los herederos


 De todos los escritores es sabido la indiferencia que provoca su actividad en sus familiares y amigos sobre todo al principio de su carrera. Podríamos sacar de esta lista a aquellos que de antemano son preparados para el mundo literario, es decir, que proceden de familias con economías desahogadas y con todo el tiempo del mundo para elegir su futuro o ir dando botes de carrera en carrera o cambiando de actividad lúdica en pos de un mañana artístico. Pero el resto, sufrirá la mayor de las ignorancias, hasta que por una de aquellas, va y triunfa. Entonces todos serán halagos, profundo interés por sus libros y sobre todo por conocer el monto de los contratos y ventas de sus obras. El escritor, que ya se ha creído su personaje, se sentirá cómodo rodeado de los suyos, siendo el centro de ese universo de satélites aduladores que lo convierten en alguien importante. En su desvarío dedicará sus libros a su esposa, madre, hijos, o a su casta entera.

Los lectores en este punto seguimos comprando, prestando, pidiendo o acudiendo a las bibliotecas para seguir la carrera de nuestro autor favorito. Pero… de repente, éste fallece arrastrado por una enfermedad o un accidente. ¿Y qué pasa ahora? Bueno ahora es cuando el asunto se pone turbio, de mano de todos esos herederos que quedan responsables y beneficiarios de los derechos de sus obras y el control de publicación.

Aquí ya hay de todo, fuera máscaras y comienzan a aparecer buitres de todo pelaje, desde los que acaban publicando hasta el boleto de la quiniela que el finado llevaba en el bolsillo de su traje, hasta los que permiten ediciones tras ediciones a cual peor: recortadas, sin prólogos ni notas de ningún tipo, etc. Todo para que la gallina de los huevos de oro siga dando beneficios. Y ahí te encuentras con esposas, novias, hijos o sobrinos segundos que no han leído un libro en su vida, por los que no muestran ningún respeto, en manos de editores que muestran los bolsillos llenos de dinero con la esperanza de que sea su contrato, en el que los herederos plasmen su firma. Ni que decir tiene que a estas alimañas les importa una mierda los lectores, sus conexiones con el autor o la forma en que sus libros les pudo cambiar la vida.

Podría poner cientos de ejemplos con nombres y apellidos de estas sabandijas con caras compungidas por un dolor que no sienten, pero imagino que a todos ustedes les habrá venido alguno a la cabeza. Los seres humanos parecen tener una deuda con su descendencia, en el turbio asunto de las heredades. Auténticas rémoras esperan con ansía el fin de sus progenitores, tíos, abuelos, para lanzarse de cabeza a su parte de la herencia, desvalijando sin piedad las propiedades y cuentas de sus muertos. Fue Valle-Inclán quién precisamente en su libro Romance de Lobos describía a esta estirpe carroñera que ante el cadáver caliente de su padre se repartían el botín de su herencia. En fin, que nos toca sufrir en manos de desalmados maniobras de todo tipo en cuanto al criterio de publicación o descatalogación de libros que ellos ni siquiera han leído ni mucho menos comprendido


Yorick.

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