por la boca muere el pez...y el tonto


 No deja de ser curioso que el primer milagro que hizo Jesús fuese convertir el agua en vino. Debió de tomar buena nota el mozalbete de los efectos que este producía en la gente, también observaría atento que la mesa bien provista era la felicidad máxima para aquellos simples que en el futuro serían sus seguidores.

Pasaron los años y cuando Jesús decidió reclutar a sus apóstoles recordaría sin duda la afición y la preocupación por comer abundantemente que tenían los humanos, así que partiendo de esta lógica se acercó a los pescadores que desesperaban viendo como sus redes volvían vacías una y otra vez. Cuando regresaron frustrados Jesús los esperaba ladino para convencerlos que salieran una última vez, para que, acompañados por él volvieran a lanzar las redes. El resto de la historia ya la conocen. Una vez lleno el estómago y la despensa, aquellos pescadores no dudaron en seguir a aquel hombre.

Dos hechos igual de relevantes citan los evangelios: La multiplicación del pan y los peces y la última cena.

En el primero, absolutamente innecesario bajo mi hereje punto de vista, el milagrero, conforta los estómagos de cientos de personas encandiladas por el milagro. Y mi pregunta es: ¿Acaso aquellas personas estaban a punto de morir de inanición? Voluntariamente subieron al monte a escuchar a su mesías, no creo yo que ninguno muriera de hambre por saltarse una comida, más bien parece un truco de buhonero, preparado para engatusar a aquellos “estómagos con patas” que una vez más quedaron saciados. Es curioso que uno de los pecados capitales estipulados por la iglesia sea la Bula, viendo como se ve, que era bastante recurrente hacer fieles agasajando su apetito.

La segunda ocasión es más normal, pero no por ello menos importante, me refiero a la última cena, donde Jesús, antes de la catástrofe personal que se le avecina decide juntar a su plana mayor y nuevamente ante la mesa complacerlos, además de poner de manifiesto ante su público que él está en el pan y en el vino, que cada vez que le hinques el diente a un mendrugo de pan, ahí está él, lo mismo que cada vez que te tomes un chato en la tasca de la esquina.

Esta ceremonia privada será crucial en la historia posterior del cristianismo: el culto a la mesa bien servida. Reunirse alrededor de ella para celebrar, ya sea la familia o la vida. Debe ser el único precepto cristiano que cumplen todos sus fieles, con mayor o menor cantidad, pero lo que se dice celebrar se apuntan todos sin excepción. Y después de cada sacrificio u acto de contrición: Celebración. ¡Qué corra el vino y las viandas! Pues no era listo ni nada el pícaro. Que por cierto buena nota tomó Mahoma para seguir ofreciendo pitanza, y además, aquí los de la media luna fueron más lejos ofreciendo también las famosas huríes.

Qué paraísos más terrenales: Comer, beber y follar. No me extraña que ante estas premisas y hasta que vuelva alguien del más allá para desmentirlo, tenemos dioses para rato.


el reverendo Yorick.

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