El
niño camina por la calle llorando. Al fondo de la misma un grupo de
chavales sigue jugando indiferentes. Yo acabo de despedirme de una
vieja amiga en la puerta de su casa, y la presencia de ese niño
llorando me paraliza.
Me
retrotrae muchos años atrás, cuando yo también era un niño, y
aun no sabía distinguir el llanto. Porque todos los llantos no son
iguales.
El de
ese niño puede que sea algo pasajero, y que dentro de veinte minutos
vuelva a estar jugando con sus amigos con el episodio olvidado. Pero
también puede que acabe de descubrir algo más terrible, como la
soledad, la incomprensión, o los sinsabores de las amistades
fútiles. Entonces llorará amargamente sin comprender de pleno que
esta recibiendo una cruda lección de la vida, que camina
irremediablemente por una senda sin retorno que lo llevará a la
madurez. Y que aunque se le llame madurez, hay muchas cosas que nunca
se comprenden y que enterramos bajo un manto de actos cotidianos que
amortiguan las palpitaciones de nuestro propio miedo.
El
chiquillo continúa calle adelante restregándose los ojos, tal vez
vaya a su casa, buscando el cobijo de su madre, buscando protección,
buscando alivio.
Lo
que a mi me deja petrificado es saber, que él todavía no ha
descubierto que hay llantos donde ni su madre podrá hacer nada, y
llorará, y llorará, absolutamente inconsolable.
el reverendo Yorick.
el reverendo Yorick.
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