La estirpe del tirano

La estirpe del tirano no tiene compasión. Por una suerte de misterio genético sabe que la muchedumbre que a esta hora de mercado produce el murmullo creciente que se oye al otro lado de los muros del castillo, está allí para obedecerle. Que ellos son inferiores, que no tienen nada que ver con él, ni con su familia. Que mientras ellos duermen con camisones de finas telas en grandes camas, y juegan con juguetes importados, en cualquier casucha de la ciudad, se hacinan familias malolientes y harapientas, que buscan el calor de los animales para paliar el frío del invierno. Que mientras los fogones y la mesa del castillo, rebosa opulencias culinarias, en las callejas inmundas del exterior, una horda de chiquillos desnutridos se pelean por un mendrugo mohoso de pan duro.

Con naturalidad acepta, que la vida de cualquiera de aquellos miserables vale menos que la del más débil perro de caza de su padre.

Llegada la hora de su adolescencia, perseguirá con saña a las criadas y cocineras del castillo, con las que acabará fornicando amparado en el miedo de las desgraciadas y en la fortuna de su sino. Sus mayores le alentarán con orgullo, henchidos de que su progenie muestre su virilidad temprana. A sabiendas de que el derecho de pernada le otorgará el virgo maldito de las recién casadas, y las lágrimas amargas del orgullo maltrecho de sus maridos. Siempre amparados por la complicidad servil de una iglesia temerosa y ávida de poder.
En el supuesto imposible de que el cuento del príncipe y el mendigo ocurriese alguna vez, no tendría ningún final feliz. La estirpe del tirano mataría por volver a la protección de su estrella, repugnado por la miseria y con multiplicada crueldad, para que el orden milenario de las cosas no cambie su rumbo jamás.
Así fue siempre la estirpe del tirano, del reyezuelo, del dictador… Inventores de la sangre azul, que los diferencie de la sangre roja del miserable animal que es su semejante. Señalado por el dedo de su dios, para representarle en la Tierra que el creó, y dotado por derecho de nacimiento del poder de aplastar una vida humana con la facilidad de un niño aplastando una hormiga, regalado de un ejercito de manipuladores a su servicio que escribirán una historia de su vida plagada de mentiras que le sobreviva y contribuya a perpetuar su estirpe, como antes hicieron sus ancestros por él.

Mientras escribía este texto recordé un cuento de Jean-Paul Sartre, titulado: La infancia de un jefe. Muy ilustrativo. Por si a alguien le interesa. El reverendo Yorick

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