EL ENTENADO
JUAN JOSÉ SAER
28 junio de 1937. SERODINO. Argentina
21 junio de 2005. PARÍS. Francia
La
orfandad me empujó a los puertos. El olor del mar y del cáñamo humedecido, las
velas lentas y rígidas que se alejan y se aproximan, las conversaciones de
viejos marineros, perfume múltiple de especias…
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Lo
desconocido es una abstracción; lo conocido, un desierto; pero lo conocido a
medias, lo vislumbrado, es el lugar perfecto para hacer ondular deseo y
alucinación-
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Es
de hacer notar también que la delicadeza no era la cualidad principal de esos
marinos. Más de una vez, su única declaración de amor consistía en ponerme un
cuchillo en la garganta.
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Durante
una fracción de segundo no pasó nada, salvo mi comprobación atónita de que
todos los que acompañaban al capitán, salvo yo, yacían en tierra inmóviles,
atravesados, en diferentes partes del cuerpo, pero sobre todo en la garganta y
en el pecho, por flechas que parecían haber salido de la nada…
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Toda vida es un pozo de soledad que va
ahondándose con los años.
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…puede
darme cuenta de que se trataba de tres grandes parrillas porque, en efecto, los
hombres del segundo grupo, al que sin duda debía pertenecer el indio
ensangrentado y afable con el que me acababa de cruzar bajo los árboles,
munidos de unos cuchillos que parecían de hueso, decapitaban, con habilidad
indiscutible, los cadáveres ya desnudos de mis compañeros… (…)
La
carne humeaba, despacio, sobre el fuego. Al derretirse, la grasa goteaba sobre
las brasas, produciendo un chirrido constante y monótono, y por momentos
formaba un núcleo breve de combustión,… (…)
El
gusto que sentían por la carne era evidente, pero el hecho de comerla parecía
llenarlos de duda y confusión.
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Más
de una vez vi a uno de esos hombres robustos ceder su abrigo o su alimento a un
viejo, a un enfermo o a una criatura, en contraste sorprendente con el horror
de los primeros días.
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Me
habían preparado, como a mis predecesores, una canoa cargada de comida que se
balanceaba en la orilla.
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Por
la dificultad en el trato, me doy cuenta de que diez años éntrelos indios me
habían desacostumbrado a esos hombres.
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Yo,
silencioso, pensé esa noche, me acuerdo bien ahora, que para mí no había más
hombres sobre esta tierra que esos indios y que, desde ese día en que me habían
mandado de vuelta yo no había encontrado, aparte del padre Quesada, otra cosa
que seres extraños y problemáticos a los cuales únicamente por costumbre o
convención la palabra hombres podía aplicárseles.
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Y
los indios eran más cazadores que guerreros, porque a las expediciones las
motivaba la necesidad y no el lujo sangriento que origina toda guerra. (…)
Parecían
concebir la guerra como un gasto inútil, una mala costumbre de criaturas
irrazonables.
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Cada
tribu vivía en un universo singular, infinito y único, que ni siquiera se
rozaba con el de las tribus vecinas.
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…a
medida que el brillo de sus ojos se apagaba, que su respiración se volvía más
entrecortada y más débil, la luz matinal ganaba brillo y magnificencia, como si
el mundo fuese sacando del último aliento del hombre los destellos que
cabrilleaban en el agua…
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Cuando
lo que me señalaban de sí mismos eran buenas cualidades, parecían ostentar una
vanidad desmesurada.
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EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
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