MORIR EN
PRIMAVERA
RALF
ROTHMANN
10 mayo de
1953, SCHLEASWIG, Alemania
El silencio, el rechazo absoluto a
hablar, especialmente sobre los muertos, es un vacío que tarde o temprano la
vida termina llenando por su cuenta con la verdad.
Eso sí, a estos alemanes húngaros les
falta un hervor, sobre todo a los hombres. Llevan todos un bigotito cuadrado y
la raya al lado. Hay un Hitler en cada oficina de correos.
Un gran número de personas se
revolcaban dentro del agua, que burbujeaba, siseaba y humeaba, pero en cuanto
salían y regresaban tambaleándose a la orilla, los productos químicos volvían a
hacer efecto. Al entrar en contacto con el oxígeno, la película de caucho que
les cubría la piel prendía con una llama azulada, si aquellos pobres
desesperados, cuyos gritos eran cada vez más estridentes, intentaban apagar las
llamas con las manos, las extendían aún más, de tal forma que no les quedaba
más remedio que volver a meterse en el agua helada.
La llamita iluminó una estantería llena
de cálices, garrafas y otros enseres de misa. De pronto algo cayó al suelo.
-Aquí hay un retrete- exclamó Fiete.
-Pero no hay agua, ni siquiera bendita.
(…)
Fiete, que se había cubierto con una
túnica de monaguillo, lo saludó levantando una botella de vino.
-La sangre del Señor –dijo-. ¡Por el
Padre Eterno, los príncipes de la paz y el hígado de ternera! ¡Ni un trago para
los idiotas!
EL BOBO DE KORIA
(RECOPILADOR)
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