hogar, dulce hogar


Llegan espantados por la mañana, con el gesto exagerado y con la mirada voraz del que ha encontrado un tema para comentar con su piara, y de paso, romperse la camisa demostrando que es el más cristiano, el más demócrata, y el más justo, teniendo muy claro la diferencia entre el bien y el mal.
-¿Habéis oído lo que a pasado en el pueblo de al lado? Dice uno. Los otros fingen ignorarlo, hasta que salta otro y le contesta: algo he oído. Una madre mata a sus hijos y luego intenta suicidarse -dice el primero- estaba hasta arriba de drogas, y por lo visto pertenecía a una secta. -joder. Dice otro poniendo cara de falso dolor.
Así se pasan un buen rato, fariseando entre la sorpresa y el morbo, remarcando entre todos su adoctrinamiento con frases nauseabundas del tipo: Si fuera mi hija esto no pasaba, ya la hubiera encarrilado yo. Y aceptando sin dudar, las noticias que les son dadas a escuchar. Todos asienten, todos tienen muy claro como se debe educar. Todos son perfectos padres y maridos.
Los miro directamente a los ojos y ellos evitan mi mirada. Temen al diferente, pienso. Temen por que les aterra ser descubiertos. Los miro con lástima, su aspecto anodino, ridículo, atemorizados de sacar un pie del camino que les ha sido mostrado.
Al poco rato cuando el tema está agotado vuelven su atención hacía el fútbol, nuevamente se les ilumina el rostro, saben que en ese tema todos pueden opinar y todos se escuchan entre sí, parece que dicen grandes verdades y opinan plenamente satisfechos. Y son felices. El mundo gira según lo establecido, sí, pasan cosas pero eso es porque hay mucha gente inadaptada, o enferma, o extranjeros que no saben de nuestro civilizado proceder.
Me pregunto si alguna vez llegarán a plantearse la fragilidad de su realidad, el enorme sacrificio que han hecho para sacar el miedo y la incertidumbre de sus existencias, a cambio del miserable porvenir que han aceptado sin condiciones. Aparto esta idean convencido de que eso no es posible. Acuden a su quehacer diario con la seguridad de que este no cambiará, llegarán a sus casas y el plato humeante de alimento les esperará en la mesa. Sus mujeres, verdadero feudo de su poder les esperan con la casa impoluta, con la ropa limpia y la mesa puesta, otorgándoles una grandeza que no tienen. Este es el mayor triunfo de la civilización, instaurar un sistema feudal dentro de cada remedo de hogar. Un lugar donde el cobarde se siente fuerte, pues sabe que tiene a quién mandar.
Ahora, dentro de esos micro-estados empieza a vislumbrarse el tiempo de las revoluciones, habrá guillotinas y víctimas, las cosas empezarán a cambiar si, pero el enemigo de siempre, el que impone los modos de proceder y las modas, el que normaliza la anomia y la desafección seguirá tranquilo, seguro de que nunca nadie mirará hacía arriba, lo que les parecerá inalcanzable, sobre todo mientras puedan combatir con su igual, o mejor, con el que está debajo.

el reverendo Yorick.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo peor, Reverendo, es que eso que oímos como una ráfaga en los bares y en la calle es la media de lo que hay. Y eso es lo triste y peligroso.
Salud