El acordeón


Ché flaco ¿Vos recordás al pelotudo aquel del acordeón que tocaba por las calles de Valencia? El fósil, removió su generoso cuerpo en el sillón, mientras se echaba un trago de mate ¿Un pibe que arrastraba un carrito con una maleta enorme? Ese mismo, dijo Oliveira, casi gritando. Qué boludo el pibe. Y que te dio ahora con él, además el tipo no lo hacía nada mal, y creo recordar que a ti te gustaba. Horacio lo apuntó con el mate y le dijo: si, pero vos no sabés que una noche me contó su historia. El fósil lo miró en silencio mientras encendía de nuevo su pipa y soltaba una fumarada dulzona al ya cargado ambiente de la habitación. ¿Y bien? Me espero otra gran aventura nocturna del gran Horacio en su empeño de búsqueda imposible de la vida vivida.
Horacio tenía la mirada perdida en la llama de las velas del candelabro cuando comenzó a contar; yo lo seguí muchas veces mientras el boludo tocaba por las terrazas, y muchas noches, para terminar el show tocaba aquella terrorífica melodía de “los pajaritos” En las terrazas todos los pelotudos solían corearle con palmas y otras jodas, y el tipo sin dejar de sonreír comenzaba a llorar. Horacio hizo una pausa y miró a su amigo que lo escuchaba en silencio, luego continuó con su relato. Lo vi llorar en varias ocasiones, después, pasaba la gorra, guardaba el acordeón, se despedía y se marchaba. Lo seguí un par de veces, pasaba bajo las Torres de Serrano, y cruzando el puente se perdía por la calle Sagunto. Yo solía irme entonces al “Watio” a echar una copa. Pero una noche, estando en un café de la calle Caballeros, lo ví pasar con su carrito, cabizbajo y ojeroso como siempre, salté de la banqueta y abriendo la puerta lo llamé, le dije que lo había visto tocar muchas noches y que si lo podía invitar a una copa. El pibe pareció pensárselo, pero al fin accedió. Y comenzamos a soplar copas de aguardiente. Yo lo acechaba con mirada de zopilote, sabiendo que ya era mío.
Espera un momento porteño, le dijo el fósil, mientras cebaba un nuevo mate, esto se está poniendo interesante, dijo. Horacio le pasó el mate, y el fósil lo cebó con esmero. Después, Oliveira continuó con su relato: A la cuarta copa le pregunté porqué lloraba cuando tocaba la funesta melodía, lo de la funesta como comprenderás no se lo dije, apuntó Horacio, el tipo se quedó callado un momento mirando la copa un segundo eterno, llegué a pensar que no me contaría más, pero comenzó de nuevo mientras los ojos se le ponían vidriosos, yo me temía un drama mexicano de Buñuel o que aquél boludo se derrumbara y me quedara sin saber, le hice una señal al camarero que vino al rescate con la botella de aguardiente, y ahora si, el tipo comenzó a largar. Habló de su infancia aburrida, de tardes en casa, de su barrio y de su adolescencia, todo un peñazo ché, pero por fin contóme de una vez que vio por televisión a aquella mina que salía con su acordeón chirriante, tocando “los pajaritos y que se quedo totalmente enamorado de ella, y no se la podía sacar de la cabeza. Estaba pendiente de la televisión todos los días, y cada vez que la veía crecía su amor por ella, espiritual y carnal, porque me dijo de poluciones nocturnas. Vos te hacés cargo, dijo Horacio a su amigo, lo difícil que me resultó aguantar el tipo hasta el final, pero ahora llega lo bueno, el viejo del boludo, viendo que su nene se volvía loco cada vez que sonaban “los pajaritos” bien en radio o televisión, para el aniversario siguiente le regaló un acordeón. Y aquí el pibe comenzó a gimotear de nuevo ¿Porqué llorás? Le dije sujetándolo por los hombros ¡Si vos tocás como ella! El boludo poniéndose de pie me dijo gritando: ¡Sí, pero lo que yo quería era casarme con ella! ¡Odio el acordeón! Y agarró el carrito con la maleta y se dio el piro, dejando a todo el mundo con la boca abierta. El pelotudo solo quería voltearse a la mina, y su viejo le regala un acordeón.
El fósil, se retorció de risa en el sillón, después de expeler el buche de mate como si fuera un aspersor por toda la mesa, por encima de su amigo y de el mismo, mientras sus risotadas y sus toses se expandían en el silencio de la noche.


Le tomo prestado a Julio Cortázar su personaje Horacio Oliveira, después de tener un sueño que podría titularse: ¿Y si Horacio Oliveira hubiera sido punk?


El reverendo Yorick

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Su artículo me ha hecho rememorar un tiempo pasado en el que la deliciosa canción y su ritmo pegadizo, reunió en el amor septuagenario y octogenario a decenas de parejas que se conocieron en las excursiones organizadas por el INSERSO. Así es como encontraron el amor mis abuelos después de perder a sus cónyuges. Por ello tuve segundos abuelitos y abuelitas. Cierto es que al poco de sus tardías uniones murieron por aplastamiento, al despeñarse el autobús -también del INSERSO- por un aciago barranco.
Ahora, en el invierno de mi vida, frecuento los hogares del jubilado esperando, deseando encontrar al amor que nunca tuve. Pero, ¿dónde la canción que pueda propiciar ese, tan deseado para mí, amoroso encuentro?
Su artículo me ha llenado de esperanzas.
Muchas gracias Reverendo.

Anónimo dijo...

Aquello era música y no la mierda que se escucha ahora.
Pues no lo pasaba bien con la parienta moviendo el esqueleto.
Que aprendan los jóvenes. Yo tengo todos los discos de María Jesús y su acordeón.

la taxidermista dijo...

Pues a mi esa canción me jodió varios veranos en el pueblo. Si no la bailabas eras un monstruo del averno, por suerte, sigo siéndolo. Bonita rayuelada.

Kratos el dios de la guerra dijo...

Otra gran obra que sale de tu mente un abrazo compañero