Johnny no cogió su fusil

Johnny no cogió su fusil. Por que nunca lo tuvo y nunca lo quiso, sin embargo, agarró el búcaro rezumante de agua fresca de la fuente por el asa y se lo ofreció al hombre que tenía delante apuntándole con un arma, y que decían que era su enemigo. Este hombre, se esforzaba por parecer terrible, pero en realidad, pensaba que aquella persona sonriente que le ofrecía agua fresca con ese calor, no merecía que nadie lo matara. Así, que decidió bajar su arma, se quitó el casco, y le devolvió la sonrisa a Johnny que esperaba con el brazo extendido. El hombre que decían era su enemigo cogió el búcaro y lo empinó para recibir el fresco chorro en la boca. Hacía calor de verdad, pensaba, notaba su frente perlada por gotas de sudor debido al casco y su espalda húmeda por la presión de la ropa acartonada, la mochila y los correajes. Decidió quitarse todo eso que le molestaba y quedarse en camiseta. Johnny, con gestos le invitó a acompañarle y se sentaron en un recio banco de madera que había bajo un inmenso arce que coronaba la humilde casa de Johnny.
Por medio de señas, se dijeron sus nombres, y como pudieron empezaron lentamente a contar cosas de sus vidas.
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Johnny habló del campo, de cómo vivían él y sus padres, gracias a los excedentes que vendían de su hermosa huerta. También tenían una vaca, dos ovejas y un buen número de gallinas que picoteaban aquí y allá seguidas por una multitud de pollitos que no paraban de piar.
El hombre que decían era su enemigo sonreía. Le habló a Johnny de su pueblo y de su trabajo, era carpintero, y muy hábil, según decía.
Pero de repente se puso triste, pensando que su hermoso pueblo había sido bombardeado por el país de Johnny. Este, puso su mano sobre el hombro de su afligido nuevo amigo y se quedó pensativo.
De repente, y muy nervioso y contento comenzó a explicarle al hombre que decían era su enemigo que podría quedarse allí a vivir, que un buen carpintero siempre era bienvenido, y que ellos, los habitantes de aquellas montañas nada tenían que ver con guerras ni con hacer daño a otras personas.
El hombre que decían era su enemigo, lo miró afligido, y con los ojos llorosos abrazó a Johnny. Este, rápidamente fue a su casa, en busca de ropa suya, que venía a ser de la misma talla que el extranjero, Luego de cambiado, Johnny y su amigo que se llamaba Iván fueron al barranco cercano, a arrojar las armas y el equipo de soldado, que cayeron al vacío. Los dos hombres miraron como se perdían velozmente en la gran altura la ropa que convierte a un ser humano en un asesino, luego se miraron, sonrieron a la vez y juntos y silbando una canción volvieron a la casa, dispuestos a empezar de nuevo, libres los dos.




El reverendo Yorick.

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