¿QUÉ PEQUEÑO
CICLOMOTOR DE MANILLAR CROMADO EN EL FONDO DEL PATIO?
GEORGES PEREC
… donde le espera un duro día idéntico
a todos los de la Puta Jodida Mili de Mierda.
Sirvieron un licor aperitivo cualquiera. Los bebedores,
que éramos todos los que éramos (¿he dicho ya que éramos allí una buena docena,
por cierto?), cayeron sobre la botella como la pobreza sobre el mundo y como la
sífilis sobre el bajo clero bretón.
Algún tiempo fugit. S´acia tarde. Unos
cuantos se dormían en el suelo. Otros, se marcharon de puntillas, otros
tropezaban con las botellas y se ponían a insultar el nombre del Creador, otros
iban a la cocina para comer queso. Unas mujeres con velo negro se arrodillaban
ante la virgen y se santiguaban rogando por la salvación del soldado. Al tiempo
que, indiferente al asunto, en el electrófono en sordina, LesterYoung,
acompañado por John Lewis al piano, Paul Chambers en el bajo y Kenny Clarke en
la batería, interpretaba algo sencillo y muy bonito (Blue Star, Norman Granz,
nº 6933.
(pero primero, le aconsejo al lector, o
mejor, no me atrevería a aconsejarle, que vuelva a leer el texto entero, desde
luego, pero concretamente la frase de arriba y que admire su barbaridez: esta
implícita autocrítica valdrá por todas las demás).
Se había acercado el pobre Henri Pollak, y le
había dicho:
-Quiyo, ¿qu´e haces aquí?
-¡Que te
jodan! –le había espetado el muy grosero (e ingrato, y malvado) Karapoplético.
Ocurrió una
noche
luminosa y tranquila.
En el gran
calvero de unos
bosques
muy foscos;
estaban los
vagones, cuarenta
una fila,
rebosando
hasta el tope
petates y mozos
Estaba de
guripas lleno hasta
la bandera.
Lleno hasta
la bandera había
de soldados;
los había
en segunda, los
había en primera;
Toda
Francia reunida, se veía
bien claro.
Estaban
tres civiles, un padre
y dos madres
secándose
los ojos llenos de
dignas lágrimas
despidiendo
a sus hijos, sus
queridos infantes,
y estaban los soldados que en
las puertas meaban.
Estaban
graciosillos que
guitarras tañían;
grupos
desgañitados cantaban
al unísono;
sargentos
reclutones cigarros
repartían;
los
borrachos y tristes sentían
calofríos.
Los
borrachos gritones
soltaban sus eructos;
los más
meditabundos
llenaban con gran celo
páginas
explicando las
desgracias del mundo,
y unos
paracas curas miraban
sonriendo.
Estaba allí
la noche cubriendo
los
vagones
y la loco
emotiva estaba por
silbar,
la victoria
estallaba en ojos
militronches;
sólo en las
estaciones se es
feliz
quizás.
EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)
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