Cuando leí: A sangre fría. Recuerdo perfectamente el impacto que me produjo aquel texto. Encontrarme desnudo ante la mente de los asesinos, reconociéndolos como personas normales, que de las misma forma sacaban de todo juicio, su propio comportamiento.
Lo peor de todo, eran los desvelos del narrador, al enfrentarse a hechos demasiado humanos, como para hacerse el indiferente. Dicen que Truman Capote quedó marcado de tal forma, que su propia vida, eclipsada, caminó sin remedio hacía su fin. A mí, no deja de sorprenderme la naturalidad, con la que el autor se enfrenta a los hechos, y sobre todo a los protagonistas desquiciados, cuyo comportamiento sugiere, algo peor, que se intuye en las sociedades en las que vivimos. Sociedades que empujan sin pudor a una infelicidad programada, cuyo objetivo siempre es: que una vez aceptada esa infelicidad, se camine detrás de unas miguitas, sobras, o limosnas calculadas, que nos obliguen a seguir siempre una senda marcada.
Hoy, no he podido evitar, la visión demencial y calculada que hacen las televisiones y periódicos sobre un supuestos asesinato de dos niños a manos de su padre. El juicio, emitido casi en directo, se convierte en una ejecución pública de un individuo anodino, que se parece demasiado a cualquiera de nosotros. Su sufrida esposa, y madre de los niños, victimada sin pudor ninguno, rebosa puridad, en los retazos de juicio que nos muestran, y donde claramente se está sentenciado a un tipo cualquiera, que como digo, se parece demasiado a nosotros mismos.
De antemano, se muestran sus miserias cotidianas, representadas en alguien carente de atractivo alguno.
Se recuerdan vagamente comentarios dispensados por el sospechoso sobre si mataba a este o a aquel. Sobre este punto sería curioso colocar micrófonos en los vehículos que a diario invaden todas las carreteras del país, y donde se oyen insultos, amenazas, y se hacen gestos amenazadores constantemente, sin que ninguno de ellos formara parte de prueba alguna ante ningún juez, a los que su toga no libra de incurrir en el mismo vicio.
Las imágenes del juicio, al que sospechosamente, acuden muchos medios de información, y las horas que las televisiones le dedican, hacen pensar en una cortina de humo, una cortina que inevitablemente tapa las carencias y distrae a las audiencias de problemas más serios. Ni más ni menos que una sociedad abandonada por sus gobernantes, sometida y sumisa, que aplaude el espectáculo de ser representados y defendidos por el estado de lo peor: de una calaña inexistente. Simples gente de a pie, llevados de la mano por unos problemas que nos acucian a todos: el desamparo y la fragilidad de una vida que es mentira.
Nos vende una seguridad, que no existe, que finge preocupación por nuestra salud, nuestros hijos, nuestros derechos, nuestra educación, y que luego, no defiende ningún atisbo de mejora o implicación. La verdad, es que estamos abandonados, engañados, sometidos, y convencidos de un sistema que no existe, que es imperfecto, y que ante cualquier duda nos sumerge en burocracia caníbal, que antes de resolver cualquiera de nuestros problemas, nos habrá engullido, preparando un engaño para poder mostrar ante las cámaras.
Por eso se echa de menos alguien como Truman Capote, que coloque un punto de inflexión y de denuncia, que a través de unas líneas supuestamente inocentes, nos coloque ante unas víctimas y culpables que somos nosotros mismos, manipulados por otros. Alguien que mediante el estudio sistemático de la culpabilidad, nos demuestre fríamente, que nadie está a salvo de matar a nadie, mientras sigamos sujetados por unos pilares sociales enfermos que encubren los verdaderos motivos, entroncados con la fragilidad humana...
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