LA SANGRE Y EL ÁMBAR

LA SANGRE Y EL ÁMBAR
DAVID TORRES

MADRID, 9 diciembre de 1966

         Bustos de olvidados próceres asomaban la calva en los parques, para alivio de las palomas.

         Un oficial visitó a una familia judía con la intención de llevarse sus cosas. La mujer se puso a llorar y a lamentarse porque es viuda y tiene un hijo a su cargo. El oficial le dijo que no se llevaría nada si adivinaba cuál de sus ojos era artificial. La mujer adivinó que el izquierdo. Cuando le preguntaron cómo lo supo, respondió:” Porque parece humano”.
CRÓNICA DEL GUETO DE VARSOVIA – RINGELBLUM
        
         Yo había vivido, en la adolescencia y en la niñez, los últimos años de la dictadura franquista, y todavía recuerdo aquellas tardes tristes, las aulas, las sotanas, el horrendo hedor a repollo y a agua bendita, el calor del brasero, las letanías de mesa camilla. Bajo la espuela del general Franco. España transcurría en un estúpido nodo sin principio ni fin, una interminable y lluviosa tarde de domingo. Para los niños que crecimos bajo la tutela de aquella momia inmunda que se moría de asco en un hospital, festoneada de tubos y medallas, asistir a aquella agonía monumental fue como contemplar el final y los títulos de crédito de una interminable película de terror que duró cuatro décadas. Creo que nunca superaremos la vergüenza de que aquel nibelungo enano se muriera de viejo.

         -Sólo hay algo parecido a una boda polaca –explicó Carol-, y es un funeral polaco. La diferencia es que en el funeral hay un borracho menos.

         Más que un racimo de estrellas sobre fondo azul, la Unión Europea merecería un rosario de cruces de cementerio, una estrella judía tachada, un charco de sangre seca, un campo de batalla, un montón de mierda barrida bajo la alfombra, una especie al borde de la extinción pastando al borde del tercer milenio.

         En sus labios encontré el rictus típico de los lameculos y los carceleros, de aquellos que pisan la mano de los mendigos y besan la bota que les patea el trasero.

         -En Madrid no nevaba mucho. Cuando yo era un niño,pensaba que la nieve era la caspa de Dios.

         -¿Has oído hablar de Jedwabne?
         Negué con la cabeza. Entonces Anka me contó la historia de aquella aldea, cerca de Bialystok, donde un día de julio de 1941, la mitad de los habitantes del pueblo se alzó contra la otra mitad. Los católicos masacraron a sus vecinos judíos, más de mil seiscientas personas con las que habían convivido en paz durante siglos, y lo hicieron ante la indiferencia de la guarnición nazi que alentó la carnicería sin tomar parte en ella.

         Abrí la novela, examiné la firma: una S  y una T, seguidas de las tres letras del apellido en un solo y firme trazo. Podía ser “Saint Lem”: un santo ateo y laico, un escritor pesimista que no creía en nada que pudiera salvar al hombre, ni la literatura ni el arte ni la ciencia, y que pensaba que la comunicación éntrelos seres humanos era imposible. Lem estaba casi sordo y no hablaba español; yo no hablaba polaco ni nada que no fuese español. Pero de alguna manera, habíamos hecho contacto, aunque no fuese más que un momento, mediante un apretón de manos.

EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)



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