La expiración

Es la última acción física de un ser humano antes de morir. El instinto nos obliga a atesorar aire en los pulmones, a agarrarnos a la vida, en el acto más primario: Respirar. Desencajamos el rostro, abriendo la boca al máximo. Acto este, que es el último derecho de la vida ¿O no?
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Un niño nace en alguna familia del país. Crece, va al colegio, hace travesuras con sus amigos, sale con chicas, juega, aprende. Se va forjando un adulto. Un día, empieza a trabajar, digamos, por el salario mínimo interprofesional. Trabaja muchas horas, más de las que dice su contrato.
La necesidad de un cambio se va fraguando en su cabeza. Ha oído hablar de los sueldos de la policía y de la Guardia Civil, y él también quiere un sueldo como el de ellos.
De esta forma empieza la transformación. Aquella persona que vio la vida de cerca, empieza a ser aleccionada, domesticada, y preparada para un fin.
Su forma de hablar a cambiado y su pensamiento se centra en controlar y aplicar las leyes y la justicia que tan bien le han enseñado. Lejos, rozando el olvido, quedan aquellas travesuras de la infancia y la adolescencia, el golfillo de barrio, quizás pesa en su conciencia, y le hace cumplir con su trabajo como el mejor.
Su última misión, es cuanto poco emocionante y diferente. Debe volar a un país africano, a repatriar a un grupo de inmigrantes ilegales. Le gusta el trabajo, aunque no entiende porqué hay que gastar tanto dinero en un puñado de negros, y encima chulos. Sobre todo aquél, que no se está quieto, que no para de vociferar en la lengua del diablo. -¡Ese es un cabrón!- dice un compañero, robos, acosos, denuncias de todo tipo. –Hay que reducirlo, el negro no deja de gritar-
Hay que reducirlo.
Tú, lo estabas deseando, y también tus aleccionados compañeros. Os sabéis amparados por el estado, y le queréis quitar las ganas a ese negro de volver a vuestro país.
Sientes la adrenalina, notas el calor de tu sangre, corriendo por tus venas, mientras golpeáis al negro esposado, ante las miradas de terror de sus compañeros. Cuando os cansáis, a alguien se le ocurre taparle la boca con cinta, por si le da por chillar de nuevo, -¡buena idea!- piensas. Pero algo escapa a vuestra comprensión. El hombre que yace en el suelo, respira agitadamente. Su corazón está acelerado, y quizás no funcione perfectamente. Necesita más aire, pero su boca está tapada y puede que su nariz obstruida. No hay aire suficiente. Se muere, y su cuerpo reclama su último derecho:
La expiración.
Esta, nunca llegará. El gusto de llenar los pulmones por última vez hasta reventar, es arrebatado, por unos agentes de seguridad del estado que un día, olvidaron que lo que tienen delante son hombres y mujeres…como ellos.

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