Bastante a menudo, durante
mis viajes, y cuando llegaba a un nuevo poblado, una vez saludado y
respetuosamente solicitar hospitalidad, era observado de arriba a
abajo, curioseado por chiquillos, mujeres y hombres, y por la noche,
mientras se comía alrededor de la hoguera, ellos me hacían
preguntas. Sobre todo siempre les interesaba saber a que tribu
pertenecía. Yo siempre les daba la misma respuesta acongojada: yo
venía del otro lado del mar, pero mi tribu había desaparecido. Me
costaba mucho explicarles que no había desaparecido de forma física,
es decir, no habían muerto llevados por una epidemia o por alguna
guerra, eran ellos los que habían decidido desaparecer como tribu.
Poco a poco habían abandonado las enseñanzas de sus ancestros, su
sabiduría milenaria, reemplazada por sueños fáciles, que les
ofrecían mercaderes y letrados ávidos de poder. Mi pueblo se había
rendido, entregaba a sus hijos a aquellos ruines para que fueran
educados por estos, separándoles de sus hermanos y niños del clan.
A los ancianos se los llevaban desarraigándoles para hacinarlos en
cárceles preparadas para ellos. Muchos se quitaban la vida, y otros
sucumbían a sus drogas y juguetes.
Todos me miraban
espantados. Les conté, que los míos comenzaron a sentir vergüenza
de su existencia, de su cultura, de sus conocimientos antiguos, y que
prefirieron caer en las manos y mentiras de quienes solo pretendían
anularlos y dominarles, así, comenzaron a comportarse de forma
extraña, según observaban en sus nuevos maestros. Impusieron normas
para todo, absurdas la mayoría de las veces, ideadas para controlar
y dominar, para diferenciar a las personas que siempre habían sido
iguales, para juzgarles y dominarles.
Cuando llegaba a este
punto, las lagrimas me impedían continuar. Mis anfitriones me
observaban en silencio, y la más de las veces, cuchicheaban entre
ellos, sobre todo los ancianos.
En todos y cada uno de
aquellos poblados, que el mundo civilizado llamaría salvaje, me
ofrecieron un hogar, en todos quisieron acogerme y darme una tribu,
tal y como yo la había conocido en mi niñez. Siempre me despedía
de ellos llorando de agradecimiento.
Yorick.
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