ALABAMA SONG


ALABAMA SONG

GILLES LEROY

 

28 diciembre de 1958. BAGNEUX. Francia

 

 

         Esta es la historia de Alabama Song: el relato de una destrucción, del viaje hacia la nada de Zelda, la niña del surque creyó que escapando de su casa tocaría el cielo y que acabó en un hospital psiquiátrico en el que tenía que esconder lo que escribía para que no se lo confiscaran los médicos. Esas eran las órdenes tajantes de su marido, el famoso escritor Scott Fitgerald. De la introducción.

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         Hay quien se esconde para robar, para matar, para traicionar, para amar, para gozar. Yo tuve que esconderme para escribir. Con apenas veinte años caí bajo la autoridad –el autoritarismo-de un hombre poco mayor que yo que quería gobernar mi vida y se dio muy mala maña.

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         Soy la hija del Juez, la nieta de un senador y de un gobernador: fumo, y bebo y bailo y me sobo con quien quiera.

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         La noticia de mi bodorrio dio la vuelta a la ciudad y Scott, sin hacer pregunta alguna, pero con su tremenda intuición, lo adivinó aquel día en que vino a buscarme a la estación para raptarme en el tren que arrancaba en el acto hacia Nueva York.

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         Scott me mira de reojo, con expresión dolorida y desvalida. Ya está borracho antes de que lleguen los primeros invitados. (…)

         Scott estrelló a mis pies la copa de absenta-

         -¿Es que no tienes ninguna noción de vergüenza? Las chicas como es debido no se entregan en público. No eres más que una zorra.

         Y me escupió a la cara. Dos hombres tuvieron el tiempo justo de sujetarle los hombros y la mano derecha en el preciso instante en que la alzaba contra mí.

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         Y luego entró en nuestra vida aquel gordinflón (ERNEST HEMINGWAY). El aficionado a las corridas y a las sensaciones fuertes. El escritor más puto y la gloria más en ascenso. Por entonces no era ni tan gordo ni tan famoso. Ni siquiera había publicado nada.

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         “Me vuelve una pesadilla”, agobiante, de la plaza de toros de Barcelona. Aquellos hombres de negro, como una reunión de enterradores, con sus mujeres gordas y de negro, con voz de animales degollados bajo los sombreros de paja, y sus niños repugnantes, enardecidos al ver la sangre…vuelvo a ver cómo la cabeza negra de ollares espumeantes le mete los cuernos por debajo al caballo, en el vientre, y, luego, tras ensartarlo, alza como  un pingajo aquel muñeco que pesa mil kilos de músculos y dorados… la arena era una charca de sangre. (…)

         -Eres un cerdo –le dije a Lewis (Hemigway). Eres la cerda podrida que incuba serpientes. No vuelvas a acercarte a mi familia. Desaparece o te mato con mis propias manos.

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         El peor castigo, cuando me arrancaron de los brazos de Joz, no fue la humillación pública. Sí, me encerraron durante tres meses en una casa vacía, apartada de todos…       

         El auténtico castigo quedó enunciado como sigue en una carta que Scott hizo que me enviase un abogado:

         Al convertirte en una esposa adúltera, ya comprenderás que te has quedado sin tus derechos de madre….

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         (Dios mío… me cago en Dios, si hay algo que exista más arriba de mi cabeza, alguna instancia superior, ¡por favor, que me libre de esas torturas filantrópicas)

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         A los hombres se los oye mear en el urinario, se oye la cadena, pero no se oye correr el agua del grifo, ni resbalar el jabón en la varilla oblicua, ni se oye girar el rodillo de la toalla.

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         Me soltaron ayer, después de haber estado internada cuatro meses y medio (oficialmente una cura de reposo… (Scott llevaba semanas sin estar sobrio y había apuntado la fecha mal; luego, se le había olvidado) y pedí una ambulancia de la clínica Phipps para ir a nuestra nueva finca…

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         Él:

         -No vas a publicar ero. No vas a publicar esa bazofia, esa montaña de cabronadas.  ¡Piensa en nuestra hija, so puta! ¡Sé madre aunque eso sea por una vez y piensa en ella!

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         -Soy la mujer del escritor más grande de este país.

         Y ella, entonces, tirando una colilla rojo sangre en la grava del paseo.

         -Lo eras, cariño. “Y él lo fue” durante un año o dos. Hoy ya no citan su nombre ni en los títulos de crédito. ¿No lo sabías?...

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         Es decir… nadie sabe cómo pudimos querernos al principio ni cómo nos aguantamos todos estos años. Al principio, él me importaba un carajo; al final, yo le importaba un carajo a él.

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EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)



 

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