EL ANTROPÓLOGO INOCENTE


EL ANTROPÓLOGO INOCENTE

NIGEL BARLEY

1947. LONDRES. Inglaterra

            Las misiones destruyen las culturas tradicionales y el autorrespeto de los nativos, reduciendo a los pueblos de todo el globo a un estado de indefensión, convertidos sus integrantes en imbéciles desconcertados que viven de la caridad y en dependencia cultural y económica respecto de Occidente.
            El gran fraude reside en querer exportar al Tercer Mundo sistemas de pensamiento que el propio Occidente ha desechado hace tiempo.
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            ….cavando tranquilamente en sus huertos de los márgenes de la carretera, estaban las personas que había ido a ver, los dowayos.
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            Se trata de una lengua tonal, es decir que el tono en que se pronuncia una palabra altera su significado. Muchas lenguas africanas tienen dos tonos; los dowayos empelan cuatro.
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            Los dowayos esperan que las mujeres casadas practiquen el adulterio y seducir a las mujeres de los demás se considera un divertido deporte.
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            …la menstruación es causa de imbecilidad si un hombre entra en contacto con ella.
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            También cultivan la tierra separadamente. Ella cultiva sus alimentos y él los de él, aunque quizá ayude en las tareas más duras.
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            Los dowayos no justifican nunca la elección de una esposa por su belleza sino más bien por su obediencia y bondad. Una mujer no debe ver nunca un pene que no haya sido circuncidado, delo contario enfermará.
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            Hacen las cosas cuando les viene en gana.
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            La mayoría delos remedios dowayos se basan en las tres plantas mágicas que se suponen efectivas contra todo tipo de infortunio, desde el adulterio hasta el dolor de cabeza.
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            Los dowayos intentan hacer coincidir la entrada de los chicos en la aldea después de la circuncisión con la de las nuevas cosechas. Ambas actividades siguen un modelo común.
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Un hombre rico ha de pagar más por las cosas; sería injusto que se negara. Teniendo esto en cuenta, ya hacía casi todas las compras a través de Matthieu.
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            La fe en ese mal definido concepto, “el progreso”, y la certeza de que la obstinación y la ignorancia caracterizaban a los indígenas, que, por su propio bien, habían de adaptarse al presente, los equiparaba con los imperialistas más acérrimos.
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            Matthieu empezó a contarme los problemas que tenía para comprar una esposa. “Conviene comprarlas jóvenes –explicó- para formarlas a tu gusto”. La elegida en esta ocasión tenía doce años.
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            Mi vaga fe en la salvación cultural y económica del Tercer Mundo había sufrido también un duro golpe. Es característica común a los investigadores que retornan, mientras van dando traspiés por su propia cultura con la torpeza de los astronautas recién llegados del espacio, sentirse incondicionalmente agradecidos de ser occidentales, de vivir en una cultura que de repente parece muy valiosa y vulnerable; yo no era una excepción.
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EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)



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