De justicia


-¡Mira, ese de allí es mariquita!
Esa frase y el acusatorio dedo señalando me indicaban al monstruo, al ser al que debía odiar y despreciar, a aquella criatura que se salía de la norma, y que seguramente era un enfermo. Yo lo miraba de reojo y no me parecía ningún monstruo, era un niño más bien guapo, fino, diferente de los trogloditas con los que me solía juntar, y a los que debía admirar. Esta era la vida de un niño de mediados de los setenta.
Siempre he creído que es en la infancia donde aprendemos muchas cosas, y donde aun teníamos la mirada más clara de lo que luego, a lo largo de la vida y la educación mediante, llegaríamos a tener. Me gusta volver la vista atrás, ver el origen de un pensamiento, la firmeza del mismo, o la mutación que ha sufrido a través de la vida.

Esos tiempos en que había que demostrar la virilidad continuamente, competir, ser el más hombre. En estos asuntos yo tenía bastantes dificultades que no comprendía, porqué era el más canijo, porqué desarrollaba el último, porqué mi resistencia era menor. Nadie se tomo la molestia de explicármelo, simplemente, yo había nacido el penúltimo día del año, y estaba escolarizado con niños que como poco me sacaban seis meses en el mejor de los casos, y un año y medio la mayoría. Este hecho, me colocaba siempre entre los débiles, aunque no por ello menos validos. Yo no fui a ningún colegio mixto, no tuve hermanas, así que mi contacto casi permanente era con niños y hombres, pero esto me hacía tener una curiosidad infinita hacía las niñas, hacía sus modos de hacer, y de pensar. Cuando pasaba tiempo en el pueblo de mi madre, casi siempre buscaba la compañía de mis primas, y en el bloque de pisos donde vivíamos cuando todas las puertas estaban abiertas, siempre jugaba con ellas, hasta que un día mis padres cerraron la puerta para no abrirla más sino fuera para salir o entrar. Esa curiosidad y el placer que me producía estar cerca de las mujeres y de los diferentes me acompañó siempre. Naturalmente tuve que jugar a ser hombrecito, según iba creciendo, tuve que pelearme, desafiar y defender, tuve que decir bravatas y hacerlas para entrar en ese selecto círculo de los reyes del corral. Pero nunca humillé a nadie, ni me creí estar por encima de nadie, mi condición de más débil, me había enseñado a defenderlos, una vez que dejé de ser débil, o diferente. Tengo un recuerdo, de una vez que me encontré por la calle, a aquel niño al que llamaban mariquita, aquel niño asexual, que aquella torpe sociedad, ya acusaba y despreciaba, porque el no sintiera la necesidad de esconder su sensibilidad, su afeminamiento, o su diferencia. Seguro que su vida no sería fácil, cuantas veces no acabaría llorando de impotencia, del mismo modo que lo hacía yo, por creerme más débil, y haber tenido que aguantar unas patadas sin poder defenderme. Aquel día me lo encontré en una calle solitaria, nos miramos un instante, yo agache la cabeza y continué andando, no se me hubiera ocurrido en aquel entonces ni siquiera decirle hola, pero tampoco lo odié, ni lo desprecié, estábamos en ese punto en el que por aprendizaje yo debía haberlo insultado. Pero no lo hice, porque en realidad, yo no tenía nada en contra de él, y a mi modo estaba desobedeciendo los preceptos que recibía de mis mayores.
Hoy día todo eso esta cambiando, y es algo que esta bien, ese inmovilismo se resquebraja, esa sociedad enferma se muere, y renace algo que se parece más a lo que debe de ser la libertad, que las personas puedan ser quienes eligen, que las mujeres puedan hablar y ser escuchadas y comprendidas, que todos aquellos educados en ser los portadores del garrote, bajen el arma, y se queden sin argumentos, y que sin pelea, se les pueda decir que nadie está por encima de nadie y que todos deberíamos ser libres. Y aunque este mundo no es más perfecto que hace cuarenta años, algunas cosas si merecen ser celebradas.

Yorick.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y es que la gente -no pueblo- siempre busca al otro contra el que sentirse superior. Siempre contra el que tienen al lado y es distinto. En vez de ir contra Estado ysus bandidos.
La historia se repite, se repite, se repite...