Víctor Hugo


Quasi Modo… Comienza la misa. Quasimodo comienza el infortunio.
Quizás una de las novelas más espectaculares y dramáticas de la historia. Escrita por Víctor Hugo, para defensa de la catedral, por aquel entonces, olvidada por los parisinos. Escrita para llamar la atención de aquel edificio que necesitaba de una importante restauración. Escrita para meter el dedo en la llaga de nuestra propia condición humana, de nuestra crueldad, de nuestra bajeza, de nuestras ambiciones, de nuestro ridículo servilismo.
Por otra parte, escrita para hablar del amor, como nunca se podría describir, un amor incondicional, de una madre hacía su hija perdida y en la peor de las circunstancias recuperada. Y un amor inenarrable y puro entre el despreciado y desgraciado campanero y la dulce e inocente Esmeralda. Y aun, otro amor al hogar, al espacio imponente y sobrehumano que supone la propia catedral, y que es refugio y matriz para el jorobado. Y goce espiritual y pétreo para el novelista.
Nuestra Señora de París recorta el cielo parisino de la Cité, que como un navío divide las aguas del Sena desde el principio de los tiempos. Un edificio que trasciende la teatral religiosidad de que la visten, un sepulcro de la historia, un imponente mausoleo de los siglos pasados. Nada que ver con cultos apolillados.
Las manos de sus fantasmas te acarician cuando te acercas a ella. Mira hacía arriba, junto a las campanas, una sombra acaba de cruzar por allí, se esconde, observa a la gente de la plaza, busca desesperado a la gitana que no vendrá a bailar acompañada de su cabrita. Maldecida por la belleza y foco de la codicia de los hombres. Phoebus, Claude Frollo, Pierre Gringoire. Ruines seres creídos de ser llamados a tocar la belleza con sus manos grasientas. Verdaderos artífices de la desgracia de la gitana. Y víctima también de ellos el más desgraciado de los seres, pero el más puro de ellos, el más fiel, el más generoso: Quasimodo.

Yorick

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