: “propagad tanta culpa como podáis”,
cuanta más culpa mejor, la gente tiene que sentirse mal, muy mal. La última es
“esencializa”: el enemigo ha de ser siempre convertido en algo inmutable. Como
los deseos que animan el castillo del vampiro son en buena medida los deseos
del sacerdote de excomulgar y condenar, ha de haber una clara distinción entre
el Bien y el Mal.
La consecuencia de esta dinámica es un antiintelectualismo
donde el pensamiento acaba penalizado, donde a veces cuesta atreverse a hablar
de determinados temas
Hace ya casi veinte años –los debates estadounidenses llegan
tarde aquí, es lo que tiene ser un país semiperiférico–, la también crítica y activista Wendy Brown describía este
moralismo de los debates actuales como una “antipolítica”. Donde no
hay un horizonte de emancipación claro y ante la crisis de las grandes
narrativas, las sensaciones de impotencia y de desorientación, explosionan
estas prácticas, en las que las verdades morales se han convertido en
sustitutas de la lucha política. Moralizar tiene por objeto prohibir ciertas
cosas, palabras y actos, despolitiza, dice Brown. Si no analizas el mundo
actual, si no conoces cómo funcionan las lógicas de poder, no puedes pensar
hacia dónde dirigir la acción de transformación.
Históricamente la izquierda criticaba los problemas
estructurales, las fuentes del sufrimiento. Hoy se señala a personas y
actitudes, declaraciones o imágenes y se les culpabiliza como si fuesen la
causa de la opresión. Esto mata la crítica, dice Brown, porque configura la
justicia política como un problema del discurso y no como un problema de
formaciones de poder históricas, político-económicas y culturales. Por decirlo
así, podrías llegar a conseguir que nadie haga ningún comentario machista o
racista, pero después de eso, seguirías teniendo la división sexual del trabajo
y la ley de extranjería.
En definitiva, con este tipo de prácticas se juzga a
personas y no sus ideas y, al final, se emite la sentencia. En los casos más
extremos, puede que a esas personas se les cierren puertas, o incluso que se
intente que esas personas sean despedidas de sus trabajos. (…)
El moralismo corresponde pues con una profunda impotencia
analítica, así como con una total falta de objetivos políticos. Moralizar tiene
por objeto prohibir ciertas cosas, palabras y actos, es una suerte de no práctica,
una reacción (en realidad) que se hace pasar por práctica. La propia Brown
reconoce el par subjetivo de este dominio del “moralismo”, que no es otro que
el “victimismo”, el sentimiento de ofensa por todo aquello que supone que
reabre la herida de nuestra identidad (sea esta cual sea). Las extremas
derechas se impulsan además en esta polarización buscando precisamente la
ofensa que viraliza sus mensajes. (…)
La salida del Castillo del Vampiro es, según Fisher, una
invitación a recuperar un marco de discusión e intercambio de ideas y
propuestas, que estén vinculadas a proyectos de organización y acción
colectivos. “Hemos de aprender, o volver a aprender, cómo construir camaradería
y solidaridad en vez de hacer el trabajo del capital condenándonos e insultándonos
los unos a los otros”, dejó escrito. Es una invitación a rechazar al policía
que llevamos dentro, a cualquier concepción unívoca de lo que está bien y está
mal. Se trata de algo muy elemental: recuperar la capacidad para el libre
examen, sin otorgar ninguna prioridad a la identidad propia o supuesta en los
otros.
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EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
RECOMIENDO VER HISTORIA DE LA
FRIVOLIDAD DE TVE. Deviene muy didáctico
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