BELLEZA CRUEL


ÁNGELA FIGUERA AYMERICH
30 octubre de 1902. Bilbao
2 abril de 1984. Madrid

            Extraído del libro BELLEZA CRUEL. Editado en 1953


         SI NO HAS MUERTO UN INSTANTE

                        Todas las mañanas al alba
                        mi corazón es fusilado en Grecia
                        NAZIM HIKMET

            Si no has de permitir que tu corazón tierno
            trabaje un cupo diario de horas extraordinarias
            para sentirse fusilado en Grecia;
  si tu pulida frente no llega a golpearse
            contra el hierro y la roca
            de una cárcel distante mil o dos mil kilómetros;
            si no has caído nunca con la nuca partida
            por las balas que silban en un rincón de Asia;
            si no has notado nunca que se hielan tus huesos
            porque los fugitivos duermen en las cunetas;
            si no dejas a veces que tu estómago aúlle
            porque a orillas del Ganges no hay arroz para todos;
            si no has sentido nunca tus manos desolladas
            cuando un hombre concluye su jornada en la mina;
            si no has agonizado cualquier noche sin sueño
            en la sala de un blanco pabellón de incurables;
            si tus ojos no crecen
            hasta los cuatro puntos de la tierra
            para encontrar las vetas del dolor escondido
            y aumentar los caudales represados del llanto;
            si no has muerto tú mismo solamente un instante,
            una vez tan siquiera, porque sí, porque nada,
            porque todo, por eso: porque el hombre se muere,
            entonces no prosigas. Al hoyo, y acabado.

LIBERTAD

            Crecieron así seres de manos atadas
            EMPÉDOCLES

              A tiros nos dijeron: cruz y raya.
            En cruz estamos. Raya. Tachadura.
            Borrón y cuenta nueva. Punto en boca.

            Si observas la conducta conveniente,
            podrás decir palabras permitidas:
            invierno, luz, hispanidad, sombrero.
            (Si se te cae la lengua de vergüenza,
            te cuelgas un cartel que diga “mudo”,
            tiendes la mano y juntas calderilla.)

            Si calzas los zapatos según norma,
            también podrás cruzar a la otra acera
            buscando el sol o un techo que te abrigue.

            Pagando tus impuestos puntualmente,
            podrás ir al taller o a la oficina,
            quemarte las pestanas y las uñas,
            partirte el pecho y alcanzar la gloria.

            También tendrás honestas diversiones.
            El paso de un entierro, una película
            de las debidamente autorizadas,
            fútbol del bueno, un vaso de cerveza,
            bonitas emisiones en la radio
            y misa por la tarde los domingos.

            Pero no pienses “libertad”, no digas,
            no escribas “libertad”, nunca consientas
            que se te asome al blanco de los ojos,
            ni exhale su olorcillo por tus ropas,
            ni se te prenda a un rizo del cabello.

            Y, sobre todo, amigo, al acostarte,
            no escondas “libertad” bajo tu almohada
            por ver si sueñas con mejores días.
            No sea que una noche te incorpores
            sonambulando “libertad”, y olvides,
            y salgas a gritarla por las calles,
            descerrajando puertas y ventanas,
            matando los serenos y los gatos,
            rompiendo los faroles y las fuentes,
            y el sueño de los justos, porque entonces,
            punto final, hermano, y Dios te ayude.

ETCÉTERA

            El padre trabaja en la mina.
            La madre trabajaba por las casas.
            El chico andaba por la calle
            aprendiendo buena conducta.

            Al filo de la noche los tres juntos
            alrededor del jarro y de la sopa.
            El padre, en su legítimo derecho,
            tomaba para sí la mejor parte.
            La madre daba al chico de lo suyo.
            El chico lo sorbía y terminaba
            Pidiendo chocolate o mandarinas.
            El padre le pegaba cuatro gritos
            (siempre bebía al fin más de la cuenta)
            y luego echaba pestes del gobierno
            y luego se acostaba con las botas.
            El chico se dormía sobre el codo.
            La madre lo acostaba a pescozones
            y luego abría el grifo y renegaba,
            qué vida, Dios, fregando los cacharros,
            y luego echaba pestes del marido
            y luego le lavaba la camisa
            y luego se acostaba como es justo.

            Muy de mañana al día siguiente
            el padre bajaba a los pozos,
            la madre subía a las casas,
            el chico salía a la calle.
            Etcétera, etcétera, etcétera.

            (No sé por qué empecé a contarlo.
            Es una historia fastidiosa
            Y todos saben cómo acaba.)

EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)


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