AROMAS


AROMAS
PHILIPPE CLAUDIEL

2 febrero de 1962. DOMBASLE-SUR-MEURTHE. Francia


Déjame aspirar largo, largo rato, el
olor de tus cabellos, hundir en
ellos el rostro, como un hombre
sediento en el agua de una fuente,
y agitarlos con la mano cual
pañuelo perfumado, para esparcir
recuerdos en el aire.
Un hemisferio en una cabellera. CHARLES BAUDELAIRE
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         La sombra huele a savia y musgo. El agua del arroyo te amorata los dedos si los dejas demasiado rato sumergidos. Y refresca la cerveza y el vino enseguida.
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         Me ofrece las ardientes mejillas, que yo beso. Es un ritual. Su rostro ha adquirido una tersura y una elasticidad extrañas, una suavidad nada masculina.  Gracias al afeitado y al líquido verde, mi padre, un hombre maduro, vuelve a ser un bebé.
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         Humedad, salitre,  moho, papel de periódico que no se tira, porque servirá para limpiarse el trasero, tufo a paja, a ropa blanca que nunca está realmente seca.
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         Con dos dedos nos agarra de los finos pelillos de las sienes y, mientras nosotros seguimos enfangándonos en el error, tira de ellos hacia arriba lentamente. Dolor. Un dolor que va en aumento. Te pones de puntillas para mitigarlo. Intentas escapar. El suelo del aula es de gruesas tablas, que friegan una vez a la semana con agua y lejía.
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         La cárcel es una olla cerrada en la que se maceran cuerpos y almas, sueños, remordimientos y rabias. Dentro, la gente pasa semanas, meses, años. Come. Duerme. Aprende. Olvida. Rumia. Se destruye. Cae…. (…)
         El olor de la cárcel es u olor derrotado.
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         Escondo la pilila lo mejor que puedo y, mientras me enjabono, sueño con el próximo sábado. El entrenador me permite saltar al campo. Sólo quedan diez minutos. Nos ganan por seis a cero. Corro en todas direcciones, distribuyo el balón…
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         También tengo la sensación de que el olor de esa inmensa hoguera, con su achicharrante calor y sus entrañas de brasas, revive en mí el asombro de los primeros hombres, que gracias al fuego ahuyentaban a los animales y la noche, cocinaban, combatían el frío y endurecían la punta de sus armas.
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         …embriagado por el olor de los viejos libros, donde descubro un país, el dela ficción y sus mil senderos, que ya no he abandonado desde entonces. Soy como los libros. Estoy en los libros. Es el lugar donde vivo, lector y artesano, y que mejor me define.
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         En el tanatorio todos los muertos se confunden. Todos huelen a exuberante nardo, aire acondicionado y cosméticos.
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         “No sabes apreciar lo bueno”, le dice a mi madre. “Tienes mucha razón –responde ella-; si supiera, no me habría casado contigo”.
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         Olor de los primeros años, a carne tierna, cremas y talco. Olor de esa primera infancia protegida, dulce y gorjeante, tranquila, serena, que por desgracia no deja tan pronto, apenas iniciamos el camino, nos ponemos de pie y avanzamos solos por él, hasta que ya no queda nada de los que fuimos: aquellas débiles criaturas acurrucadas con confiado abandono entre los brazos y las sonrisas de quienes nos trajeron al mundo.
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         No quiero que me incineren. Me da miedo el fuego. Me da miedo que, cuando empiece la combustión, las llamas me conviertan en un asado. No quiero oler a barbacoa. No soy una chuleta de buey.
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         Acorralamos los olores, los de nuestros cuerpos y de nuestras ciudades, como a peligrosos delincuentes que nos recuerdan que producimos humores y que éstos apestan.
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         Sé que existí; lo sé porque sentí.
         Por eso sé también que, cuando ya
         no sienta, habré dejado de existir.
         Historia de mi vida. GIACOMO CASANOVA
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EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)



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