el carpintero del Kremlin


 De la megalomanía de los dirigentes del mundo de todas las épocas habría mucho que escribir, cierto es, que en los siglos pasados, los ejemplos de tal enfermedad, eran numerosos y a cual más desproporcionado, y además, cuanto más oprimido fuera el país, más grandes eran las elucubraciones arquitectónicas de los enfermos. Por poner un ejemplo reciente, recuérdese el apabullante y terrorífico valle de los caídos, de nuestro insigne caudillo, que emulando a los faraones, dedicó buena parte de su vida a construirse un mausoleo desde donde presidir su obra de ser la reserva espiritual de Europa. Mal le ha ido el asunto al enano asesino.

Pero no quiero desviarme del tema de los megalómanos modernos y hoy quería poner la mirada en los rusos y en su insigne presidente, ese ser con cara de hogaza de pan duro cuyos actos parecen hermanarlo directamente con Rasputin, el monje diabólico que sometió a los zares. El caso es, que viendo por televisión las reuniones que ha tenido en el Kremlin con otros dirigentes del mundo, no he podido evitar fijarme en el escenario escogido para dichas reuniones: Un salón de proporciones gigantescas, donde el único mobiliario era una mesa de tamaño colosal ¡cáspita! Pensé ¿quien habrá sido el constructor del gigantesco mueble? ¿cuantos arboles habrán hecho falta para completarla? Desde luego el tío es bueno, lo mismo te podría reproducir las tres carabelas en menos que canta un gallo. Lo cómico del asunto, es que en dicha mesa, solo estaban sentados dos personas, y claro, cada uno en una punta, lo que podría indicarnos que estarían situados a no menos de siete metros uno del otro, vamos, que sin haber abierto la boca ninguno de los dos, y atendiendo a las señales y el lenguaje corporal, yo diría que de esas reuniones no iban a salir muchos acuerdos. Imagino al carpintero contemplando su obra desde el salón de su casa diciéndole a su santa: “¡mujer! Esa mesa la hice yo” Si la construyó en un taller, o directamente metió los troncos en el salón, nunca lo sabré, yo me inclino por la segunda opción, porque aunque las puertas de las habitaciones deben de ser pantagruélicas no veo a ochenta personas girando por las escaleras con el monstruo de madera. Seguro que alguno está pensando: ¡Idiota! La mesa es desmontable. Bueno, eso nunca lo sabremos, además un buen megalómano siempre estará reñido con el sentido práctico de la vida, de modo que según su modo de pensar, la mesa debe de estar hecha de una pieza ¡coño! Que para eso soy el líder de toda la Rusia. En fin, un punto para el carpintero, conocedor sin duda de su oficio, y una mierda para el imbécil que la encargó y que piensa que con esas tonterías puede impresionar al mundo.

No dejen de echar una mirada al ego de sus dirigentes, antes de entregarse a ellos en cuerpo y alma, que luego las cosas se pueden complicar.


El reverendo Yorick.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno Yorick, la mesa la ha hecho un carpintero valenciano. Y es que, como la paella ná.