LICHTENBERG.
AFORISMOS II
GEORG CHRISTOPH LICHTENBERG
1 julio de 1742. OBER STADT. Alemania
24 febrero de 1799. GOTINGA. Alemania
Al
pasar un día frente al cementerio, dijo: “Aquellos al menos pueden estar
seguros de que ya no los ahorcarán; nosotros no podemos estarlo”.
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¿No
es extraño que se pueda acceder a los más altos cargos honoríficos del mundo
(rey) sin dar exámenes, y que a cualquier médico de provincias se le exija
examinarse.
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La
palabrita puta, que no suena muy
musical que digamos.
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El
patíbulo, árbol de la libertad.
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Daría
parte de mi vida por saber cuál ha sido la presión barométrica media en el
Paraíso.
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Tenía
una tos tan cavernosa que en cada golpe de tos uno creía escuchar la doble caja
de resonancia del pecho y del ataúd.
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¿No
es extraño que los hombres combatan
tan a gusto por la religión y vivan
tan a disgusto según sus preceptos?
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Ha
escrito ocho tomos. Sin duda hubiera hecho mejoren plantar ocho árboles o
engendrar ocho hijos.
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Me
gustaría haber tenido a Swift de barbero, a Sterne de peluquero, a Newton
desayunando y a Hume tomando café.
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Todo
el mal de este mundo se lo debemos al respeto, a menudo inconsiderado, por las
antiguas leyes, las antiguas costumbres y la antigua religión.
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Los
llamados hombres civilizados, que, dicho entre nosotros, son los más
incivilizados de todos.
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Quien
tenga dos pantalones, que venda uno y se compre este libro.
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La
mayoría raramente tiene en la cabeza más luz que la necesaria para darse cuenta
de que está vacía.
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Darle
la última mano a su obra, es decir, quemarla.
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Hay
nombres que deberían clavarse en todos los patíbulos del mundo.
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Lo
que aquellos llaman corazón está muy por debajo del cuarto botón del chaleco.
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Si
otra generación quisiera reconstruir al hombre según las obras de nuestra
literatura, acabaría creyendo que era un corazón con testículos. Un corazón con
escroto.
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Lápidas
para libros.
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La
esbeltez gusta debido al mejor acoplamiento durante el coito y a la diversidad
de movimientos.
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En
realidad, solo había dos personas en el mundo a las que amaba ardientemente:
una era su máximo adulador de turno, y la otra, él mismo.
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Es cierto que ya no quemamos brujas,
pero sí, en cambio, toda carta que contenga alguna verdad cruda.
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Es
casi imposible llevar la antorcha de la verdad a través de una multitud sin
chamuscarle la barba a alguien.
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Cuando
ven a un hombre que piensa libremente, los clérigos arman un alboroto similar
al de las gallinas que descubren entre sus polluelos a un patito que se lanza
al agua. No piensan que algunos viven tan seguros en este elemento como ellos
en seco.
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EL BOBO DE
KORIA (RECOPILADOR)
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