el pueblo de los amargados


Hay tierras marcadas por la mala sombra. Créanme, he viajado durante años por esta geografía cansada y se de lo que hablo. Lo notas enseguida que pones los pies en sus pueblos, como si alguna clase de energía telúrica te avisara poniendo el vello de tu nuca de punta. El aire parece más denso en esos lugares,ponzoñoso podría decirse, y es en la gente que allí habita donde se cuaja toda esa maldad.

Nada de lo que digas, nada de lo que intentes para atraer su simpatía o romper su desconfianza funcionará. Desde el momento en que llegas se esmerarán para hacerte ver que no les importa, que no vas a penetrar en su círculo negro y que lo mejor que puedes hacer es largarte por donde viniste. Los comerciantes de estos lugares usan una cortesía básica, poco más que gruñidos para atender sus negocios, con la cabeza gacha y la mirada esquiva, para una vez que te atienden ignorarte descaradamente. Sin embargo muestran toda su galería de ridícula camaradería con cualquiera de sus vecinos.

En este momento de mi vida vivo en uno de estos pueblos. No exactamente dentro de él, pero si en sus alrededores, e inevitablemente tengo más contacto con sus habitantes del que me gustaría el rechazo que manifiestan hacía ti, puede ser insoportable, te ignoran de una forma tan descarada, tan inhumana que pone los pelos de punta. “Aquí no necesitamos forasteros” dice un personaje de la novela: El castillo, de Frank Kafka. Se hubiera sorprendido el genial autor de la mala leche de este lugar. Un villorrio sin interés que logró la alcaldía hace décadas independizándose de la capital de la comarca y quedándose estancado desde entonces.

Una tierra casi árida, arcillosa, y negada para el cultivo. El secano fue siempre su sustento: el olivo, el almendro, el algarrobo, más unas vides de uva áspera como piel de lagarto. Las exigencias del mercado los hace buscar agua desesperadamente intentando aumentar la producción.

Sus casas, las antiguas, parecen haber brotado directamente del suelo, casamatas feas que se asemejan a las galerías abandonadas por los abejarucos expulsados, donde hibernan las culebras. El resto, son monumentos a la vanidad y al “Feísmo” Mamotretos deformes con balaustradas y mármol colocado de cualquier forma, solo con el objeto de hacer notar a los demás el capital que se tiene. Lo mismo ocurre con los vehículos de alta gama y todo-terrenos que circulan a buena velocidad por sus calles polvorientas.

Se que algún día me iré de este lugar, mientras tanto, cansado de intentar un acercamiento, me comporto con indiferencia, salvo con las contadas personas que se muestran otro talante, que también las hay. Y aquí se quedará este pueblo moldeado en arcilla, al que ningún soplo de dioses ablandó el corazón, vaciándose poco a poco, consumiéndose en su rencor y en su incapacidad para entender la desconfianza que los condena al odio permanente a lo foráneo, que en realidad es el odio que sienten por ellos mismos.



Yorick.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sí, señor Yorick. He, por desgracia, estado en muchos pueblos nauseabundos como el que usted describe. MIs amigos y yo hemos pedido una cerveza y no hemos llegado a acabarla para salir de los límites del inmundo pueblo. Siendo pueblo aquí el contenido,m aunque el continente fuera extraordinario.
Saludos