Veinticinco años después
quise llevar a clase los
deberes
que me mandaron aquella
última tarde
pero el colegio ya no
estaba allí
mi expediente había
desaparecido
mis profesores habían
muerto
y yo no era nadie
para el indolente conserje
de aquel edificio
desconocido
que aplastó con su
silencio
el griterío de los niños
aquellos niños ahora
perdidos
que primero fueron
masticados
y una vez secos
escupidos
¿Qué hago en este
cementerio con las raices cuadradas?
Con los verbos conjugados
con los dictados
con las partes del aparato
digestivo
¿Qué hago con las
heridas que no curan y que no paran de sangrar?
Sigo tan perdido como
aquel niño que no entendía nada
que sólo quería volver a
casa
para esconderse de
aquellas personas feas
que lo acabarían
martirizando
prolongando su dolor
a lo largo de toda su vida
Rafa Becerra
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