ANTITAUROMAQUIA

ANTITAUROMAQUIA

MANUEL VICENT

 

1936. CASTELLÓN. España

 

         Desde que Fernando VII, el felón, cerró la universidad y, para compensar, abrió la Escuela de Tauromaquia, los españoles se dividen en dos: los que creen que la cultura y el desarrollo dela sensibilidad acabarán un día con la corrida de toros y los que piensan que la fiesta nacional es, en sí misma, cultura que sintetiza los valores de una raza, una gallarda manera de ser y de enfrentarse a la vida.

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         Durante siglos la burla de animales, la tortura y muerte de reses en la plaza ha servido de exorcismo para vaciar los demonios de una tribu, pero su carácter religioso se ha perdido y al final todo ha quedado en el agravio que un pueblo se infiere a sí mismo con este espectáculo sin otro sentido que el sudor, el polvo y la sangre que genera.

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UN REJÓN EN LA PROPIA PALETILLA

         La cuestión consiste en saber si una sociedad que se divierte todavía con el rito de acuchillar a un animal tiene argumentos válidos para defenderse a sí misma delas injusticias y atropellos; si unos ciudadanos que contemplan impávidamente cómo se atraviesa con un rejón…(…) están moralmente preparados para enfrentarse luego a la tortura política y social; si un público que se extasía ante un bello animal con sangre hasta las pezuñas encontrará una coartada cuando a él le toque el turno fuera de la plaza en la otra tauromaquia de la vida.

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         Se dice que la fiesta nacional da de comer a mucha gente y excita el dinero turístico, pero tampoco es mal negocio el tráfico de armas ni el trapicheo de la droga.

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         La pureza de la fe o la ortodoxia de la fiesta taurina exigen que se cumplan los cánones antiguos, pero felizmente hasta la mollera de los más fanáticos tiene un punto de contacto con el asco.

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         Oído por televisión aun locutor engolado y patriota durante la una corrida que presidía el rey de España: “Buen puyazo, sí señor, van a ver ustedes cómo la sangre llega hasta la pezuña del toro. Ésa es la prueba de la calidad dela vara”. En efecto, la sangre del toro llegó a la pezuña y el locutor se pavoneó de su sabiduría.

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EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)