TIGRE BLANCO
ARAVIND ADIGA
23 octubre de 1974, CHENNAI , India
Entre al gente de mi país,
es una antigua y venerada tradición empezar una historia rezando a un Poder
Superior.
Supongo, Excelencia, que
debería empezar besándole el culo a algún dios.
Pero ¿a cuál? Hay tantas opciones…
Verá: los musulmanes tienen un dios.
Los cristianos tienen tres.
Y nosotros, los hindúes, tenemos 36.000.000 de dioses.
Lo cual arroja un total de 36.000.004 culos divinos entres los cuales
puedo escoger.
Algunos, y no sólo hablo
de comunistas como usted, sino de hombres inteligentes de todas las tendencias
políticas, creen que muchos de estos dioses no existen realmente. Hay quien
cree que o existe “ninguno”. Estamos sólo nosotros y un gran océano de
oscuridad a nuestro alrededor. Yo no soy filósofo ni poeta. ¿Cómo voy a saber
la verdad? Es cierto que todos estos dioses dan la impresión de no pegar golpe
–igual que nuestros políticos- y, sin embargo, salen reelegidos años tras año
para ocupar sus tronos dorados en el Cielo.
¿Conoce la historia de
Hanuman, señor? Era el fiel criado del dios Rama, y nosotros lo veneramos en
nuestros templos porque ofrece un radiante ejemplo de cómo servir a tus amos
con fidelidad, amor y devoción absolutos.
Esa es la clase de dioses
que nos han endilgado, señor Jibao. ¿Comprende ahora lo difícil que le resulta
a un hombre conseguir su libertas en al India?
Kishan y yo trasladamos a
nuestro padre al interior pisando cagadas de cabra, que se hallaban esparcidas
por el suelo como una constelación de estrellas negras.
En mitad de la noche,
comprendí por qué habían dejado allí el mosquitero. Me despertaron unos ruidos.
La pared estaba cubierta de cucarachas.
Nunca en la historia de la
humanidad le han debido tanto unos pocos a tanta gente, señor Jibao. Un puñado
de hombres han adiestrado en este país al otro 99,9 por ciento –gente tan
fuerte, tan dotada y tan inteligente como ellos- para que permanezca en un
estado de perpetua servidumbre. Una servidumbre tan férrea que usted puede ponerle a un hombre en las manos la
llave de su emancipación y él se la arrojará otra vez con una maldición.
… aunque todas mis arañas
se desmoronen y se hagan añicos, aunque me encierren en la cárcel y hagan que
todos los demás prisioneros hundan sus picos respectivos en mí, incluso aunque
me hagan subir los escalones del patíbulo, nunca diré que cometí un error
aquella noche en Delhi cuando le rebané
el pescuezo a mi amo.
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