PIROPO: una palabra que cayó en desgracia
Artículo publicado de en EL DIARIO.ES 10-04-2022
Estaba yo feliz leyendo La
lingüística del amor y caí de pronto en una historia muy triste: la relación
de desamor que tenemos hoy con el pobre piropo Desde que hace unos años
empezaron a decir que era un guarro y un acosador, pensé que era víctima de un
equívoco. El piropo a lo que se dedica es a echar flores. A halagar.
A celebrar. ¡A la alegría de vivir!
Pero alguien usó mal las palabras y
llamó piropo a la agresión. Ese falsificador de significados
pronunció piropo para hablar de lo contrario: de la violencia.
Pronunció piropo para hablar de su antónimo: la grosería. Y así el
infeliz piropín fue cayendo en desgracia hasta convertirse en el incomprendido
que es hoy. Al pobre le cayó fama de chulo matón, cuando, en realidad, lo que
intenta es agradar y por eso lleva con él una flor de sinónimo.
Vemos claramente cómo hemos
malinterpretado sus intenciones cuando observamos su ADN. El piropo nació
como algo precioso. Cuando entró en el diccionario, en 1780, tenía dos
significados. El primero decía de él que era una “piedra preciosa” a la que
también llamaban “carbunco”. El segundo era esta maravilla: “El relumbrón de
voces demasiadamente cultas”.
Todo lo que tocaba la palabra piropo era
una exquisitez. Quizá por eso acabó convirtiéndose en una voz para definir los
“¡Ole qué guapa!” y esas exaltaciones de la belleza. Y tan popular se hizo que
en 1884 añadieron en el diccionario esta acepción: “Lisonja, requiebro”.
Pero… ¡pero!… (y aquí llegan los acordes
🎹 y chirridos de terror 💀) a principios del siglo XX el piropo cayó
en malas manos. Quizá porque quienes los gritaban por las calles tenían malas
artes y convirtieron lo que debía ser una gema, una expresión preciosa, en
bisutería que corta, ¡au! Quizá porque algún falsificador de significados lo
usó para hablar de su némesis: la violencia.
Contaba un periodista al que llamaban el
Caballero Audaz que en la década de 1920, un “beocio piropeador” apuñaló a una
dama, y Primo de Rivera, como buen dictador, atajó el asunto a lo apisonadora:
dictó una ley en Madrid que prohibía el piropo bajo pena de multa y arresto en
prisión.
Esta ley, incluida en el Código Penal de
1928, iba a por lo gordo: “gestos, ademanes, frases groseras o chabacanas”.
Pero de refilón pillaba al piropo: “aún con propósito de galantería”. Y el
resultado les quedó estupendo: en aquella sociedad, el rey y muchos de los
suyos eran conocidísimos puteros, pero, ¡psche!, ¡cuidao con soltar un
“guapa”!
En esa época podemos ver ya el origen de
la confusión de términos. El Caballero Audaz hablaba del “piropo entorpecedor y
grosero”. ¡Ahá! Al juntar piropo con grosero le cambiaron
el significado. Era algo así como decir: belleza feísima. 😜
Los adjetivos dan nuevos vestidos a un
nombre y eso puede hacer que, por la percha, en vez de bombero, tengamos
torero. Pero hay que centrarse y no caer en la locura de que una palabra
signifique una cosa y la contraria. Y la realidad es que el piropo tiene
la intención de agradar; si intimida, no es piropo, es agresión. El piropo
envuelve, arropa, da calidez; si produce quemazón, no es piropo, es ataque. El
piropo da fuerza y seguridad; si lo que provoca es malestar, no es piropo, es
violencia.
Pero hoy volvemos a ver que hay quien
mete al pobre piropo en el saco de las expresiones tóxicas. Pensé en
esta injusticia cuando en La lingüística del amor, llegué al capítulo
de las señales palabreras de una relación tóxica. Ahí encontré muchas frases
que de verdad hacen saltar alarmas: “Si me quisieras, lo harías”, “No sé qué
sería de mí sin ti”, “Si me dejas, me mato”, “Nadie te va a querer como yo”.
Lo peligroso son las conductas que estas
palabras llevan detrás. Por eso el piropo se ha malinterpretado:
porque el halago no rompe un plato. Y si alguien lo usa para abusar, lo usa
mal.
El piropo, por condición, es inofensivo.
No solo eso: da poder, da alegría. Y en todo caso, en el remotísimo remoto caso
de que pudiera causar molestias, solo sería a un micrófono. ¡Por tanta pe! ¡Pi!
¡Po! Por estos golpecitos de aire que suelta la palabra. Pero es fácil
remediarlo: poniendo un filtro al micro llamado antipop. Y entonces estas
pronunciadas explosiones labiales se convierten en etéreas pompas de jabón.
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EL BOBO DE KORIA
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