contra la compasión

Se hace duro desperdiciar una existencia efímera solo siendo lo que no quieres. Ser arrastrado desde el principio por los finales que te son impuestos. Colaborar de forma consciente en la escritura de tu propio epitafio. Firmar tu condena llevado de la mano de tus educadores. Pertenecer a un sistema en el que cualquier improvisación estaba prevista de antemano. Donde no se respeta ni la locura ni la cordura, ni la vejez ni la infancia, ni el ser ni el estar. La mecanización de tu propio pensamiento es latente. El horror que te produce tu propio cuerpo es insoportable. La desesperación que te produce el fracaso es insufrible. Pertrechando un atentado constante contra la sencillez, negando contranaturalmente las energías que nos circundan y de las que somos parte. Nacidos y educados para competir y servir. Si en algún momento alguien intuye que su engaño corre peligro desmontado por algún argumento, el grito no se hará esperar, otros acudirán en su ayuda, para así enfrentarse juntos al juicio revelador y vaciarlo de contenidos amparados en la multitud a partir de ese instante, el instigador de semejante sacrilegio desamparado del anonimato, se convertirá en el centro de todas las calumnias impensables, víctima de una cruxificción pública y moral será juzgado y excluido con un destino incierto peor que la hoguera.
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Arrastrados por los gestos, por un lenguaje seductor, que se extiende a todos los niveles inoculando la mentira de que nuestra reclamación, o sugerencia es tenida en cuenta,sin ser conscientes de que somos lastrados por una vanidad aprendida, por un orgullo exaltado y puesto a prueba desde nuestro nacimiento. Utilizando con sutileza el individualismo, cuando es necesario creemos ser diferentes dentro de una masa homogénea de existencia inútil para nosotros mismos. La enfermedad que nos acabará matando es creada por nuestro propio cuerpo, ya que somos ajenos a sus gritos, corremos desvalidos en buscas de panaceas contra el miedo y el dolor, rogamos la existencia de rodillas, ante la satisfacción de quién nos observa sintiéndose ganador. Todos somos víctimas. No hay excepciones, ni escondite, ni justificación. Víctimas ridículas en un absurdo empeño de creer ser superior a los dioses que nosotros mismos inventamos. Víctimas de la vanidad, que hizo creernos que nuestra exaltada inteligencia nos hace mejores e imprescindibles. Seres caducos repletos de argumentos caducos. La búsqueda de un estado superior nos aleja del principio de brevedad de la vida. No hay más evolución que permanecer el tiempo que nos toque viviendo en la aceptación de la realidad. Una realidad cuya ecuación no logramos resolver, de ahí nuestra incapacidad de adaptación al medio, nuestra incomprensión de la química de la existencia, donde no son necesarios trucos ni justificaciones de científicos desvalidos. Ante este fracaso, que hasta los seres más ínfimos comprenden, se generó un tremendo montaje de existencia que camuflara el estrepitoso fracaso de nuestra raza acorralada en el callejón de su propia necedad.
En la inmortalidad de una mentira consumimos la vida, satisfechos y rendidos, o derrotados y decepcionados, en cualquier caso condenados a mentirnos y temernos.


Yorick.

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