Lázaro


¿Quién le mandaría a esta subnormal resucitarme?
¿Y porqué precisamente a mi?
Toda la vida bregando, con miedo, con frío, con hambre, con incertidumbre por el precio del trigo, por la invasión romana, por el destino de los hijos, siempre sufriendo, aderezado por unos miserables ratos felices frente a tanta desgracia, y cuando por fin voy a morirme, cuando me viene el calambre final y estiro la pata, aparece este idiota y para demostrar al mundo que es el hijo de dios, no se le ocurre otra cosa que resucitarme. ¡Claro! Mi familia encantadísima de que esté de vuelta para volver a dar el callo, vaya usted a saber por cuantos años, porque igual me ha hecho inmortal, o voy a vivir como Matusalem, ochocientos años.
¿Y si es el hijo de dios, qué trabajo le hubiera costado aparecerse ante mi, y preguntarme si me apetecería resucitar? ¿O es qué yo no tengo opinión? ¿Y las consecuencias? se las habrá preguntado el milagrero. Porque al principio todos alucinando conmigo cuando salí de la cueva, venga palmaditas en la espalda y felicitaciones, pero ahora que todo ha pasado, no se me acercan ni los perros. Todo el mundo me tiene miedo, salvo los cuatro turistas egipcios que vienen de vacaciones y los iluminados que vienen a tocarme. El negocio familiar se ha ido al traste, porque nadie quiere tratos con un ex-muerto, y la hacienda mengua rapidamente. Entonces, me pregunto: ¿Esto es un milagro o un castigo? ¿Y a quién reclamo yo ahora? Me dan ganas de ir detrás de él para matarlo, mira que tiene huevos la cosa, solo de pensar que tengo que volver a trabajar y a ocuparme de todo, y me entran sudores fríos. Yo que había sentido la nada, que era olvido, que mi último recuerdo era paz y vacío, y otra vez aquí, rodeado de cretinos y de romanos. Ahora, que yo aquí no me quedo, en este poblacho donde ya me dejé la piel una vez. Yo quiero ir a Egipto, o a donde sea que me aleje de lo que fui, y de la posibilidad de que “el hijísimo” me pille otra vez por banda para hacer otro experimento conmigo. Ni hablar. Ese a mí no me coge otra vez ni muerto, aunque me tenga que tirar en mitad del Mediterráneo, aunque tengo oído que puede venir andando a buscarme ¡Vaya tela! Y para colmo, que no se me ocurra decir nada malo de él en casa, que se me echan encima como las víboras. Lo dicho. Mañana temprano me largo sin despedirme, que seguro que hay algún lugar en el mundo donde poder librarse uno de romanos, de hijos de dioses, de profetas y de muertos de hambre, y poder vivir tranquilo esta media vida, o vida nueva o lo que sea, que según todos es un milagro, y que a mí, y se bien de lo que hablo, me parece una ¡soberana mierda!
¡Abur!

el reverendo Yorick.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Refrescante, como siempre, sus escritos. Echo de menos más asiduidad. Gracias